Avaricia, poder e igualdad
Armando Ribas
Abogado, profesor de Filosofía Política, periodista, escritor e investigador. Nació en Cuba en 1932, y se graduó en Derecho en la Universidad de Santo Tomás de Villanueva, en La Habana. En 1960 obtuvo un master en Derecho Comparado en la Southern Methodist University en Dallas, Texas. Llegó a la Argentina en 1960. Se entusiasmó al encontrar un país de habla hispana que, gracias a la Constitución de 1853, en medio siglo se había convertido en el octavo país del mundo.


  “El gobierno en su mejor estado, es un mal necesario y en su peor estado, intolerable”.
                                                Thomas Paine
 
  Cada día es más evidente que la mejor forma de hacerse rico es repartiendo y no creando riqueza. Es a mi juicio una supuesta lucha entre la avaricia y la generosidad. Esa antítesis ética es en la que se desenvuelve aparentemente el mundo moderno y en particular en nuestra supuesta Civilización Occidental y Cristiana. Recordemos que si bien podemos discutir la existencia de esa civilización, a ella, mal que le haya pesado a mi ex profesor Samuel Huntington la América Latina también pertenece.
 
    Y cuando me refiero a la Civilización Occidental, voy a insistir en que la misma es una decidida falacia de la historia de la política y la filosofía política Occidental. En el reconocido Occidente geográfico que por supuesto se genera en Europa e incluye a Estados Unidos surgieron dos filosofías políticas antitéticas. De la de Europa continental surgió el totalitarismo y de la Inglaterra y Estados Unidos la libertad. A partir de esa disyuntiva ideológica surgieron el liberalismo y el socialismo como sistemas políticos antitéticos. No obstante esa realidad en la que se desenvuelve la antítesis entre los derechos individuales y los falaces derechos sociales, todavía hay autores que pretenden considerar ambas fuerzas como complementarias.    
 
    Hasta que apareciera esa dicotomía filosófica, en Europa privaba el autoritarismo monárquico sustentado en el supuesto derecho divino de los reyes. Esa falacia que privara durante la Inquisición y después en el continente, continuó en Inglaterra con el anglicanismo hasta la caída de James II Stuart en la Glorious Revolution de 1688. Fue en razón de esa realidad que los pilgrins emigraron a América en busca de libertad. Pero al respecto vale rescatar las palabras de David Hume: “Tan absoluta era la autoridad de la Corona, que la primera chispa de libertad había sido encendida y fue conservada por los puritanos; y fue a esta secta cuyos principios aparecen tan frívolos y hábitos tan ridículos, que los ingleses deben la total libertad de su constitución”.
 
   Fue en Inglaterra entonces donde surgieran los primeros principios filosóficos políticos de donde surgiera el sistema político que permitiera la libertad y la creación de riqueza por primera vez en la historia. Esas ideas surgieron fundamentalmente de John Locke, David Hume y Adam Smith. La primera premisa de las mismas fue como lo reconoció Locke el derecho del hombre a la búsqueda de la propia felicidad. Seguidamente se aceptó la tesis de Hume respecto a la imposibilidad de cambiar nada en la naturaleza humana, por tanto si se quieren cambiar los comportamientos era necesario cambiar la situación y las circunstancias. Y por último pero no menos importante la concepción de Adam Smith respecto a que el individuo en la persecución de su propio interés hace mejor a la sociedad que los que pretenden actual por el bien público. “La mano invisible”.
 
     De las anteriores concepciones surgió el liberalismo, como antítesis ideológica del socialismo. La falacia del bien público se engendró por primera vez en la Revolución Francesa de 1789, a partir de la supuesta diosa razón. Fue el intento de Rousseau de hacer un hombre nuevo, y el pacto social el cual le daba al cuerpo político poder absoluto sobre sus miembros, bajo la dirección de la voluntad general, la soberanía.
 
    En esa línea continuó Kant quien fundamentalmente consideró que la búsqueda de la propia felicidad era inmoral pues no se hacía por deber y sino por interés. Por ello el comercio era inmoral. Y con respecto a la sociedad determinó que el poder soberano solo tiene derechos en relación a sus súbditos y no deberes coercibles. En es línea sigue Hegel quien consideraba que “El estado era la divina idea tal como se manifiesta sobre la Tierra”. Y en consecuencia el individuo solo tenía razón de ser como miembro del estado. Por ello la guerra era el momento ético de la sociedad.
 
    Y llegó Marx quien tomara conciencia de que la burguesía había creado riquezas por primera vez en la historia, pero seguidamente consideró al sistema como capitalismo, que lo descalificó éticamente como la explotación del hombre por el hombre. Entonces en búsqueda de la igualdad debía llegar la dictadura del proletariado en la lucha de clases, y abolir la propiedad privada. En esas condiciones preveía la desaparición del estado.
 
    No obstante esa realidad Eduard Bernstein en su obra “Las Precondiciones del Socialismo” confundió al liberalismo con el socialismo y dijo: “No hay ningún pensamiento liberal real que no pertenezca también a los elementos de la idea del socialismo”. Partiendo de esa confusión llegó a la conclusión de que al socialismo se podía llegar democráticamente y sin revolución. Y aquí está planteada la falacia ética entre la avaricia de los que crean riqueza y la generosidad de los que la reparten.
 
   Recientemente en un artículo de Foreign Affaire “Capitalismo  y Desigualdad” Jerry Muller sostiene que la desigualdad es un  inevitable producto de la actividad capitalista. Por tanto igualmente considera que el sistema del estado de bienestar es la solución democrática a las desigualdades generadas por el capitalismo. Esta conclusión ignora que la actual crisis europea se debe precisamente al estado de bienestar, que es el producto de la social democracia vigente en la Unión Europea. Pero ignora asimismo que el sistema no es económico sino ético, político y jurídico, y la economía es el resultado. Y donde no se respetan los derechos de propiedad no hay creación de riqueza. Y el capitalismo no es el que genera la desigualdad sino que ésta resulta fundamentalmente de la naturaleza humana, que se manifiesta económicamente.
 
    Más recientemente en su nuevo libro Capitalismo del Siglo XXI Thomas Picketty sostiene que cuanto mayor es la tasa de retorno del capital menor es la tasa de crecimiento de la economía, y consiguientemente se genera mayor desigualdad. Parece que tampoco se ha ocupado de ver las causas de la crisis europea. Pero peor aun que como bien señala Richard Epstein aun en los Estados Unidos en nombre de la igualdad se están violando por la Suprema Corte los principios liberales de la Constitución. Ello habría causado la crisis del 2.009 y las dificultades pendientes cuando el gasto público alcanza ya al 36% del PBI.
 
     En nombre de la igualdad y la supresión de la avaricia se pretende ignorar que existe una correlación inversa entre la tasa de crecimiento económico y el nivel del gasto público respecto al PBI. Podría considerar que la causa de esa correlación inversa se deriva por una parte de la demagogia implícita en un gasto improductivo, y por la otra de la corrupción del poder político que surge de la avaricia implícita de los gobernantes. Ahí tenemos la Unión Europea que no crece y donde prevalece un gasto público que ronda el 50% del PBI. Y  en América Latina donde reina la izquierda tenemos  los casos más recientes los de Bachelet en Chile, de Dilma Rouseff en Brasil y ni que decir de Venezuela. Y si bien en Cuba no se ha logrado el poder democráticamente ahí tenemos en nombre de la izquierda la riqueza de los Castro y la pobreza del pueblo cubano.
   
     
 

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