La lucha contra los valores occidentales
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
En la
Segunda Guerra (1939-1945) se jugó el futuro de la civilización. Sería –según
los resultados- una solución dirigida por las fuerzas liberales y democráticas -resultado
de la revolución anglosajona del siglo XVII- o, por la imposición de las
fuerzas representadas por la gran contrarrevolución del fascismo europeo y el
militarismo japonés.
Se creyó que
se podía pasar por alto la lucha armada y muchos países trabajaron para la
neutralidad. Por eso llegaron a la guerra sin estar preparados, no
percibieron que estaba en juego la
pérdida de la libertad.
El triunfo de los aliados, permitió en 1947
que EEUU dirigiera a Occidente en la oposición al deseo de dominio mundial de
la URSS.
Hoy se ha
olvidado la escena terrible del mundo de esa época y vuelve a cernirse la
amenaza sobre los valores por los que luchó y murió tanta gente. No se
comprende, por ejemplo, la lucha en el Medio Oriente, donde Israel presenta un
atalaya de valores occidentales en medio de un mundo donde, ni siquiera la vida
es un valor.
Tampoco en
nuestro país y en otros países de Latinoamérica se entiende el peligro que
significa perderlos. La amenaza está en los colegios y universidades donde no
se prepara a la juventud para apoyar valores que constituyen la base de la
libertad política.
Los gobiernos populistas promueven el desprestigio de los países más
libres, donde ha triunfado el espíritu de empresa, la iniciativa y el optimismo,
en resumen, el hombre como dibujante de
su destino. Se premia no estar atento a la razón, a obedecer al capricho del
Estado, a tener miedo a la discusión de ideas, fuente de progreso y tolerancia.
El resultado
lo estamos advirtiendo y sufriendo diariamente: pocos confían en el sistema
democrático y en la necesaria lentitud del sistema. Se prefiere confiar en
gobernantes autoritarios, desconsiderados con las opiniones ajenas, que
respondan rápida y categóricamente a lo que con impaciencia desean las masas.
Es así como en las campañas se prometen soluciones rápidas, apelando a las
emociones de la gente, creando expectativas desmesuradas a las cuales será
imposible satisfacer, por lo que se termina accediendo a las demandas con
medidas desmesuradas que perjudican la seguridad y progreso del país.
Todavía no
se ha aprendido que el totalitarismo es la oposición a la sociedad de alta
complejidad en la que vivimos, es una vuelta a las sociedades despóticas con el
agregado de modernos métodos de dominación
antes inexistentes como, por ejemplo, la educación masiva que sirve para
adoctrinar.
En los
totalitarismos –en las dictaduras en menor medida- el Estado quiere cubrir a
toda la sociedad con un manto que asfixia la libertad individual y cualquier
espíritu de tolerancia.
No se acepta
la interdependencia pacífica de los países, se prefiere el aislamiento de la
comunidad de naciones por eso se rechaza el comercio libre de bienes y de
ideas. Quienes gobiernan no escuchan más que a si mismos creyendo que son
depositarios de “la verdad”. Pretenden,
siempre, tener razón, sin importarles que la realidad demuestre lo contrario y
termine por alejarlos del poder.
Los
países democráticos debieran estar unidos en la defensa de la libertad
individual, idea fuerza del occidente moderno, en el Medio Oriente y en todas
las regiones del mundo donde aún, el terrorismo se infiltra para imponer, por
la fuerza, una ideología que lleva a la destrucción de la persona humana.
El propósito
de la política exterior del mundo democrático debe ser no solamente la
preservación de la propia seguridad sino también la preservación y el
desarrollo de la libertad democrática en todo el mundo si es que se desea
seguir viviendo en un mundo mejor.
No olvidemos
que gracias a Inglaterra y a la política exterior de EEUU los países dominados,
con brutalidad y desprecio por los valores humanos, por Stalin, Mussolini y
Hitler, fueron librados de la tiranía y pudieron desarrollarse con libertad y
prosperidad.
La libertad
y la dignidad humana, la autonomía y la justicia para todos fueron el arma más
poderosa con que ha contado Occidente y ahora buena parte de la comunidad
internacional. No debemos escuchar los cantos de sirena socialistas y
nacionalistas que van en contra de la
conservación y ampliación de la libertad.
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