De los ángeles caídos del castrismo
Pedro Corzo

Periodista de Radio Martí.



Crecieron bajo el totalitarismo. En su mayoría se formaron en un ambiente de doble moral. Sus padres podían o no creer en el proyecto, pero les insistían en que lo asumieran como propio.

Muchos tuvieron una infancia difícil pero en la temprana adolescencia disfrutaron de una independencia personal auspiciada por el régimen, que se parecía al pan –poco por supuesto– y circo de los emperadores romanos.

Crecieron en la leyenda revolucionaria, en la lírica castrista, en la anécdota del sacrificio ajeno por el bien común y en el odio a quienes osaran atentar contra el edén que se construía en la isla.

La verdad oficial les ganó. Creían, sino en todo, en la mayor parte de lo que les decían y actuaban a veces por convicción, o porque la lealtad confería privilegios y beneficios vedados para el resto de los isleños.

La adultez les trajo responsabilidades políticas. Ningún individuo, salvo que tenga el coraje y voluntad para ser estigmatizado, se salva de esos compromisos en la isla.

Unión de Jóvenes Comunistas, Partido, dirigencia sindical, administrativa, una personalidad intelectual y quizás integrar la alta cúpula del gobierno.

Estos retoños de la revolución, se caracterizan por su aguzado sentido de la oportunidad y una notable capacidad de sobrevivencia. Adquirieron instrucción, pero pocos educación. Practicaron la intolerancia, pero sus convicciones están influidas las mas de las veces por la conveniencia.

Como el régimen cubano tuvo en sus orígenes más de secta religiosa que de tolda política, le trasmitió a sus vástagos atributos divinos como la infalibilidad y la omnisciencia. Todo lo saben, todo lo conocen y en consecuencia están en capacidad para ponderar sobre lo divino, la revolución cubana y lo humano, la oposición al régimen.

La madurez biológica les generó oportunidades profesionales o políticas. Cumplían celosamente lo que les encomendaban. Hacían bien su trabajo, le ponían entusiasmo, talento y lustre que les fuera posible.

Los resultados de su fe, fingida o sincera, en el proyecto, les benefició. Viajes al extranjero, cursos de postgrado, conferencias internacionales, oportunidades para el arte o el deporte internacional, automóviles, acceso a informaciones vedadas al resto de los ciudadanos, bienes materiales y de consumo que el resto de la población nunca había disfrutado.

Pero les llegó el desencanto, la frustración, se cansaron de mentir y fingir, o fueron víctimas de alguna purga. El espacio se les cerró y decidieron enfrentar los retos que implica salir del corral.

Buscaron refugio en algún rincón capitalista para rehacer la vida usando todas las enseñanzas que el pueblo de Cuba, con trabajo esclavo, les había pagado.

A muchos les tocaron tiempos duro, pero en su mayoría se sobrepusieron, han superado nuevos retos y construido una vida independiente de la que pueden estar muy orgullosos. Viven y dejan vivir, tal vez haciendo a un lado el pasado y junto a él olvidando la tierra en la que nacieron, pero son buenos ciudadanos, viven a su ritmo sin pretender imponérselo a nadie.

Pero hay otros que no. Un minoría en realidad. Estos no han podido deslastrarse de los viejo hábitos de intolerancia y odio que les fueron inculcados contra quienes se oponen a la dictadura.

Estos bastardos de la Revolución son infalibles, con moral y conocimiento para juzgarlo todo. No se esfuerzan por entender el dolor, frustración y resentimientos de quienes fueron víctimas y sufren de esos padecimientos.

Desde su perspectiva en Cuba no ha pasado nada. Razonan que la oposición en el exilio es fascista y que los que actúan en contra del régimen al interior de la isla, son "vividores", vendidos a gobiernos o instituciones extranjeras.

Ignoran el pasado, los horrores que padecieron los atormentado por el totalitarismo. Para ellos todo debe ser borrón y cuenta nueva. Juzgan al exilio como un todo, como si fuese un bloque que funciona bajo una sola autoridad.

La pluralidad de las sociedades abiertas no ha afectado su fe en el castrismo, aunque disfrutan a plenitud los bienes y beneficios de una sociedad libre. Son partidarios de hacer negocios con sus antiguos patronos, en ese aspecto los intereses priman sobre las ideas que dicen defender.

No agitan el totalitarismo insular. Injurian a los que les precedieron en tierras extranjeras y no reconocen que muchas de las oportunidades que disfrutan, fueron generadas por los que les antecedieron.

Sus críticas siempre son negativas. No hay nada positivo en la viña que creció en contra de la voluntad del dictador que los creó. Deuda que ojalá no tengan que pagar con los que les sucedan, porque es de esperar que los futuros serafines decepcionados del totalitarismo, tengan todavía menos respeto a la opinión y sentir de los otros, que quienes les precedieron.



Publicado en El Nuevo Herald.

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