LCD para todos, autos para muchos pero educación tan sólo para los afortunados
Edgardo Zablotsky

Ph.D. en Economía en la Universidad de Chicago, 1992. Rector de UCEMA. En Noviembre 2015 fue electo Miembro de la Academia Nacional de Educación. Miembro del Consejo Académico de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre. Consultor y conferencista en políticas públicas en el área educativa, centra su interés en dos campos de research: filantropía no asistencialista y los problemas asociados a la educación en nuestro país.



En julio de 2011, Cristina Kirchner hizo público un programa denominado TV para Todos, mediante el cual se facilitaba el acceso a la compra de LCD de 32” y alta definición con una financiación de 60 cuotas del Banco Nación al 15% anual. Al lanzar el plan, la Presidente resaltó que el mismo se enmarcaba en un proyecto de inclusión social: “Soy una Presidenta a la que no le gusta la Argentina de pocos, sino de muchos, de todos".

A fines de junio pasado, casi 3 años después, el gobierno lanzó un nuevo plan, ProCreAuto, destinado a la adquisición de vehículos de terminales que acordaron bajas en sus precios. El plan consistió en un crédito a sola firma otorgado por el Banco Nación, a ser repagado nuevamente en 60 cuotas, con un interés del 17% para clientes del Banco y del 19,2% para el público en general. Al presentarlo, la ministra de Industria Débora Giorgi explicó que “ProCreAuto es un programa de financiamiento en condiciones excelentes que hoy no existen en el mercado,” remarcando que el objetivo es que en no mucho tiempo “el sector vuelva a las 700,000 unidades”.

Televisión para todos, autos para muchos ¿y educación? En noviembre de 1985, el New York Times publicaba declaraciones del secretario de Educación William Bennett en defensa de uno de los frustrados intentos del gobierno de Ronald Reagan de obtener una legislación que otorgase a familias de bajos ingresos un subsidio anual que les permitiese elegir a qué escuela enviar sus hijos, entre una

variedad de establecimientos públicos y privados. En palabras de Bennett, “Hoy, las familias más ricas ejercen la opción mediante la compra de una casa en el barrio de su elección o enviando sus hijos a una escuela privada. Los pobres no tienen este tipo de elección”.

Es claro que a pesar de referirse a otro tiempo y lugar, la imagen ilustra fielmente nuestra realidad. La evidencia en la Argentina nos muestra hace años el incremento en la matrícula de la escuela privada en detrimento de la escuela pública, aún en zonas de bajo poder adquisitivo.

Theodore Schultz, Premio Nobel de Economía 1979, ya nos explicaba el porqué: las diferencias de ingresos entre las personas se relacionan con las diferencias en el acceso a la educación, la cual incrementa sus capacidades para realizar trabajos productivos. ¿Acaso puede existir duda alguna que durante gran parte del siglo XX la educación ha sido el principal motor de movilidad social en nuestro país?

¿Cómo reinterpretarlo a la luz de las conclusiones de “El capital del siglo XXI”, el bestseller de Thomas Piketty que pone en evidencia el aumento de la desigualdad en un mundo cada vez más educado?

En mayo pasado David Autor, profesor del MIT, publicó en Science un paper denominado “Habilidades, educación, y el aumento de la desigualdad entre el otro 99%”. Su título habla por sí mismo; en lugar de centrar su interés en la brecha entre la fortuna del 1% más rico de la población y el resto, como lo hace Piketty, investiga los factores que generan desigualdad entre el 99% restante.

Esta estrategia le permite recuperar la significatividad de la educación como motor de movilidad social. Según señala el Wall Street Journal “Autor estima que, desde principios de 1980, la brecha de ingresos entre los trabajadores que han terminado

la escuela secundaria y aquellos que tienen educación universitaria ha crecido cuatro veces más que el cambio en los ingresos entre el top 1% de la población y el restante 99%”.

Una similar argumentación es desarrollada en una nota del Washington Post, cuyo título nos exime de mayores comentarios: “El 1% no es la mayor fuente de desigualdad en América. La universidad lo es”.

En base a ello Autor propone, en una entrevista llevada a cabo por MIT News, que “en el largo plazo, la mejor política para combatir la desigualdad consiste en invertir en nuestros ciudadanos. La educación superior y la educación pública ha sido la mejor idea Americana. Nuestra decisión que toda la población curse la escuela secundaria durante los primeros 30 años del siglo XX fue probablemente elfactor más importante en el predominio económico de USA durante este siglo”.

Por ello, frente a la realidad social y educativa enque vive hoy la Argentina, resulta natural aquella recomendación de Domingo F. Sarmiento: “educar al soberano”. ¿O existe una mejor forma de reducir la desigualdad entre el restante 99% de la población?

Veamos, a modo de ejemplo, la realidad educativa de la provincia de Buenos Aires, donde una expresión tan trillada como “el año que viene a la misma hora”, probablemente sea la mejor forma de definir el escenario que se repite cada marzo frente al fracaso de las paritarias docentes. Este año más de 3.500.000 niños perdieron semanas de clases; obviamente el problema urgente consiste en cómo recuperar los días perdidos, lo cual seguramente no se habrá de lograr, pero es aún más importante que los niños adquieran capital humano cada día que concurren a las aulas.

Imaginemos
¿Qué está mal en nuestras escuelas? Hagamos el ejercicio de imaginarnos en otra sociedad, en un tiempo distante, la cual enfrenta una realidad educativa similar a la que hoy nos toca vivir.

Imaginemos un país donde los ciudadanos siempre han estado orgullosos de la amplia disponibilidad de educación para todos y del rol jugado para ello por la educación pública.

Imaginemos que en los últimos años su realidad educativa se ha visto empañada. Los padres se quejan de la disminución de la calidad de la educación que reciben sus hijos; muchos están aún más preocupados por los peligros para su integridad física en los colegios. Los maestros se quejan que la atmósfera en la que están obligados a enseñar a menudo no es propicia para el aprendizaje; es más, un número creciente de docentes temen por su seguridad, incluso dentro del aula. Casi nadie sostiene que las escuelas están dando a los niños las herramientas que necesitan para desarrollarse en la vida.

Imaginemos que ese país no escatima recursos en educación pero que, a la vez, el número de alumnos en las escuelas públicas decrece, tanto como la calidad de la educación que reciben; esa evidencia surge de su rendimiento en exámenes estandarizados asociables a las actuales evaluaciones PISA. Es claro que el input en educación en aquel país se ha elevado pero el output ha disminuido.

Imaginemos ahora que en algunas regiones la calidad de las escuelas varía considerablemente, sobresaliente en algunas zonas, o aún en barrios privilegiados de algunas ciudades, increíblemente mala en zonas más humildes. Aquellos ciudadanos cuyas posibilidades económicas les permiten elegir dónde vivir pueden hacerlo en base a la calida de las escuelas públicas de la región; por supuesto, también tienen la libertad de enviar sus hijos a escuelas privadas pagando dos veces por su educación, una en impuestos para solventar el sistema de educación pública, otra en la cuota del colegio elegido. Por su parte, aquellos que viven en las zonas más humildes pueden pagar por la educación de sus hijos sólo a costa de grandes privaciones; sin embargo, un número sorprendente elige hacerlo enviando sus hijos a escuelas religiosas.

La tragedia de este país es que un sistema educativo, diseñado para dar a todos los niños igualdad de oportunidades, en la práctica ha exacerbado la estratificación de la sociedad.

Lo curioso es que este país existió, no es otro que Estados Unidos en la década de 1970 y fue descripto con estas palabras por Milton Friedman en su clásico libro “Libertad de elegir”. Más curioso aún es el parecido con la realidad educativa que hoy nos toca vivir.

Por ello, dado que muchas familias están realizando importantes esfuerzos económicos para proveer una mejor educación a sus hijos, ¿no es razonable que el gobierno las apoye instrumentando un plan similar a ProCreAuto que se los facilite?

Por ejemplo, un plan en el cual participen escuelas que otorguen becas que reduzcan las matrículas, en una proporción similar a como lo han hecho las

terminales automotrices, para aquellas familias que por sus bajos ingresos califiquen para el programa y opten por tomar parte del mismo. El gobierno podría transferir mensualmente a los colegios el importe de la cuota de los alumnos participantes, estableciendo una forma de repago consistente con la realidadeconómica de familias de bajos ingresos.

Televisión para todos, autos para muchos: No existe razón alguna para que tan sólo unos pocos privilegiados puedan elegir el tipo de escolaridad a la cual accederán sus hijos. Un plan de estas características no atentaría contra la educación pública; al fin y al cabo nadie está obligado a endeudarse para educar a sus hijos en una institución privada existiendo educación pública gratuita. De hacerlo estaría enviando un mensaje a la sociedad; probablemente el mismo que durante años han enviado incontables miembros tanto del poder ejecutivo, en todos sus niveles, como del poder legislativo, al elegir educar a sus hijos en escuelas privadas mientras defienden férreamente el derecho del resto de sus compatriotas de no ser expuestos frente a esta decisión.
 

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