El gasto público: Un pozo sin fondo
Jeremías Morlandi

Economía (UBA). Asesor financiero. Responsabilidad Social Empresaria en RM Holding Funds.



Para entender y hablar sobre el gasto público es necesario dejar a un lado la ideología. El volumen del gasto público no es bueno ni malo así como tampoco la cantidad de impuestos que se pagan. Lo que importa es la calidad del gasto y el buen uso de esos impuestos. Es el caso de Noruega, por ejemplo, donde sus habitantes aportan casi el 55% de su sueldo al Estado pero gozan de un excelente servicio de transporte, salud pública de calidad, etc. En Argentina, sin embargo, hay una excesiva recaudación de impuestos pero no se traduce en una mejora de vida para los ciudadanos. Solo en 2014, Fútbol Para Todos consumió un presupuesto de $1600 millones; Aerolíneas Argentinas, $4800 millones de pesos y los subsidios a la energía se llevaron $70 mil millones.
 
A simple vista no podríamos indicar si este volumen de gasto es de calidad o no. Pero cuando analizamos que Fútbol Para Todos se utiliza para propaganda oficial cuasi-fascista y ese dinero podría ser, aunque sea en parte, abonado por privados, vemos que es un gasto sumamente innecesario. Al analizar Aerolíneas, por otro lado, nos encontramos con que solo la clase media y alta utiliza este agujero negro de fondos públicos, mientras que los sectores más vulnerables deben viajar en trenes en pésimo estado y en condiciones paupérrimas de hacinamiento.
 
No se puede discutir que los subsidios a la energía son sumamente necesarios, sin embargo, al  observar que en algunos barrios de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde los departamentos cuestan alrededor de 150 mil dólares, se paga más por una entrada de cine que por el bimestre de luz o gas nos damos cuenta de que son subsidios mal otorgados y, además, usados para no acrecentar las derrotas electorales en la Capital. En contraposición, hay lugares de la Provincia de Buenos Aires donde todavía no existe la conexión de gas y sus habitantes deben pagar $100 por una garrafa.
 
Otro ítem aparte es el empleo público: A principios del 2014, el Sistema Integrado Previsional Argentino estimaba que en el Estado Nacional trabajaban alrededor de 3,5 millones de personas. Un número completamente excesivo, que se utiliza para ocultar los altos niveles de desocupación. Si solo es el Estado el que genera puestos de trabajo y estos puestos son innecesarios, entonces es gasto mal aplicado. Si se estima un salario promedio de 1,5 veces el salario mínimo vital y móvil, el monto destinado a sueldos consume la friolera aproximada de 25.000.000.000 de pesos al mes.
 
Todo este volumen de gasto produce déficit que se financia con caída de reservas, emisión monetaria, lo que indefectiblemente genera una alta inflación. Además, hay una avaricia del Estado por recaudar cada vez más para hacer frente al déficit, lo que hace que no se aumenten, por ejemplo, las escalas de los mínimos no imponibles de Ganancias. Esta situación genera que, con los aumentos de sueldo provocados por la inflación, más y más trabajadores tengan que tributar Ganancias. Es así, que solo en el 2014, la AFIP recaudó lo equivalente al 2,59% del PIB en concepto de este desigual impuesto cobrado a personas físicas, más del doble del PIB de la producción vitivinícola de Mendoza. 
 
En resumen, el número final del gasto público, es indistinto. Lo que debemos aprender como país es a redireccionarlo correctamente y, si es necesario, realizar reducciones o ajustes para que sea acorde a los ingresos o que al menos los costos no se paguen con inflación y obtener una mejor calidad de servicios. Se necesitará la decisión política para tomar medidas eficientes, pensando en el futuro. Sin embargo, son medidas que sin duda nos llevarán del país que tenemos al país que necesitamos y nos merecemos. La gran pregunta es: ¿Argentina podrá, finalmente, dar el salto al largo plazo?
 

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