El principito
Agustín Laje
Escritor. Galardonado con el Premio a la Libertad 2012,
otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
La lógica monárquica −en la que el poder se transmite con
arreglo a la sangre− ha determinado al kirchnerismo desde que Néstor Kirchner
usó a su mujer para quitarse de encima a Eduardo Duhalde en las elecciones
legislativas del 2005, en las que Cristina derrotara a Chiche Duhalde en una
contienda que tenía de trasfondo el divorcio político de sus respectivos
maridos.
Lo que sigue es bien
conocido: en 2007 Néstor entrona a su mujer como Presidente formal de la
Argentina, pero aquél continúa ejerciendo el poder real de la Nación; crea,
además, la organización juvenil La Cámpora, frente a la cual coloca a su propio
hijo, y elabora un plan basado en la alternancia familiar en el poder, plan que
se ve estropeado por la inesperada muerte del caudillo patagónico.
A pocos meses de las
PASO, nunca ha sido tan evidente que el ideal monárquico sigue corriendo por
las venas kirchneristas. Sin un candidato proveniente del núcleo duro y sin
definiciones concretas a la vista por ahora, la desesperación lleva a muchos a
fantasear que en Máximo Kirchner, un inefable personaje completamente
desprovisto de habilidad política y carisma, se encuentra la garantía de la
continuidad. La sangre es la fuente y la garantía del poder, como en las
monarquías.
Ya lo hemos dicho en
otras oportunidades, y hemos dedicado varias páginas de Cuando el relato es una farsa al estudio del hijo de Néstor y
Cristina: el mito de Máximo como un “diamante en bruto” que está guiando desde
las sombras el “proyecto” y que está siendo reservado para hacer ingreso a la
arena política en el momento justo, no es más que eso: un mito.
La verdad es muy
distinta. Máximo es un muchacho de 38 años que fracasó en cuanta carrera
universitaria pretendió estudiar, que se “gana la vida” administrando la
fortuna de sus padres (es el único “trabajo” que se le ha conocido), y que
jamás participó en política antes de haber recibido la estructura ya armada de
La Cámpora.
Máximo fue puesto a
prueba por primera vez a mediados de septiembre del año pasado, cuando dio su
único discurso público tras haber tomado clases intensivas de oratoria por lo
menos desde el año 2008. ¿El resultado? Malo tirando a pésimo. Por supuesto que
los alcahuetes rentados de la televisión pública y el periodismo que vive de
sobres le dedicaron los más elogiosos comentarios. Pero la verdad está a unos
pocos clicks y basta con buscar el video en Internet para volver a verlo: el principito
se nota nervioso, incómodo, confunde las palabras, le tiembla la voz, arma
oraciones sin coherencia ni cohesión y sobreactúa demasiado los énfasis.
Por esos días, se
fantaseaba que Máximo podía hacerse como su padre, desde el sur, empezando con la
intendencia de Río Gallegos. Pero bastó un primer relevamiento para comprender
que al primogénito de Néstor no lo votarían ni los amigos. Hoy, no obstante, se
vuelve a la carga con lo mismo y el debate político está girando en torno a una
posible candidatura de Máximo.
Ocho meses ya pasaron de
aquel acto camporista, y Máximo no volvió a ser orador de ningún acto. Su
siguiente aparición pública fue hace apenas algunos días, en la “entrevista”
(si así puede llamarse al hecho de conceder al poder una vía para limpiarse)
que Víctor Hugo Morales le hizo por Radio Continental para el que hijo de la
Presidente tuviera un micrófono amigo a través del cual negar, sin correr el
peligro de ser repreguntado, la existencia de sus cuentas bancarias secretas en
Estados Unidos y las Islas Caimán.
Máximo necesita un
puesto con urgencia. Los muchachos de La Cámpora claman “que compita por
cualquier puesto”. Y si es uno con fueros que lo protejan del accionar de la
Justicia, mejor. En efecto, tanto él como su madre los necesitarán cuando el
poder del que hoy gozan empiece a diluirse y las causas judiciales empiecen a
llover.
El principito ya le dijo
a Víctor Hugo Morales que “uno está donde los demás piensen que puede servir”,
dejando entrever que su madre, que es precisamente quien está manejando el
timón de la campaña, está viendo qué lugar asignarle.
El único capital
político de Máximo, guste o no, es su apellido. Lamentablemente para CFK, con
eso no alcanza para convertirlo en presidenciable.
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