La desmesura gana a Cristina Fernández en su decadencia política
Claudio Chiaruttini
Politólogo y destacado periodista.


Tal como Hugo Chávez en el pasado, sus discursos en la Casa Rosada duran cada vez más, toca cada vez más temas, intenta crear doctrina haciendo relecturas forzadas de la realidad y de la historia; y crea enemigos, como si tuviera por delante largos años de permanencia en el poder.

Pero, a diferencia de lo que le ocurrió a Hugo Chávez, Cristina Fernández se va quedando, semana a semana, con cada vez menor cantidad de oyentes y se descubre que baja el número de aplaudidores que pueden sumar acto tras acto.

Además, mientras el venezolano adoctrinaba a una clase social que accedía, por primera vez, al poder; la mandataria argentina hace sus improvisaciones en filosofía política ante un público de clase media, más o menos educado, que decidió ceder sus aplausos y entusiasmo por un suculento sueldo, un millonario negocio, un subsidio o una ventaja competitiva.

Así como en el reciente Mundial vimos partidos disputados por un grupo de 22 jugadores millonarios, en el marco de un pingüe negocio planetario, para un público que pudo pagar entradas con precios accesibles sólo para la clase alta; los actos de la Casa Rosada son protagonizados por millonarios, que son aplaudidos por algunos millonarios, vecinos de Puerto Madero, habitúes de Palermo Hollywood, empleados que cobran 20 veces la jubilación mínima y empresarios que reciben millones de pesos del poder político de turno.

Por eso la construcción mediática del actual momento político y socioeconómico sea un fiasco para la Casa Rosada. Un mes y medio duró el efecto positivo en las encuestas la pelea contra los holdouts. Los resultados obtenidos durante la semana confirma que la tendencia comenzó a cambiar: la gente ya no apoya al Gobierno en la forma que encara las relaciones con los holdouts, culpan a Cristina Fernández por el default, responsabilizan por la creciente recesión a los problemas con inversores externos y señalan al ministro de Economía, Axel Kicillof, como el responsable final de una crisis económica que ya no se puede ocultar.

Y como el relato ya no alcanza y la épica se convierte en crisis, hay que buscar nuevos y viejos enemigos para redefinirlos, para culparlos por todo lo que nos pasa. Así, el fondo de inversión BlackRock, que envió un escrito al juez Thomas Griesa apoyando la posición de la Argentina contra los holdouts, ahora es parte de un complot internacional para desestabilizar al país y al Gobierno, que pasa por los tribunales de Nevada y New York, y que incluye a la imprenta Donnelley, las autopartistas Delphi y TCA, los medios no oficialistas y el periodismo que habla de alta inflación o recesión.

Los discursos de las últimas 2 semanas de Cristina Fernández son una cadena desordenada de argumentaciones tratando de mostrar un contubernio nacional, e internacional, para destruir a la Argentina y al Gobierno; junto con una negación de los problemas reales, al tiempo que se culpa a los miembros del famoso “complot” de los problemas que se niegan. 

Es decir, una paranoia potenciada por la decadencia e incapacidad de encontrar una solución a los problemas.

Cada discurso presidencial busca recuperar la militancia, la imagen positiva y los votos perdidos. Trata de convertir cada “principio fundacional” del kirchnerismo en gesta y avanza en normas o persecuciones, siempre redoblando la apuesta, casi sin medir las consecuencias.

Esta carrera desenfrenada también se suma a la necesidad por tapar la crisis, el default y el avance de las causas judiciales contra diferentes funcionarios, en especial, el vicepresidente de la Nación, Amado Boudou, lo que implica desempolvar viejos enemigos, viejas batallas épicas y reverdecerlas, siempre usando como excusa el beneficio que traerá a la gente, la población, el ciudadano, el votante o la opinión pública.

Así se despliegan los proyectos para modificar la Ley de Abastecimiento y otras 3 normas legales más, todo con la excusa de darle “poder” al consumidor, de protegerlo, de controlar la “avaricia” de los empresarios; algo así como decirle el público: “yo voy a perseguir industriales y empresarios para que vos pagues más baratos las galletitas y las gaseosas, tengas trabajo y no te rajen en forma sorpresiva”. Un acuerdo básico, infantil, pero imprescindible en tiempos de crisis.

Volvimos a los “buenos” y los “malos” del filósofo prusiano Karl Schmitt. Volvimos al “Braden o Perón” o el “Liberación o Dependencia”, reformulado en la expresión “Patria o Buitre”; se lanzan denuncias penales contra el Grupo Clarín para torpedear el cumplimiento del encuadramiento del holding a la Ley de Medios Audiovisuales o se crea una norma ultraintervencionista que termina de “quemar las naves” con la Unión Industrial Argentina, la Cámara Argentina de Comercio, la Sociedad Rural Argentina y la banca comercial.

En el fondo, Cristina Fernández se repite a sí misma y repite al primer Néstor Kirchner, aquel que comenzó su mandato criticando a todos los empresarios, banqueros e industriales, para luego seducirlos para hacer negocios juntos, y sentarlos en la Casa Rosada para que lo aplaudieran cuando quisiera. De esta forma, como el santacruceño usó el látigo contra el establishment para crear el kirchnerismo y, luego, lo mantuvo dócil a fuerza de negocios, prebendas y subsidios; ahora, Cristina Fernández retoma el látigo para sostenerse otros 480 días en el poder.

El establishment argentino nunca entendió su rol en la historia argentina. No son los dueños del poder, son parte del poder. No son los dueños del Gobierno, pero son aliados claves de los Gobiernos. No son el fin último de un país, pero son esenciales para un Proyecto de País. No ponen o sacan Gobierno, a cada Gobierno le aportan todo lo necesario para que se aprovechen, al máximo, las potencialidades de la Argentina. Por eso, el establishment argentino no es como el lobby industrial de Sao Paulo para Brasil; sino un conjunto de aplaudidores que practican el felpudismo por un contratos, una norma arancelaria favorable o para ganar una licitación.

No debería quejarse la Unión Industrial Argentina, o la Cámara de Comercio, o los bancos por que Cristina Fernández los use para recuperar el poder perdido. Ellos se ofrecieron para ser utilizados y, ahora, los están utilizando. Cada vez que apoyaron a Néstor y Cristina Kirchner estaban legitimando su accionar. Ahora, no pueden decir que ese accionar no es legítimo, sólo porque afecta a sus intereses.

Poco le importa a Cristina Fernández rehacer la Ley de Abastecimiento o aplicar el paquete de leyes que escribieron los colaboradores del ministro de Economía neomarxista Axel Kicillof; la Presidente de la Nación necesita resucitar a los diputados y senadores de su bancada, para que el Congreso, lleve adelante proyecto que pueden asegurarle a la Presidente de la Nación una cuota mayor de poder, en medio de un proceso de pérdida notable de poder.

Los legisladores kirchnerista no querían volver a sus bancas con un Amado Boudou encabezando las sesiones en el Senado, o para defender las curiosas reformas del Código Penal que propuso Eugenio Zaffaroni; o el incomprensible Código Civil y Comercial Unificado o un nuevo Código Procesal que otorga más poder a los fiscales que maneja la Procuradora General de la Nación, la ultrakirchnerista Alejandra Gils Carbó, al tiempo que vacía de poder a los jueces. Ahora, “sopapear” industriales, puede ser un excelente catalizador para volver a seducir diputados y senadores oficialistas.

El Congreso, en los planes presidenciales, debe convertirse en una olla en ebullición que ocupe horas y horas en los canales de noticias, páginas y páginas en los diarios y largos comentarios y notas en radio. El Gobierno prefiere el “ruido” que despierte a la militancia, al votante y que permita recuperar imagen a que la recesión, la inflación, los Tribunales y el default sigan siendo el eje de la agenda de los medios, como ocurre hace dos meses.

El “ruido” que quiere crear Cristina Fernández debería evitar que nos preguntemos: ¿Por qué acordamos con Repsol y el Club de París, emitiendo cerca de US$15.000 millones de deuda, si íbamos a caer en default?; o ¿Por qué no se hizo el necesario y prometido ajuste fiscal?; o ¿Por qué sigue siendo ministro de Economía Axel Kicillof, si desde que tiene influencia sobre los temas económicos sobre la Presidencia de la Nación, todas la variables macro y microeconómicas han empeorado?

Caen las reservas, cae la producción industrial, cae el poder de compra del salario, cae el consumo, caen las importaciones, caen las inversiones, cae el ahorro, caen las exportaciones y cae el superávit comercial. Al mismo tiempo: crece el rojo fiscal, crece el financiamiento que se requiere de la ANSeS o el Banco Central para pagar los gastos públicos, crece el ritmo de aumento del Gasto por parte del Estado, crece la necesidad de dólares para pagar deuda externa, crece la deuda externa pese al supuesto “desendeudamiento”; crece el endeudamiento intraestado, crece la inflación, crece el desempleo, crece el número de negocios cerrados, crece el pesimismo empresario y social y crece el precio del dólar blue.

Cualquier Presidente, en este marco, bajo estas mismas circunstancias, hubiera prescindido de su ministro de Economía y hubiese tomado otro. Sin embargo, hoy día, la Casa Rosada mide Axel Kicillof como potencial precandidato presidencial, Cristina Fernández lo piensa como Jefe de Gabinete y cada cambio de funcionarios que se realiza en el Estado es para colocar algún colaborador del joven ministro en el puesto liberado.

La desmesura discursiva y de acción de Cristina Fernández tiene su correlato en la economía. La crisis se está convirtiendo en desmesura. 

Todos los problemas que hoy aquejan a la macro y micro economía fueron anticipados con meses, cuando no años, de antelación. Las soluciones eran sencillas y de bajo costo social, político y económico. Ahora, ya no.

Y el problema es puramente ideológico. “No voy a dejar mis ideas en la puerta” sostuvo Néstor Kirchner y repitió, hasta el cansancio, Cristina Fernández. Pero hoy, por aferrarse a la ideología, la realidad se la “lleva puesta”. En el fondo, eso sería problema para la mandataria, pero ocurre que la desmesura y la crisis nos “llevan puesto” a todos nosotros.Y todavía faltan 480 días....
 

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