Una buena innovación latinoamericana
Andrés Oppenheimer
Columnista del Miami Herald/el Nuevo Herald. Fue miembro del equipo ganador del Premio Pulitzer, y ha recibido el Premio Ortega y Gasset, Premio Rey de España y el Emmy.


Hay una interesante innovación en el campo de la educación que se está desarrollando en varios países latinoamericanos: una empresa está pagando por la educación universitaria de miles de jóvenes a cambio de su compromiso de devolverle un pequeño porcentaje de sus salarios una vez que consigan trabajo.
Lumni, un fondo de inversión educativo que se auto describe como “un pionero en la financiación del capital humano”, ya ha financiado los estudios universitarios de 7,000 jóvenes en Chile, Colombia, México y Perú. También ha iniciado un programa piloto con 27 estudiantes en Estados Unidos.
La gran pregunta es si esto constituye una buenísima alternativa para los millones de estudiantes que no pueden pagar una buena educación superior o mantenerse mientras estudian en universidades publicas, o — por el contrario — si estamos ante un mecanismo que, sin la regulación adecuada, podría condenar a los estudiantes a una suerte de esclavitud financiera.
Bajo este nuevo sistema, a diferencia de los préstamos bancarios, los estudiantes que obtienen un trabajo después de graduarse solo pagan un porcentaje fijo de sus ingresos — típicamente entre el 10 y 15 por ciento — por un período que usualmente no excede seis años.
Los estudiantes solo están obligados a pagar durante el período acordado mutuamente, independientemente de la cantidad que hayan pagado al finalizar el contrato, dicen los directivos de la compañía. Si el graduado consigue un buen empleo y gana una fortuna, gana Lumni. Si el graduado no consigue empleo o consigue un empleo mal pago, pierde Lumni.
No hace falta una garantia bancaria, ni co-firmantes, ni pago de intereses, sólo un contrato comercial entre Lumni y los estudiantes. Si los estudiantes no pagan su deuda una vez graduados y empleados, pueden ser llevados a la corte para que paguen su deuda.
“Nosotros no prestamos dinero, invertimos en los estudiantes”, dice Felipe Vergara, co-fundador de Lumni. “Con nosotros, los estudiantes pueden reducir el riesgo de no encontrar un trabajo o no ganar un buen sueldo después de graduarse. Compartimos los riesgos, y también compartimos las ganancias”.
Algunos estudiantes que no obtienen empleos bien remunerados terminan pagando menos dinero del que han recibido, pero la mayoría termina pagando más, dice Vergara. De esa manera, Lumni puede seguir siendo rentable y atraer a nuevos inversionistas, agregó.
¿Por qué no alentar a las empresas a donar becas, en lugar de invertir en este tipo de acuerdos de ganancias compartidas?, le pregunté a Vergara.
“Si le pides a una corporación que done becas, puede que te donen dinero para 10 estudiantes. Pero si les ofreces una inversión rentable en la educación de los estudiantes, te van a pagar los estudios de 100 o 200 estudiantes”, respondió.
Algunos expertos en educación ven este sistema como una excelente alternativa para América Latina, en parte porque muy pocos países de la región ofrecen préstamos accesibles para estudiantes.
“En una región donde menos del 20 por ciento de los estudiantes se gradúan de la universidad, cualquier innovación que expanda las oportunidades de financiación de los estudiantes de menores recursos es bienvenida”, dice Gabriel Sanchez Zinny Jr., autor de “Educación 3.0: La lucha por el talento en America Latina”.
“Es muy dificil expandir masivamente la educación únicamente mediante la filantropía”, agrega.
Otros son más escépticos, señalando que algunos de los países más desarrollados, como Finlandia, no solo ofrecen educación gratuita, sino que a menudo le dan a los estudiantes dinero para permanecer en la universidad. En una economía global cada vez mas basada en el conocimiento, es responsabilidad de los gobiernos pagar la educación universitaria, dicen.
Fernando M. Reimers, profesor de educación internacional en la Universidad de Harvard, me dijo que “Lumni hace una importante contribución, y su modelo de financiamiento es innovador”.
“Pero como cualquier innovación, tiene sus riesgos”, agregó. “El riesgo para los estudiantes es utilizar el dinero para cursar estudios que no se traduzcan en aumentos salariales lo suficientemente grandes para justificar la deuda en la que han incurrido”.
Según Reimers, estos riesgos “podrían reducirse significativamente con información precisa sobre la rentabilidad de diversas carreras, así como con programas de protección al consumidor, que lo eduquen sobre el compromiso financiero que están adquiriendo”.
Mi opinión: No hay duda de que estos acuerdos de ingresos compartidos tienen sus riesgos. Sin una regulación adecuada, podrían ser usados por inversionistas inescrupulosos para engañar a los jóvenes, e inducirlos a firmar contratos leoninos.
Pero en una región en donde muchos estudiantes ni siquiera pueden estudiar en universidades públicas gratuitas — y mucho menos en instituciones privadas — porque necesitan trabajar, y donde hay pocos préstamos estudiantiles de bajo costo, este mecanismo podría ayudar a muchos jóvenes a terminar sus carreras, y hacer que varios países se inserten más en la economía global del conocimiento.

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