El tridente en el sube y baja: Macri se fortalece, Scioli se kirchneriza y Massa va por el peronismo
Hugo Grimaldi
BUENOS AIRES, may 02 (DyN) - Tal como se han alineado los planetas de la política argentina durante los últimos días, el 5 de julio ha pasado a ser ahora un próximo escalón más que relevante en las elecciones, casi un Día D, ya que en esa jornada se votará en dos distritos clave para elegir un nuevo jefe de Gobierno porteño y otro mandatario para la provincia de Córdoba.
Si bien antes habrá elecciones de gobernador en Salta, Santa Fe, Río Negro, Mendoza y Tierra del Fuego, cada cual con cruces de los candidatos nacionales, la importancia de la fecha está en que de esos comicios locales van a ser protagonistas indirectos dos de ellos, quienes hoy buscan desplazar al gobernador Daniel Scioli del primer lugar en las encuestas: Mauricio Macri, el gran ganador de las PASO porteñas del domingo pasado y Sergio Massa, quien relanzó este viernes su campaña, tras cerrar una alianza con el gobernador José Manuel de la Sota.
Tal como se ha dicho en esta columna hace un par de meses, cuando Macri le había sacado alguna ventaja a Scioli en la grilla de las preferencias de los ciudadanos, ahora se constata la situación inversa, aunque tampoco hay que dar a estas nuevas mediciones como definitivas.
Ni mucho menos hay que dar por seguro tampoco el actual tercer puesto de Massa, quien necesitaba salir del cono de sombras, incluido el anímico, en el que había caído después de las elecciones PASO de Mendoza y Santa Fe y por el gran papelón que sufrió en la Capital Federal, donde su candidato ni siquiera pudo acceder a la compulsa final.
En tanto, el gobernador bonaerense, quien está empeñado en mostrarse cada día más cercano al gobierno nacional para que se lo habilite en la interna que está seguro de ganar, mirará ese día de julio otra vez todo desde afuera y decidirá si vuelve a poner la misma cara de estupor que tenía el domingo pasado, cuando el escenario de camporistas, con él en primera fila, festejaba haber perdido las primarias de la Capital Federal.
Cada una de las tres puntas del tridente que apunta a la sucesión de Cristina Fernández ha definido en los últimos días aún más sus perfiles y aunque seguramente todos le van a dar algún golpe de horno final a los discursos, ya es difícil que se puedan apartar de sus roles:
a) Scioli, quien se presenta como un peronista más tradicional y menos populista que la Presidenta, está por estas horas férreamente empeñado en conseguir el voto K para ver si puede ganar en primera vuelta y, aunque se empecina y a veces sobreactúa, todavía se le nota demasiado que le cuesta transmitirlo;
b) Massa, quien apunta a romper la actual polarización soplándole primero al bonaerense a los peronistas moderados o independientes que puedan ver en él una continuidad ideológica y de lazos con los que se van, mientras busca robarle votos al jefe de Gobierno porteño diciendo que su futuro es “ajuste y helicóptero” y
c) Macri, quien representa una centro-derecha necesariamente moderada por los radicales de Ernesto Sanz y por Elisa Carrió, un núcleo que se dice republicano y a quienes sus dos rivales buscan pegotear con el antiperonismo -pese a Carlos Reutemann y a los justicialistas que hay en el PRO- y con la Alianza.
No obstante, como en política siempre hay margen para hacer retoques o para producir nuevos golpes de efecto, seguramente habrá más posibilidades de conseguir nuevos impactos con la nominación de los vicepresidentes o con las demás performances provinciales, pero como las dos elecciones de julio serán por los porotos es necesario destacarlas, ya que ambas significan muchas cosas mirando a octubre.
En la Capital Federal, el PRO obtuvo el domingo pasado un resonante apoyo de 47,3% de los votos emitidos y Macri un triunfo personal avasallante, ya que el candidato que él eligió a dedo por su trabajo en la Ciudad (Horacio Rodríguez Larreta) fue convalidado por los votantes en la interna, nada menos que por 60% a 40% de la senadora Gabriela Michetti. Esa vidriera le sumó al presidenciable, más allá de su fama en el gerenciamiento de equipos de trabajo, una veta que nunca antes había mostrado en tal plenitud, la de armador y conductor de la política.
El segundo lugar fue para ECO (22,3%), un conglomerado que surgió de la confluencia de la Unión Cívica Radical, la Coalición Cívica-ARI, el socialismo y Confianza Pública, el partido de la ex ministra de Salud, Graciela Ocaña. Dentro de la interna, ocho de cada diez ciudadanos le encomendaron al ex ministro de Economía, Martín Lousteau (17,8%) que sea quien represente al progresismo en la Ciudad.
En tanto, la tercera fuerza conjunta fue el Frente para la Victoria (18,7%), mientras que el camporista Mariano Recalde obtuvo el pase para competir en las definitivas ya que, aunque salió cuarto en términos de apoyo a los precandidatos (12,3%), recogió 65% de los votos del espacio kirchnerista.
Lo que se va a jugar en la CABA es, más allá de la conformación de la Legislatura porteña en la que el PRO, sin mayoría propia, debió negociar sobre todo con el FPV, saber si Rodríguez Larreta podrá ganar en primera vuelta, ya que debería obtener 50% más un voto. También será relevante conocer cuál será la segunda fuerza la que, como siempre sucedió en la Capital, debería ir a un balotaje con el PRO.
Lo de Lousteau fue muy meritorio pero tiene dos contrapesos. En primer lugar, hasta ahora no ha presentado equipos que puedan reemplazar a los que el gobierno actual consolidó durante ocho años y segundo, que sus padrinos son los mismos que apoyan a Macri en la carrera nacional. Si logra acceder a la segunda vuelta con un porcentaje superior a 30%, en la final del 19 de julio con los votos del kirchnerismo y de la izquierda podría complicarle la reelección al PRO.
Por su parte, Recalde deberá remar contra el prejuicio de la mayoría de los porteños que no quieren escuchar hablar de kirchnerismo y mucho menos de La Cámpora. En aquella afiebrada noche del festejo de aquello que no fue, el titular de Aerolíneas Argentinas pronunció una frase típica del relato K, del mismo tono que las que usa el Gobierno para confundir sobre las mediciones de la inflación o el cepo: “sabemos que la gran mayoría de los porteños votó por un cambio”. Cuando realidad y verdad confluyeron, apenas tres horas después y ya con los números conocidos, el papelón se hizo mayúsculo.
En tanto, para atajarse sobre la posibilidad de no ganar en la primera vuelta, Rodríguez Larreta ha dicho que él no se impone pasar el 50%, ya que con modestia recuerda que siempre hubo balotaje en la Ciudad pero, si esto ocurre, como esperan en la intimidad los dirigentes del PRO, Macri va a recibir el primer domingo de julio otro espaldarazo fundamental de cara a octubre.
Ese mismo día, el jefe de Gobierno porteño se juega otra parada brava en Córdoba, elección a la que ahora se ha sumado Massa, tras su arreglo para ir a las PASO nacionales de octubre con de la Sota. El gobernador auspicia a Juan Schiaretti como su sucesor; en tanto, el radicalismo en alianza con el macrismo y el partido de Luis Juez, propone a Oscar Aguad, mientras que el FPV nacional impulsa al intendente de Villa María, Eduardo Accastello, un candidato al que de la Sota, jugando a dos puntas hasta último momento, intentó frenar con charlas informales en la mismísma Casa Rosada.
Lo importante que ahora suma Córdoba es que, con la aparición de Massa, en esa provincia se darán en esa jornada las tres vertientes de lo que luego será el enfrentamiento nacional, por lo que el de la provincia mediterránea será un test bien interesante y más abierto que el porteño para medir las fuerzas y sobre todo, para saber si la dispersión de los peronistas es aprovechada o no por la confluencia de la UCR y el PRO.
Mientras ocupe el tercer lugar nacional, como le ocurre ahora, a Massa se le cierran las posibilidades, ya que es casi seguro que sus chances van a crecer exponencialmente si logra ingresar al balotaje contra cualquiera de los otros dos candidatos. El sostiene que si es contra Macri, recibirá los votos peronistas y que si pelea contra Scioli, lo votarán los antikirchneristas. “Les quiero contar un secreto… voy a ser presidente de la Nación”, confió el 1° de mayo en uno de los tramos de su discurso en el estadio de Vélez Sarsfield.
Justamente, para mostrarse dominador en los dos frentes, en esa alocución le apuntó a Macri, pero abundó en críticas especiales para Scioli, a quien llamó “lorito servil”. También Massa aprovechó que el gobernador bonaerense había señalado a La Nación en un reportaje televisado en el que se lo vio muy incómodo, errático y bastante huidizo a la hora de hablar de temas urticantes, (como del general César Milani, del cepo cambiario o de su respaldo a la negociación de la deuda), que quienes integran La Cámpora son “jóvenes con afinidad por estas políticas que le han dado a la mayoría del pueblo argentino avances significativos en materia laboral”, para asegurar que prometía “barrer” del Estado “a los ñoquis” de dicha organización.
Si hay algo en lo que, por ahora y desde el discurso, no se diferencian demasiado es en el tratamiento gradualista que pretenden darle todos a la transición económica. Los tres saben que la política económica no para de embarrar la cancha y que de aquí a diciembre el terreno puede ser un lodazal, pero salvo algunas expresiones de mayor o menor apuro en sacar el cepo (Macri) o en bajar el impuesto al trabajo de las personas (Massa) o las retenciones al trigo y a las economías regionales (ambos), se manifiestan en general más por el gradualismo que por el shock.
Políticos al fin, no quieren darle malas noticias a los votantes y la palabra “ajuste” no se les escucha en los discursos, sobre todo para decir que habrá que ordenar sí o sí los desaguisados que ejecuta el Gobierno (déficit, emisión, endeudamiento caro, dólar atrasado, inflación, paritarias condicionadas, etc.). Los tres candidatos buscan eufemismos para disfrazar lo que necesariamente vendrá y no dicen de qué se trata, aunque saben no hay nada peor para el dolor que producen los ajustes que demorarlos.
Si de tridentes se habla, Macri, Massa y Scioli no son Tévez, Messi y Agüero, son políticos. Gerardo Martino hoy la tiene mucho más fácil, ya que él dispone de tres o más genios creativos, jugadores de equipo que son capaces de seguir un libreto, pero también de sacar conejos de la galera. Este es un activo que los ciudadanos hoy no tienen a mano, ya que en octubre deberán elegir a uno de los tres, tratando de equivocarse lo menos posible. En el mundo individualista de la política no suele haber espacio para jugadores complementarios.
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