El gobierno de la arrogancia
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.



El último eslabón de la cadena de culpables de los males argentinos fue identificado esta mañana por el jefe de gabinete. Se trata de American Airlines, la compañía estadounidense de aviación que ayer comunicó que no vendería boletos con más de 90 días de anticipación a la fecha del vuelo.
Obviamente, esa medida –igual a la que en Venezuela precedió a la decisión posterior de dejar el país- se tomó porque las compañías que operan en dólares no tienen idea de cuál será el valor de la divisa norteamericana cuando deban cumplir a su vez con sus compromisos en dólares.
Toda ésta consecuencia para la operatividad normal de la economía ha sido provocada por las decisiones de política económica del gobierno que viene encerrando (y encerrándose) en una horca cada vez más ajustada a todos los agentes económicos (las personas comunes, las empresas) que pretenden operar cotidianamente en su trabajo.
La contracara de esa pretensión es, por supuesto, la aspiración a ejercer un control policial sobre la economía para lo cual el poder ejecutivo envió al Congreso el proyecto de abastecimiento que la Cámara de Diputados convirtió en ley ayer con la increíble colaboración de algunos opositores.
Pero desafortunadamente la “teoría de la culpa”, es decir el procedimiento por el cual se pretende encontrar un responsable visible para todos y cada uno de los problemas, no resuelve los enormes desajustes que está provocando la aplicación obcecada de una serie de medidas antiguas, fracasadas en el mundo y en las que increíblemente ha caído el país de la mano de un conjunto de improvisados respaldados por una presidente que no se sabe muy bien en aras de qué ha decidido rifar su presidencia, comprometiendo seriamente el futuro de todos.
Porque lo realmente enigmático de este momento argentino es su gratuidad, su inutilidad y su ociosidad cuando se lo contrasta con las posibilidades del país y con las particulares circunstancias que el mundo ofrece hoy a naciones con muchas menos aptitudes que la nuestra.
Sólo el inexplicable erotismo de experimentar en vivo, con personas de carne y hueso, lo que se siente al intentar gobernar desde la imposición de la fuerza,  puede tornar entendible lo que está pasando. De otro modo no se explica. Se debe tratar de algo similar a lo que sienten los verdugos del “Estado Islámico” cuando decapitan a sus víctimas: una sensación de poder inoponible que es capaz incluso de desafiar a la naturaleza.
Pero este avasallamiento resulta tan contranatura que las estructuras normales de la economía crujen por todas partes, como los huesos que corta el cuchillo del verdugo frente a su víctima arrodillada. Cuando todo se convierte en un mar de frustraciones aparece alguien con el nombre mágico de un responsable, como el EI tiene a los judíos, a Israel o a los EEUU como los culpables de que ellos se vean en la “obligación” de cortarle la cabeza a la gente. Se trata, en el fondo, de una monumental arrogancia que no puede admitir errores sin antes señalar a alguien como provocador de las miserias.
Ayer Kicillof señaló a otro “culpable”, en este caso por la suma del dólar libre por encima de los $15. Su “decapitado” fue ya no solo el Encargado de Negocios de los EEUU, sino la Embajada completa. ¿A cuánto estamos de que, como en Venezuela, se disponga la expulsión de Buenos Aires de esa legación diplomática?
A juicio del ministro resultó más que obvio que a las declaraciones de Sullivan del lunes siguiera una escalada del dólar el martes y el miércoles. La pregunta es por qué estas cosas no suceden en otras partes; por qué el mundo se las ha tomado contra la Argentina.
Y para eso también hay respuesta. Una respuesta genialmente inverosímil: el mundo no le perdona al país haber implementado un exitosísimo programa económico (el “modelo”) que ha demostrado que todo el Universo estaba equivocado y que con nuestro plan y con nuestras recetas se puede vivir a primer nivel mundial, con todos los adelantos que, hasta ahora, el mundo le atribuía a la infalibilidad de un pensamiento único… La Argentina ha venido a destruir el mito de la libertad económica, del libre comercio, de la integración global, del fenómeno en sí mismo de la globalización. Todas mentiras: el encierro, el mercado interno, la intervención del Estado y la imposición política por sobre las infinitas ocurrencias humanas pueden entregar un estándar de vida superior al que el mundo conoce de la supremacía del mercado.
En aras de ese nuevo tótem se incinerarán todos los consejos de la lógica y todas las sugerencias de la racionalidad. Aquí estamos frente a una epopeya. Todo debe supeditarse a ella, nada hay más importante que ella. El dólar, los pasajes, los repuestos para los autos y hasta los medicamentos son minucias burguesas al lado del tamaño y de las proporciones del evento que estamos protagonizando.
“No se dan cuenta señores: estamos asistiendo al parto de un nuevo mundo y la Argentina es la partera… ¿Cómo me pretenden correr con la nimiedad de que es posible que nos quedemos sin boletos de American Airlines…? ¡Al diablo American Airlines…! ¡Viva la Revolución..!”
Vamos a quedar colgados de la brocha, muchachos; en pelotas y a los gritos, como los indios, a cuyo nivel de vida parece que quieren llevarnos.
Está claro que ese es el horizonte de la sociedad, no de la casta que gobierna. Ella siempre tendrá boletos o repuestos de autos;  dólares o medicamentos. Como Castro, como Chávez, como antes Breznev o Stalin… Y también como Felipe II o Carlos V. El problema es para nosotros no para ellos.
Pero ellos están allí por nosotros y mientras no cambiemos nosotros, ellos no lo harán; su propia conveniencia está en juego aquí. Es tan simple como eso.
 

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