Egoismo: ¿El motor de la humanidad? Primera Parte
Ricardo Valenzuela


  Durante años me he resistido a tocar este tema puesto que es algo que, en sociedades como la nuestra, se utiliza como el arma más efectiva en contra de nuestras libertades. Hace unas semanas tuve la oportunidad de ver una entrevista al cantante, Pedro Fernández, y ante la pregunta de qué haría en el caso de ganar la lotería, inició una incoherente perorata exponiendo la injusta situación social de México y, desde luego, seguida de su receta para lograr un mundo justo e igualitario procediendo a la santa redistribución de la riqueza, por lo cual, afirmaba él repartiría su premio entre los pobres.
                       
            Afirmaba Von Mises que motivación en toda acción del ser humano, es abandonar un estado insatisfactorio para buscar otro de mayor satisfacción. El individuo actúa, como escribió Jefferson, para ir en la búsqueda de su felicidad y su destino. Caso contrario, se sumiría en la inercia que es lo que sucede cuando las sociedades se someten aceptando sus desgracias y culpando a otros por ellas.
 
            El egoísmo es inherente al ser humano y es además, el motor de su vida. Originalmente no se le etiquetaba, no se hablaba de un egoísmo "bueno" y otro "malo," porque son juicios de valor. El egoísmo, simplemente es. El egoísmo es natural en el ser humano e inclusive, cuando se maneja positivamente, hay quienes lo identifican con una sana autoestima y encontraremos su definición en los diccionarios como: “La preocupación por nuestro bienestar personal.”
 
            Al nacer somos por naturaleza egoístas y aunque lo seguiremos siendo—requisito para sobrevivir—, una de las funciones de la educación es la de hacernos comprender que además de nosotros, existen otros seres humanos y necesitamos tanto de ellos como ellos nos necesitan y así, nacía la división del trabajo. “Supuestamente” se nos enseña a negociar nuestro egoísmo. Pero la realidad es que nos convencen ser el peor de los pecados que nos convierte en brutos, para luego presentarnos como "virtud" lo opuesto al egoísmo: el altruismo, y así se inicia el tejido de una red de culpa.
 
            A ese esquema mental llegamos después de muchos años de “educación.” Pero la verdadera intención de nuestros maestros, e inclusive, la de nuestros padres (ya programados) y nuestra iglesia, nunca fue la de encausarnos para conducir nuestro egoísmo por la buena senda. El objetivo era convertirlo en esa cruel conciencia que, las 24 horas nos grita; ¡gusano pecador! Luego, pasar a sofocarlo bajos las garras de lo que se llama altruismo o penitencia puesto que, la forma más eficiente de control del ser humano, es la culpa.
 
            El plan educativo "social" tiene como objetivo el que estemos conscientes que somos malos y egoístas. Este plan ha sido muy exitoso, pero ¿exitoso para quién? Nos lleva a reconocernos como egoístas y justificarlo, aunque sea con algo de culpa, pero nunca justificamos el de los demás y los condenamos por no ser altruistas. Esta es la victoria de la educación socialista en la que hemos sido formados la cual, trasmitimos a nuestros hijos.
 
            El egoísmo, normalmente es visto como aquella actitud por la cual sólo me importa mí persona y no me interesa lo que pueda pasarle al resto del mundo. Tal vez por ello el filosofo Tertullian escribió: “Aquel que vive para sí mismo, al momento de su muerte le hace un gran bien a la humanidad.” Pero, Ralph Waldo Emerson le reviraba: “Engancha tu carreta y apúntala hacia las estrellas.”
 
            Nos hemos educado en una sociedad que lo condena. Hay infinidad de cosas se entienden por egoísmo, pero la más popular es su concepción peyorativa: Aquella que nos acusa de pensar, sentir y actuar solamente en beneficio de uno y para uno mismo. Efectivamente, el egoísmo mal conducido y sin reglas claras que lo dirijan puede ser fatal, pero ello es solo una faceta.
 
            Cierto, la mayor parte del tiempo pensamos en nosotros mismos. Pero también pensamos en nuestros seres queridos, amigos etc. Y así, podemos llegar a incluir la sociedad entera. Inclusive, cuando ofrecemos la vida por un ser amado, también somos egoístas y el mejor ejemplo, son los suicidas musulmanes que actúan en busca del paraíso prometido. Realizamos un acto egoísta porque, como explican los autores de la Escuela Austriaca de Economía, es nuestro interés que la vida del prójimo continúe en lugar de la nuestra. Desde esta perspectiva, los actos que acostumbramos a denominar "altruistas," son, en realidad egoístas.
 
            Cuando escuchamos alguna persona afirmar que su conducta es cincelada por “el temor a Dios,” nos encontramos ante la expresión más flagrante de ese tipo de egoísmo. Es decir, esas personas actúan bajo el egoísmo de evitar la condena. Tal vez por ello Calvin aseguraba la salvación se logra, no como un acto comercial, sino deshaciéndonos del temor a la condena para llegar a ser más auténticos.
 
            En una sociedad abierta, el egoísmo desarrolla una función social que no cumple el socialismo. Adam Smith, exponía cómo a través de actos egoístas, el individuo prospera y promueva la prosperidad de otros. El vendedor, si quiere lucrar debe satisfacer al comprador. Para satisfacer su egoísmo, debe satisfacer el egoísmo de sus clientes. En el capitalismo, nadie puede prosperar si no se satisfacen mutuamente los egoísmos propios. Si el comerciante vende pescado podrido, se queda sin clientes y si persiste en su actitud, en poco tiempo irá a la quiebra. Es lo que Shumpeter llamaba la “creativa destrucción de los mercados.” Ayn Rand, diría que el vendedor actuó bajo un egoísmo irracional.
 
            Pero Rand fue más lejos cuando escribió: “Hay dos tipos de hombre. El del ego, autosuficiente, seguro y de juicio independiente—y el parásito espiritual, el dependiente que rechaza la responsabilidad de juzgar o actuar. El uno, cuyas convicciones, valores, y propósito son producto de su propia mente—y ese parásito que es moldeado por otros. El hombre que vive por su propia causa, y el colectivista de espíritu que considera no merecer lo que otros y acude al estado por migajas. El creador cuya motivación es interior—y el otro, cuyos movimientos se provocan sin ese motor interno.”
 
            Ese egoísmo racional construyó la sociedad occidental moderna ahora en peligro de extinción ante las ideas intervencionistas. En el capitalismo democrático hay un egoísmo social que, apoyado en la propiedad privada de los medios de producción, mejora la condición de todos, incluyendo los que menos tienen pues cuando sube la marea, todos los botes lo hacen con ella. En términos objetivistas, este es el egoísmo racional. El egoísmo natural del hombre pero guiado por la razón y sus valores éticos, morales, espirituales.
 
            Cuando entrego limosna al pordiosero, estoy actuando egoístamente: la satisfacción de él llena mi ego y produce mi propia satisfacción. Y es más grande esa satisfacción, como el caso de gobiernos, cuando lo hago con dinero injustamente expropiado a otros. El sacerdote, Anthony de Mello, escribió extensamente al respecto exponiendo cómo la caridad, a nivel mundial se ha convertido en programas de relaciones públicas. También procedo egoístamente cuando ataco a alguien en defensa propia, por venganza, etc. Estos serían ejemplo de ambos, egoísmo racional e irracional.
 

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