¿El fin de la ‘patria peronista’?
Manuel Mora y Araujo


Una de las líneas más constantes del pensamiento sociológico acerca del voto es la que lo relaciona con la posición social de los votantes –la “clase social”–. Se piensa que éste es uno de los mayores determinantes del voto. A lo sumo, hay otros factores demográficos que a veces, y sólo en algunas sociedades, también determinan el voto: los grupos étnicos, los religiosos y poco más.
A veces, sin embargo, la distribución del voto se dispersa de manera más independiente de la economía o la demografía. Cuando sucede, los analistas se devanan los sesos para entender qué pasa y encontrar explicaciones capaces de desafiar las tendencias más comunes y las teorías más aceptadas.
Nuestro sistema electoral ha reflejado con regularidad esas divisiones sociales hace un siglo. Los argentinos coincidimos en adscribir al peronismo a las clases más pobres y a la clase obrera sindicalizada. No pocos peronistas piensan que la esencia de éste radica en su cualidad de representar a los “trabajadores”, a menudo identificados con el “pueblo”; y no pocos antiperonistas suelen pensar que parte de la clave de ese éxito que les quita el sueño está en su monopolio –bien o mal habido– del respaldo de esos mismos sectores.
Pues bien: están apareciendo señales de que eso puede estar cambiando. No hay tendencias pronunciadas, pero algunas constataciones, que todavía no están en las percepciones más generalizadas en la opinión pública, lo sugieren. Si esto es cierto, aquel “país peronista”, opuesto al otro país no peronista, estaría dejando de existir; no porque el peronismo vaya a desaparecer, sino porque se convertirá en una opción más, como cualquiera de las otras que compiten en cada momento. Habitualmente, el peronismo en el pasado, antes de 1983, luego bajo el liderazgo de Menem y después bajo los gobiernos de los Kirchner, era absolutamente predominante en los segmentos más pobres de la población y débil en los sectores medios, y de ahí para arriba. Desde luego, las correlaciones nunca fueron perfectas; pero las tendencias eran pronunciadas. El Conurbano y las áreas pobres de las grandes ciudades eran masivamente peronistas, lo mismo que las clases bajas de las provincias. Han sido bastante analizadas a través de los años las diferencias entre distintos grupos sociales de votantes peronistas, pero ninguno de esos análisis desafió esas tendencias más generales y pronunciadas. Así, por ejemplo, cuando Menem logró un ajustadísimo triunfo en Capital en la elección legislativa de 1993, la sorpresa fue mayúscula. En 2003, con el peronismo muy dividido, Menem –primero en la primera vuelta– obtuvo el 35% más de votos en el segmento bajo que en el alto, con el voto en el segmento medio en la mitad. Kirchner, que hasta ser ungido por Duhalde no representaba las principales corrientes del peronismo, tuvo un resultado más parejo, con una diferencia de 13% entre los votos en el segmento alto y en el bajo –y 2% más en el medio–. Pero competían tres candidatos peronistas. López Murphy, el candidato no peronista mejor ubicado, superó por 43% sus votos en el segmento alto a los del segmento bajo. Esa elección no tuvo nada de particular: los candidatos peronistas sumados obtuvieron el 46% más de votos en el segmento bajo que en el alto, y los no peronistas sumados, el 58% más de votos arriba que abajo.
En 2007, para tomar otro caso, el voto peronista en el segmento bajo –que entonces fue a Kirchner– superaba por 40% al voto en el segmento alto.
En las encuestas de Ipsos de estos últimos meses, empiezan a verse tendencias distintas. Por cierto, sigue habiendo más votos peronistas –y votos kirchneristas– en las franjas bajas de la población. Tanto Scioli como Massa obtienen el 10% más de intenciones de voto en el segmento bajo que en el alto, y Macri obtiene un poco más a la inversa. La imagen positiva de Cristina está un poco más diferenciada –25% mejor en el segmento bajo–, una cifra claramente inferior a la que prevalecía en el pasado.
Tal vez haya sido contribución del kirchnerismo, o tal vez sea una señal de los tiempos, pero se presiente el fin del ciclo en el que hubo una Argentina peronista y otra Argentina que era cualquier cosa menos peronista. ¿Será un síntoma de que nos aproximamos al prototipo de una sociedad posmoderna?

*Sociólogo.
 

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