una votacion que denotara el ADN argentino
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Más de 17 millones de personas cobran todos los meses algún beneficio o subsidio de la ANSES, y el número sigue en aumento. Así, la vida de casi el 45% de la población total depende del pago en tiempo y forma que haga un organismo que, a pesar de su origen dedicado a lo previsional, pasó a tener muchas otras funciones.
Estos pagos mensuales casi triplican las 6,5 millones de personas que cobraban en 2003 de la ANSES. Así, por ejemplo, el número de jubilados se duplicó (pasó de 3,2 millones a 6,3 millones), el de las pensiones no contributivas casi se quintuplicó (de 344.000 a 1,5 millón) y se agregaron 3,6 millones de AUH y más de medio millón jóvenes de Progresar.
Según el Presupuesto 2015, la ANSES dispone este año de $ 449.530 millones para afrontar todos esos pagos. Es el 35,8% del gasto total, equivalente a casi el 13% del PBI.
Este informe, que elaboró sobre bases absolutamente oficiales,  el periodista Ismael Bermúdez, es una fotografía del fracaso argentino y del fracaso de la administración K. También una radiografía sociológica del “yo” argentino.
En efecto lo que el gobierno y gran parte de la sociedad considera como un “activo” del modelo y como algo positivo para el país, otros –entre ellos nosotros- lo consideran la prueba palmaria de que el “modelo” y este estilo económico ahogan la libertad, le ponen un límite a los sueños y al crecimiento personal, cancelan las ambiciones y someten a la sociedad a una dependencia servil del Estado, muchas veces manifestada en el clientelismo político y en la pusilanimidad electoral.
Casi la mitad del país dependiendo de la cuchara del Estado para acceder a un mínimo nivel de vida. Ni la creatividad personal, no el ingenio, ni la interrelación económica con sus semejantes le otorgan a esta gente los ingresos dignos para vivir. No. Es la mano del Estado la que le alcanza sus raciones.
Para un determinado punto de vista –que desde aquí sostenemos, naturalmente- no habría que aportar muchas más pruebas para demostrar el fracaso de una modalidad económica basada poco menos que en la limosna.
Un programa económico (si es que se le puede llamar así) que en doce años no ha sido capaz de generar las condiciones mínimas necesarias para que la gente se valga por sí misma, sea independiente y recupere su soberanía individual, el gobierno sobre su propia vida, sobre sus sueños y sus horizontes, es lisa y llanamente un fracaso.
Y es tal la brecha de interpretación que sobre esto hay entre estas dos visiones de la vida y del mundo, que la otra teoría (la que ha gobernado la Argentina la última década) no solo no considera esto como un fracaso sino que ubica en la multiplicidad de planes y beneficios que el Estado reparte la prueba palmaria de su éxito.
Cuando dos ideas encuentran en la misma evidencia, unos la demostración del éxito de un programa y el otro la demostración del fracaso, es evidente que se está ante ideas tan antitéticas que su convivencia se hace poco menos que imposible.
Y parte de lo que se somete a votación este año es de qué fibra está hecho el pueblo argentino, cual es la trama de su disposición y de su coraje y cuál su postura frente al servilismo y la conformidad.
El gobierno viene desarrollando una fuerte campaña de miedo, consistente en trasmitir el mensaje de que si el kirchnerismo dejara el gobierno estos “beneficios” se perderían. Ese es el emblema más importante de su campaña electoral. Apela con eso a la idea de que los argentinos deben conformarse con “esto” (lo que es una manera de decirles que el gobierno cree que “esto” es para lo que están, “esto”, es para los que les “da”). Se trata, en el fondo, de una gran subestimación y de una ofensa horrible.
Pero las ofensas solo ofenden a aquel que es susceptible de ser ofendido. Si ese a quien están ofendiendo considera que lo que le hacen no es una ofensa, pues el “ofensor” se saldrá con la suya.
Y esta me parece que es la “asociación ilícita” que hay entre al menos parte de la sociedad y el gobierno: éste sabe que cuenta con la suficiente tendencia a la “comodidad” de esa parte de los argentinos y éstos saben que el gobierno precisa de ellos para ganar.
Obviamente quienes salen perdiendo son los ciudadanos privados, porque los funcionarios que alcanzan el poder gracias al voto procedente de ese pacto tácito, utilizan luego ese poder para volverse personalmente millonarios, mientras los millones de infelices que los votaron se debaten entre las miserias de un “plan”, en lugar de haber apostado a la aventura de alcanzar los sueños del progreso.
Por eso estas cifras son muy útiles para reflejar qué tipo de sociedad somos, qué cosa consideramos un éxito, qué cosa un fracaso y cómo nos paramos frente a la aventura de vivir.
Hoy la respuesta a esos interrogantes es categórica: el gobierno ha sabido decodificar magistralmente ese ADN argentino, mezcla de comodidad, miedo al fracaso y falta de ambiciones. Su estrategia ha sido exitosa en diseñar un programa de dádivas que conforma las mínimas seguridades de un conjunto decisivo de los electores y en base a ellas avanza. Por eso no le importan la inflación, ni el funcionamiento normal de las instituciones económicas: espera taparle a todos la boca con rollos de billetes impresos en las máquinas que maneja el propio gobierno.
Mientras el pueblo, en una radiografía malsana de una vida berreta, parecería repetir aquellos finales inolvidables de Tato Bores: “vermut con papas fritas y good show…”
 

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