Ideas y razón en la historia
Armando Ribas
Abogado, profesor de Filosofía Política, periodista, escritor e investigador. Nació en Cuba en 1932, y se graduó en Derecho en la Universidad de Santo Tomás de Villanueva, en La Habana. En 1960 obtuvo un master en Derecho Comparado en la Southern Methodist University en Dallas, Texas. Llegó a la Argentina en 1960. Se entusiasmó al encontrar un país de habla hispana que, gracias a la Constitución de 1853, en medio siglo se había convertido en el octavo país del mundo.


   Voy a comenzar con lo que considero una discusión preponderante para entender el proceso histórico de la humanidad. La incursión de la razón en la historia ha tenido efectos diferentes, tantos como uno nos llevara a la libertad y otro al totalitarismo. Una cosa es la ciencia que, basada en la razón y el empirismo, determina el conocimiento en el tiempo y en el espacio. El conocimiento científico de hoy no tiene comparación con el del  pasado. Lo importante entonces es determinar cuál fue la causa que produjera ese nivel científico y tecnológico, que fuera a su vez generador de la riqueza por primera vez en el mundo.
 
   Es indudable que ese proceso tal como lo describe William Bernstein en su “The Birth of Plenty”, habría comenzado hace tan solo unos doscientos años. Podemos decir entonces que existe una correlación directa entre la filosofía política que dio lugar al sistema que permitió la libertad por primera vez en la historia, y consecuentemente el avance del conocimiento. El primer paso en ese evento se produjo en Inglaterra a partir de la Glorious Revolution de 1688. Allí bajo las ideas de John Locke se reconoció la necesidad de limitar el poder político ante la conciencia de que los monarcas también son hombres, y asimismo el reconocimiento del derecho de propiedad privada. El resultado inmediato de ese proceso político fue la llamada Revolución Industrial.
 
    Esas ideas que fueran llevadas a sus últimas consecuencias en Estados Unidos por los Founding Fathers, tienen hoy la misma vigencia que cuando se llevaron a cabo por primera vez en la historia. Puedo decir entonces que existe una diferencia fundamental entre las ideas y la ciencia. Fueron la práctica de determinadas ideas ético políticas las que permitieron el avance científico y tecnológico en el mundo. O sea que el avance tecnológico y científico es la consecuencia de esas ideas, y si ellas se cambian y desaparece el respeto por los derechos individuales, asimismo vemos desaparecer el progreso económico.
 
    Esas ideas que cambiaron al mundo no fueron el producto de una cultura, religión o raza. Sino un descubrimiento respecto a la naturaleza humana tal como fuera descrito por David Hume: “Es imposible corregir o cambiar algo material en nuestra naturaleza, lo más que podemos hacer es cambiar nuestras circunstancias y situación”. Y al respecto de los ingleses en tiempos de Isabel I dijo: “Los ingleses en aquella época estaban tan sometidos que, como los esclavos del Este, estaban inclinados a admirar aquellos actos de violencia y tiranía que eran ejercidos sobre ellos mismos y a sus expensas”.
 
     De estas concepciones principales surgió el sistema político al que nos hemos referido. Por el contrario la idea de que tal como sostuviera Rousseau era necesario crear un hombre nuevo, fue el fundamento ético racionalista del totalitarismo. En esa línea se manifestó Kant cuando estableció que la búsqueda de la propia felicidad era deshonesta pues se hacía por interés y no por deber. Consecuentemente el comercio era igual deshonesto por la misma razón, en tanto que la guerra tal como dijera Hegel era el momento ético de la sociedad. Fue en función de esos principios que los países europeos estuvieron en guerra hasta el siglo XX. Por ello insisto en que ignorar la diferencia filosófica política entre la filosofía política anglosajona y la de Europa continental impide comprender el mundo que vivimos en la actualidad.
 
    Ese proceso fue reconocido por Kart Marx en el Manifiesto Comunista de 1848, donde escribió: “La burguesía durante su  gobierno de escasamente cien años ha creado más masivas y colosales fuerzas productivas que todas las generaciones precedentes juntas”. Pero seguidamente descalificó éticamente al sistema que denominó capitalismo como la explotación del hombre por el hombre. Y el marxismo está presente vía Eduard Bernstein quien escribió en “Las Precondiciones del Socialismo”, en discusión con Lenin, que al socialismo se podía llegar democráticamente y sin revolución. Y a los hechos me remito: la social democracia en Europa y su fracasado estado de bienestar.
 
    Por todo lo dicho anteriormente creo que ha quedado claro que el problema es el sistema. Y ese sistema parte precisamente del reconocimiento de que las mayorías no tienen derecho a violar los derechos de las minorías y que se requiere la limitación del poder político. El comunismo, tal como lo concibiera Marx, era un mundo ideal al que se llegaba por la supresión de la propiedad privada a través de la Dictadura del Proletariado, del cual surgiría la anarquía. O sea, como escribió Engels, el estado desaparecería.
 
    La realidad de ese proceso fue el totalitarismo comunista surgido en Rusia con Lenín y seguido en la China con Mao Tse Tung. Más tarde Lenín tomó conciencia del fracaso del sistema económico comunista y escribió la ‘NEP’ donde dijo: “Los capitalistas están operando  entre nosotros. Están operando como ladrones, tienen ganancias, pero ellos saben hacer las cosas”. Basado en ese pensamiento que a mi juicio le costó la vida en manos de Stalin, surgió el fascismo de Mussolini en Italia y su versión nazi en  Alemania de la mano de Hitler. O sea el sistema en el que no se nacionaliza la propiedad pero tampoco se respetan los derechos individuales. Por tanto los empresarios están forzados a actuar de conformidad con el gobierno. Por ello Lenín dijo que “un fascista era un liberal asustado”.
 
    Al respecto vale recordar el análisis de Hayek en su “Camino de Servidumbre” sobre la vertiente socialista del nazismo. Ello es importante por la confusión presente en el lenguaje político, en el que en la actualidad la llamada extrema derecha se confunde con el capitalismo. Se ignora por demás que el sistema no es económico sino ético, político y jurídico, y la economía es el resultado del comportamiento de los hombres de conformidad con los derechos que se reconocen.
 
   Se ignora que la naturaleza del sistema político no depende de la cultura, de la religión, la raza o el clima como pretendía Montesquieu. Las ideas que cambiaron la política en el mundo están vigentes y el que las ignora paga las consecuencias. Si alguna duda cabe al respecto ahí tenemos la crisis europea, donde los gobiernos se han apoderado de la economía vía el estado de bienestar que está produciendo el malestar que se siente hoy a través de Grecia. Pero no obstante ello el llanto por los pobres parece seguir siendo el camino al poder político creando más pobres. Y a ese llanto se ha adherido Francisco. Y por favor no olvidemos que Argentina fue un ejemplo ineludible de las virtudes del sistema que respeta los derechos individuales. En función de ello a principios del Siglo XX tenía un ingreso per cápita superior al de Alemania, Francia e Italia y competía con Estados Unidos, tal como lo reconociera The Economist en su artículo “La Parábola Argentina”.
 
 

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