Le reducen la pena porque su víctima, un niño de 6 años, ¨era gay¨
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
En este título se sintetiza el fallo inaudito
que lleva la firma de los jueces Benjamín Sal Llargués y Horacio Piombo, el
mismo que ha escandalizado a la opinión pública.
Sentencias de este tenor no son nuevas en
manos de estos personajes, tienen un historial de años y años de dictámenes que
siguen esta línea de análisis.
Este fallo es tan desquiciado, que no puede
más que ser calificado de espantoso.
Pero el inconveniente, es que llegamos a este escándalo sin comprender
que no es un evento aislado, es una expresión superlativa de una corriente
ideológica que ha invadido nuestra justicia y peor aún, ha invadido el espíritu
de gran parte de la sociedad.
El gran problema de nuestro país no es la
crisis económica, tampoco lo es la crisis política. Hay dos cosas que han sido bastardeadas desde
que recuperamos la democracia en 1983 y que son el núcleo de nuestra
decadencia, estas son la justicia y la educación.
Educación y justicia tienen una fuerte
relación, que puede pasar desapercibida a simple vista. Ambas se funden y
forman las dos caras de la misma moneda, la moneda del mérito y del demérito. Esta es la moneda que define el valor de un
hombre como ciudadano.
El ciudadano que produce y es respetuoso
del prójimo, llega a esa condición a través de la educación y se mantiene
dentro de ese estado a través de la justicia.
La conducta del hombre es moldeada desde su
infancia, la comprensión e internalización de la relación esfuerzo-logro
(mérito) como paradigma del desarrollo personal, da como resultado la
generación de ciudadanos correctos que conviven en armonía. Aquellos que abandonan el camino de la
rectitud (demérito) son sancionados y deben optar por una de dos opciones, o
recomponen su comportamiento o son apartados de la vida en libertad.
Desde el gobierno de Alfonsín hasta la
actualidad, la educación fue denigrada lenta e inexorablemente. Y no hablo solo de la educación formal, en
donde las exigencias en las escuelas han ido cayendo hasta llegar a una pobreza
espantosa, también la deserción trepo a niveles inimaginables; el resultado de
la combinación de estas dos realidades, es que cada vez salen de las escuelas menor
número de jóvenes preparados y con peor calidad formativa.
También la educación ciudadana fue destruida;
la invención de falsos derechos, que suenan dulces a los oídos, como el derecho
a la vivienda o al sueldo digno, distrajeron la atención de los ciudadanos
sobre las obligaciones reales del estado y que no las cumple: educación, salud,
justicia y seguridad.
Asimismo, la educación laboral ha sido
minada sistemáticamente, derruyendo el espíritu del progreso personal, esencia
de la movilidad social. Desde la caja
PAN de Alfonsín, hasta los subsidios de Cristina, todas son limosnas que han
creado un ejército de esclavos, que prefieren una servidumbre tranquila antes
que una libertad peligrosa.
Por su parte, la justicia, a través del
garantismo, del aval sobre falsos derechos y de la tolerancia de la promoción,
por parte de los populistas, de la igualdad de hecho por sobre la igualdad de
derecho y la libertad; ha abandonado a quienes viven de acuerdo a la ley; e
incluso, paradójicamente, los ha hecho responsables de la mala vida de los
delincuentes.
Hay una inversión de la carga de la prueba,
en el juicio moral de lo políticamente correcto del imaginario social actual;
se ha convertido en valor un desvalor y viceversa, los honestos son culpables y
los delincuentes víctimas. Así no hay
sociedad que funcione.
Ayn Rand sentenció "piedad al culpable
es traición al inocente". Nosotros
fuimos más allá. La piedad implica una
valoración correcta de los hechos, el infractor reconoce su culpabilidad; pero
nosotros pusimos en duda esa culpabilidad, la desestimamos, exoneramos al
delincuente y le trasladamos la culpa a la víctima, a la sociedad.
Así, la víctima es culpable por usar un
auto caro, la víctima es culpable por querer circular por una calle cortada por
una manifestación, la víctima es culpable por ir a trabajar cuando hay paro, la
víctima es culpable por andar con una minifalda, la victima es culpable porque
eligió (teóricamente) ser gay a los 6 años.
Desde hace 30 años venimos eligiendo más de
la misma cosa y padeciendo sus consecuencias.
Decía Albert Einstein "Es una locura seguir haciendo siempre lo
mismo y esperar resultados diferentes".
Pues, mientras no cambiemos, nada va a cambiar.
Pero el cambio no es sólo cambiar de
candidato en la próxima elección, eso es una minucia; es necesario, pero
absolutamente insuficiente. Mientras no
cambiemos nuestra actitud para con el deber cívico, mientras no tomemos en
serio nuestra responsabilidad ciudadana, mientras no participemos en forma
activa y mientras no nos comprometamos en ser actores y no espectadores de esta
obra de teatro que se llama Argentina, nada va a cambiar.
El culpable de todos estos males, no es el
ladrón que te robó, tampoco lo es el político corrupto; el culpable, por
desidia, el culpable primario que está dejando moribunda nuestra patria; lo
hallarás esta noche, cuando te pares frente al espejo.
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