Sudamérica apuesta a la biotecnología: La revolución que podría cambiar el mundo
Gerardo Gallo Candolo
 ‎Ing. Agrónomo y periodista agropecuario.


Europa parece estancada en los rendimientos de sus cereales, Asia sigue aumentando la demanda de granos y en América de Sur los rendimientos y las áreas de cultivos se siguen acrecentando. Los organismos genéticamente modificados (OGM) abrieron nuevos horizontes a la agricultura, pero también otros productos de la biotecnología ya hacen sus contribuciones y van por más. Las inversiones y el interés de varios Estados en esta área del conocimiento nos hacen pensar que estamos ante una revolución biotecnológica.

Mientras Europa demuestra estar estancada en los rendimientos de sus cereales y Asia sigue aumentando la demanda de granos, principalmente maíz y soja; en América de Sur los rendimientos y las áreas de cultivos se siguen acrecentando para abastecer a un mundo cada vez más demandante en alimentos, fibras y bioenergías. Tanto en el estancamiento europeo, como en el progreso de esta parte del mundo, mucho tiene que ver la adopción o no de los logros de la ingeniería genética. Los organismos genéticamente modificados (OGM) abrieron nuevos horizontes a la agricultura; pero también otros productos de la biotecnología ya hacen sus contribuciones y van por más. Las inversiones de importantes empresas y el interés demostrado por varios Estados en esta área del conocimiento, sobre todo en sus aplicaciones en la agricultura, nos hacen pensar que estamos ante una nueva etapa que podemos definir como de “Revolución Biotecnológica”. ¿Tendrá tanto impacto en la historia de la humanidad como lo tuvo la Revolución Industrial?

Nuestro planeta crece en habitantes y con ella la demanda de alimentos, en cantidad y calidad, ya que el ingreso de millones de personas a la clase media necesita de más proteínas y productos de mayor elaboración. La incorporación de nuevas tierras a la agricultura es limitada, por el contrario, en algunos lugares disminuyen por el crecimiento de las ciudades, autopistas y otras construcciones propias del crecimiento poblacional y el desarrollo económico. El desafío es producir cada vez más y en forma sostenible en aquellas tierras que hoy están en producción y de aquellas que se sumen en el futuro. Pero veamos quienes serán los protagonistas de este reto.

Europa es el único continente donde la población decrecerá en las próximas décadas, pero está estancada en su producción agrícola y todo indica que seguirá dependiendo de la provisión externa. A pesar de la incorporación a la Unión de los países del Este los rendimientos llegaron a una meseta, e incluso decrecieron por la falta de incorporación de tecnologías, sobre todo por su rechazo a sumar adelantos biotecnológicos. Hoy, el viejo continente, compra el 68% de sus proteínas y si no hay un cambio drástico, poco frecuente en la política agrícola europea, esa dependencia continuará.

África, que cuenta con la mayor cantidad de tierras posibles para sumarse a la producción, es también el continente con mayores hambrunas y, salvo excepciones, sus problemas políticos y guerras internas no ayudan al objetivo de autoabastecerse de alimentos, al menos a mediano plazo.

Asia es el continente donde es más claro el desfasaje entre producción y consumo, China, que se encamina a ser la principal economía global necesita de energía y alimentos en forma creciente. Este país cuenta con el 7% de las tierras agrícolas del mundo y tiene el 20% de la población mundial. India, que es el segundo país, después de Estados Unidos, por la superficie de tierras agrícolas trabajadas, será hacia el 2050 el país con mayor población del planeta, sigue el mismo camino que China con otro agravante: sus tierras agrícolas están en manos de minifundistas a los cuáles le es imposible acceder a nuevas tecnologías. Las tierras están subdivididas en tal extremo que no alcanzan a satisfacer muchas veces, hasta las necesidades de sus propios dueños, ni adquirir las tecnologías y los elementos básicos para mejorar la producción.

América es la excepción a las situaciones descriptas. El territorio de Estados Unidos está imposibilitado de sumar mayores áreas a la producción, pero la incorporación de tecnología le permite aumentar los rindes como para prever que seguirá siendo un gran jugador en la provisión de alimentos en las próximas décadas. Sudamérica, en cambio, no solo puede sumar áreas de siembra sino también incorporar tecnología al igual que Estados Unidos o, incluso, con un ritmo mayor que el gigante del Norte, con el fin de bajar costos, aumentar rendimientos y asegurar producciones en zonas de menores precipitaciones.

La ingeniería genética, que cedió la incorporación de organismos genéticamente modificados (OGM) a los sistemas de producción, permitió el crecimiento exponencial de soja sudamericana y elevar los rindes de maíz y algodón. Pero los aportes de la biotecnología no se limitan a estos beneficios. Hoy encontramos nuevos productos biotecnológicos de los cuales se ven actualmente sus logros en el campo, y que prometen aún mayores rendimientos unitarios. Apoyándose en este presente, muchas empresas y organizaciones vislumbran este futuro crecimiento e invierten esfuerzos para posicionarse en los nuevos escenarios globales donde la producción de alimentos será la clave para un mundo cada vez más demandante.

Aportes biotecnológicos
Gran parte de esta historia comenzó con el uso de los inoculantes que se agregan a la soja y otras semillas como el garbanzo, lenteja, arveja y maní. La soja, al igual que la mayoría de las leguminosas, se pueden asociar con sus raíces a bacterias del suelo; la planta le entrega energía para su desarrollo, y la bacteria fija Nitrógeno del aire que le cede a la soja, elemento fundamental de las proteínas presentes en toda la planta. En el grano de soja, con el cuál se elaboran las harinas proteicas de mayor uso global, participa en un 35-40% del mismo. La eficiencia de esta sociedad depende mucho de condiciones ambientales pero también de la raza o tipo de bacteria. Esta es una asociación que se da en forma natural en el suelo,peroel hombre selecciona las mejores razas de bacterias de cada región para agregarlas a la semilla en cantidad suficiente para que este proceso sea más eficaz.

La inversión en Investigación y Desarrollo en este tema da sus frutos y se traslada a los potreros en forma inmediata. El descubrimiento de mejores cepas de bacterias y el uso de otros productos que mejoran la inoculación de la semilla y la persistencia del inóculo en la misma permiten las siembras en momento más oportuno.

En el rubro de estos “otros productos” se suman los biofertilizantes formulados con microorganismos que generan mayor crecimiento radicular y de la planta, solubilizadores de fósforo, que permiten una rápida transferencia del vital mineral desde el suelo a las plántulas al nacer, promotores de crecimiento que potencian la fijación biológica de los inoculantes en el caso de las leguminosas y estimulan el desarrollo en los cereales, “vacunas” de vegetales, que generan anticuerpos desde la semilla en las plantas que nos interesan ante enfermedades. Todas estas investigaciones hasta hoy sólo mostraron la punta del iceberg de una serie de compuestos que la tecnología, a través de la biología, tiene mucho que aportar para satisfacer los alimentos que necesita el mundo, pero hay mucho potencial para lograr en forma económica y sostenible el aumento de los rendimientos. Y muchas de estas soluciones tecnológicas se dan también desde los campos de nuestro continente y especialmente desde Argentina.

Muchas empresas advirtieron de esta realidad y movieron sus fichas para adelantarse en el campo de la investigación, de las adquisiciones y alianzas estratégicas para posicionarse en este mundo de las innovadoras tecnologías biológicas.

Todas estas innovaciones pueden ser el adelanto de una Revolución Biotecnológica que sumará mayor producción de alimentos, fibras y energía a un mundo cada vez más necesitado de ellos; y el continente Sudamericano no solo está llamado a proveer de tierras y agricultores capacitados que la trabajen, sino también conocimiento para demostrar que las teorías maltusianas no se cumplen porque la tecnología se anticipa con soluciones a los problemas de la superpoblación mundial, o al menos, uno de los más importantes.
 
 

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