Reflexiones sobre Occidente
Guillermo Lascano Quintana
Abogado.


Parece bastante evidente que los problemas económicos que sufre la Argentina tienen poco que ver con la deuda que tenemos con los tenedores de bonos y con el consiguiente cumplimiento o no de la sentencia que ordenó el pago.

Aun sin ser economista cualquiera puede deducir que el aumento desmesurado de del precio de los bienes y servicios, tiene su causa en la inflación, que no está ligada, en modo alguno, con la crisis por la deuda externa (es decir contraída en moneda extranjera). Y la inflación no tiene otra causa –aunque pretenda endilgarse a la voracidad empresaria- que el desmesurado gasto público, con insuficientes inversiones de capital.

En el orden externo, es decir en la relación comercial entre empresarios locales y empresarios del exterior, el déficit en el resultado del intercambio es consecuencia de las restricciones de todo tipo impuestas a las exportaciones.
Las causas de ambos males (inflación y déficit de moneda extranjera) son consecuencia del gasto público excesivo y no productivo y de la suicida idea de que lo que se produce en la Argentina tiene que consumirse, a precios baratos, localmente.

Estos dos males tienen consecuencias muy negativas para la sociedad en su conjunto pues la gente consume menos, decrece la producción local, cierran puestos de trabajo, el fisco recauda poco, etc. La “deuda externa” no tiene vinculación alguna con este resultado y mucho menos los acreedores de esa deuda, despectivamente llamados “fondos buitres”,

En ese marco de errores y mentiras, es más grave y de mucha mayor proyección hacia el futuro, la concepción estratégica que ha ganado adeptos en nuestro país y no sólo en el gobierno y sus seguidores. Hay también algunos bien pensantes opositores que la comparten.

Por razones de una simplicidad aterradora, por sus eventuales efectos, se asume que hay un nuevo orden político internacional en el que las potencias occidentales (EE. UU. Europa y algunas más) están en decadencia y están emergiendo otras (con China y Rusia a la cabeza) que finalmente construirán un mundo mejor, aunque nadie explique cómo, toda vez que una continúa siendo una nación comunista y la segunda un país en franco deterioro, gobernado por un déspota.
Aunque no se describen las ventajas de ese “mundo” se endilgan casi todos los males, tanto morales, como materiales, a “Occidente”, que ha sido, bueno es recordarlo, el motor de la riqueza de la que gozamos los humanos; no todos, es cierto, pero la pobreza se ha reducido sustancialmente desde que el malhadado capitalismo industrializó a muchas naciones, impulsó las innovaciones técnicas, generalizó la atención médica, construyó buques y aviones, puertos y aeropuertos, impulsó el comercio internacional y sobre todo garantizó la libertad de pensar, crear y expresarse sin cortapisas.

En el “nuevo orden” prevalecerían países tan disímiles como China, Rusia, Brasil y la India, por motivos que se parecen más a expresiones de deseos de sus comentadores, que a datos de la realidad. Siguen teniendo falencias y defectos que los alejan de un ideal deseable para la humanidad. En nuestra región con más humildad y sin retórica emergen países pequeños como Uruguay y Chile que estando gobernados por socialistas no se comportan como idiotas, peleándose con el mundo desarrollado. Al contrario: comercian con él y reciben sus inversiones.

No voy a recordar al lector los índices de producto bruto, comercio y crecimiento, de “ambos mundos” porque son suficientemente conocidos y abrumadoramente favorables a “Occidente”, región en la que se aseguran las libertades que se niega en muchos países del “nuevo”.

Esta cuestión de la libertad es obviada por los seguidores del supuesto nuevo orden, con una ligereza producto de la ignorancia y la incompetencia, pero también de una concepción del hombre y su historia, que no se ajusta a la realidad.

Es cierto que el pomposamente llamado “Estado de Bienestar” impuesto en Occidente, tiene fallas estructurales. Tampoco voy a abundar en señalarlas por ser suficientemente conocidas, pero el respeto de la ley y de sus instituciones ha permitido, hasta ahora, sortear las consecuencias negativas de un gasto público excesivo y la intromisión del Estado en actividades que brinda más eficientemente la actividad privada.

La sensatez de muchos de sus líderes permite suponer que corregirán los defectos de la situación actual y los desafíos de la hora serán enfrentados para producir los cambios necesarios, sin traicionar sus fundamentos.


 

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