La obsenidad debe terminar
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


El proceso de pauperización sistemático planeado por el gobierno para reinar sobre un conjunto de zombies mal educados, mal alimentados y con la salud sin protección, va produciendo los efectos esperados de acuerdo a un determinismo poco menos que aritmético.
Con precisión pasmosa se van cumpliendo los objetivos de reducir a la sociedad a un pauperismo mental cada vez más acentuado, apoyado en la vagancia, la delincuencia y la reivindicación del pobrismo como forma de vida.
Desde hace rato que en estas columnas advertimos sobre el calamitoso aumento de la vida en villas miseria, en condiciones cada vez más escandalosas, con narcos que gobiernan esas favelas y punteros políticos que hacen negocios con la desesperación de la gente.
También la gente ha sido convencida de su potencial derecho a reclamar una porción de terreno y, muchas veces, se la ha incitado a tomarlos por la fuerza para especular políticamente con el efecto del aparente Maná caído del cielo.
En este marco y frente a la repercusión pública que causó el hecho de que el tema llegara a la primera plana de un diario importante como La Nación, voceros oficiosos del gobierno, como el relator de fútbol uruguayo Víctor Hugo Morales, salieron al toro, en un sincericidio brutal, afirmando que el modelo de la vida en villas miseria es el efectivamente perseguido por el gobierno, al asegurar “se vive bien en las villas y la gente las elige, por ejemplo, para tener cerca un cine”, y fue más allá: “Si vos tenés tu trabajo a 20 minutos de micro aquí en Buenos Aires, lo que estás ahorrando de tiempo, de economía... y además es más fascinante de todas maneras darte el gusto de, por ejemplo, te podes escapar al (cine) Gaumont”.
¡Qué oligarca es este Morales!, El señor con piso en New York, amante de los placeres GQ y lo suficientemente hipócrita como para andar por la vida en un desvencijado Chevrolet Corsa que le sirve de pantalla a su pasar de millonario, confiesa que está bien que la gente viva como vive en las villas miseria… No les asigna, ni las cree merecedoras de una vida como la que disfruta él… Para esa gente está bien la villa… ¿Progresar?, ¿progresar qué? ¡Qué sigan con el cerebro lavado, tomando mate o viendo como sus hijos caen bajo el mando de los narcos..! Total, si no son “gente”, en el sentido humano del término. “Desde la villa estas a 20’ del laburo y te podes escapar al Gaumont…” ¡Qué reverendo oligarca!, ¡qué señor feudal es Morales! “A vos te conformo con la villa y el Gaumont, gil… Mientras yo escucho conciertos de música clásica en París y vivo en NYC…”
¡Este es el modelo, muchachos! Confesado abierta y brutalmente por uno de sus voceros pago. Ese es el perfil de país paupérrimo que quieren delinear para todos: una casta favorecida que usufructúa directamente los privilegios de sentarse en los sillones del Estado, secundada por una corte de barones que desde la vida privada los hace posibles y los sostiene y, por debajo, todos nosotros, la sociedad esclava trabajando para mantenerlos. Este esquema tiene cuatro mil años de antigüedad y el mundo moderno se supone que surgió de la rebelión democrática contra esos bastardos.
No se puede creer cómo la Argentina ha caído en esto. Cómo ha producido una involución de tal magnitud en su vida y en sus ideas y, encima, con la convicción de que lo socialmente “revolucionario” es este esquema de oligarcones que vive de nosotros haciéndose pasar los populares salvadores que vienen a ayudar a todos en general y a los que tienen menos en particular.
Pero las espontaneidades simplemente se escapan, justamente porque son espontaneidades y responden a las franquezas más estomacales del ser humano. La consideración verdadera que tiene Morales y el modelo del cristinismo que él defiende, es que esa gente tiene que estar contenta con esa miseria; después de todo “están a 20 del laburo y cerca del Gaumont…”. ¿Qué más quieren?, ¿vivir como yo? Noooo. Eso es para nosotros: la nomenklatura del modelo; para ustedes la villa está bien.
Ya lo había dicho la propia presidente cuando elogió las construcciones de material de la villa 31, como si eso fuera un progreso más que suficiente para esa gente que, por supuesto, debería agradecerle a su modelo el haber podido cambiar las chapas por ladrillos.
Esa discriminación verdadera por la gente de abajo, por la gente que verdaderamente sufre este modelo de miseria, les sale por los poros. Del mismo modo que les salió, en crudo, franco y espontáneo a los delirantes de Szifrón y Echarri que confesaron que serían delincuentes antes que albañiles,  si tuvieran necesidades. Esa es la consideración que tienen por la nobleza del albañil. “Antes de eso, delincuente”
Lo confesaron solos, abiertamente, disfrazándose, encima, con el ropaje de lo popular y de su inescrutable mezcla con lo intelectualoide.
Es allí, en esos sincericidios burdos -a los que quieren disfrazar de un revolucionismo barato- donde se puede ver claramente la verdadera consideración que tienen por la gente pobre: la quieren ver siempre pobre y ellos jamás aceptarían eso para sí mismos. Nunca admitirían un sistema económico que les diera a esas personas la posibilidad real de progresar porque si lo hicieran esa gente se volvería más independiente y al ser más independiente necesitaría menos de ellos, con lo cual “ellos” (los parásitos de los sillones del Estado y la corte de sus socios, los  señores feudales privados, como Szifrón, Morales, Echarri y tantos otros) perderían su poder.
Resulta lastimoso ver cómo el argentino, que se cree tan vivo, y que da por descontado que “se las sabe todas” ha caído en este verso y viene sosteniendo esta insania que lo ha hundido en la miseria y en la degradación.
Es hora de decir basta. El engaño debe terminar. Las obscenidades de los Morales, Szifrón, Echarri y varios etcéteras, solo justificadas por un enriquecimiento que este modelo corrupto hizo posible, deben acabar para siempre. Pero para eso se precisa la admisión de que hemos sido, cuando menos, unos ilusos y, cuando más, unos envidiosos que nos entretuvimos más tiempo del conveniente con la idea que sería divertido ver a todos pasando por las mismas penurias que nosotros, como si ver en caer en desgracia a nuestro vecino fuera el único faro al cual se ha prendido la ilusión de nuestras vidas.
 

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