El reino del revés
Rogelio López Guillemain

Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes, Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes (reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra historia" por radio sucesos, Córdoba.



Los incidentes ocurridos en la cancha de Boca han desatado una desmesurada embestida, por una parte importante del periodismo, contra los directivos del club, los responsables de la seguridad y la policía.  Creo que el análisis merece otro enfoque más profundo del tema.  Les contaré una historia.

Había una vez un país, en el que los buenos vivían tranquilos y felices; disfrutando de su trabajo, de sus ganancias y de sus logros.  Un país en el que los que andaban derechos por la vida salían a la calle sin miedo, en donde los niños jugaban en la vereda y los fines de semana iban a la cancha en familia, a ver al equipo de sus amores.

En ese país no todos eran buenos, habían algunos que no respetaban a los otros; que intentaban robarle a los que trabajaban y adueñarse de las calles.

Pero en ese país las reglas eran claras y se aplicaban.  Los buenos disfrutaban de su libertad y los malos cumplían con su castigo. Esto funcionaba así porque los correctos, los hombres de a pié, ocupaban los espacios y los cargos que de todas las instituciones, desde el centro vecinal pasando por la legislatura y la justicia hasta llegar a la mismísima presidencia.

Pasaron los años y los buenos dejaron de inmiscuirse en estos asuntos, quizás pensaron que las instituciones podían funcionar bien por sí mismas o que, seguramente, algunos que se decían profesionales de la política debían ser más aptos y estar a cargo.

Lo cierto es que lentamente cambiaron las cosas, los niños dejaron de jugar en las calles, las noches comenzaron a ser inseguras, en las casas se dejaron de considerar a las rejas como un adorno para ser un resguardo, se sumaron alarmas, guardias de seguridad y botones antipánico y las canchas de fútbol se transformaron en zonas de guerra.

Así fuimos cambiando hasta llegar a lo que vivimos en estos tiempos.  En donde el que trabaja no puede sentirse orgulloso de sus logros y de sus adquisiciones, debe cuidarse de mostrar sus propiedades, debe justificarse y casi pedir perdón por tener dinero, como si eso fuese un pecado.  Debe pagar cada vez más y más impuestos para ser solidario con los que menos tienen, no importa si estos trabajan o procuran trabajar, incluso debe pedir perdón porque seguramente su egoísmo y falta de consideración les quitó oportunidades a aquellos que viven de la dádiva ó del robo o de ambos.

Prohibimos a los hinchas visitantes ir a la cancha porque ganaron los violentos, los niños no pueden ir caminando a la escuela porque ganaron los violentos, nos encerramos en nuestras casas porque ganaron los violentos, existe la posibilidad concreta de que los taxis no circulen a la noche porque ganaron los violentos, pagamos a los cuida coches por miedo a los violentos, callamos por miedo a los violentos.

¿Deberemos poner toque de queda para evitar los robos a la noche? ¿Prohibiremos las minifaldas para disuadir a los violadores? ¿Cerraremos los boliches para evitar el negocio de la droga? ¿Seguiremos retrocediendo empujado por los inadaptados?

Decía Ayn Rand que los depravados roban la virtud de los honestos por medio de la palabra nosotros, esa palabra es como un cemento que cuando se vuelca, lo blanco y lo negro se confunde en un indefinido gris.  Como profetizaba Cambalache, en el mismo lodo todos manoseados.  Ojo, esto no quiere decir que no pensemos en el otro, esto significa que no dejemos que los demás abusen de nuestra buena fe y generosidad.

La pregunta es ¿cómo salimos de esta trampa?

Ya probamos con los políticos profesionales, los sindicalistas profesionales y los burócratas profesionales y el resultado es el que tenemos a la vista.

Creímos y seguimos a líderes mesiánicos que nos prometieron soluciones casi mágicas y ya conocemos como termina ese camino.

Incluso en el improbable caso en que llegase a la presidencia de la Argentina la persona más correcta y capaz de nuestro país, hoy fracasaría.  ¿Por qué?  Porque estaría sólo, porque el mejor general no puede vencer si su ejército está conformado por maleantes y mercenarios.

Sólo nos queda un camino.  Recuperar los espacios que cedimos.  Desde el club del barrio, desde la biblioteca comunitaria, desde un puesto frente a un aula; hasta los sindicatos, los cargos públicos y la dirección de las instituciones de este país.  Basta de hipocresías políticamente correctas, recuperemos el sentido común que es lo único que nos hará grandes.

Decía Sarmiento "cuando los hombres honrados se van a sus casas, los pillos entran en la de gobierno".  Debemos ocupar los espacios que abandonamos, no porque seamos enfermo de poder o por querer llenarnos los bolsillos, tampoco sería hacer un sacrificio por los otros, no sería un hecho solidario; es un hecho absolutamente egoísta, es la única forma en que lograremos recuperar nuestras vidas y nuestra libertad.  

No nos podemos rendir y si lo hacemos no tenemos derecho a quejarnos.  Nos aguarda un desafío inmenso y antes de decir que no podemos, miremos a los ojos a un retrato de San Martín o de Belgrano y se lo digamos a ellos, les digamos a ellos que es imposible cambiar y que no nos animamos a defender lo que nos legaron.

Quizás los violentos y los corruptos nos venzan, quizás sean muy poderosos; pero si no los desafiamos no podremos mirar a nuestros hijos a los ojos sin sentir vergüenza, porque nuestros hijos entenderán si los enfrentamos y somos derrotados; pero no nos perdonarán, ni nosotros tampoco nos perdonaríamos si no damos la batalla.

 

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