Argentina sacraliza el estatismo
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Privatizar es exitoso pero, los argentinos, prefieren
fracasar.
No hay quien no hable de las bondades de tener
Aerolíneas en manos del Estado, también otras empresas y las jubilaciones. Se
ataca a quién no se considere un purista en cuanto a creer en un Estado
interventor.
Lo increíble
es que ésta actitud contrasta con el fracaso de Aerolíneas Argentinas para
llevar a destino a incontables pasajeros durante éstas vacaciones. La línea de
bandera es un desastre aunque sus directivos se afanen en buscar excusas para explicar lo contrario Estos diez años de kirchnerismo nos ha anulado
el espíritu crítico, prueba de ello es que los candidatos juran que si ganan las elecciones todo seguirá igual
( o sea el Estado seguirá interviniendo)
para que la mayoría los vote. Esto es algo que me resisto a soportar.
Me pregunto
si ser el presidente de Argentina “bien vale una misa”. ¿No puede
intentarse decir la verdad para lograrlo? Es cierto entonces que solo las
mentiras que prometen utopías son la manera de llegar al poder? Tan enfermos de
populismo estamos que aún sufriendo las desgracias que el estatismo impone
seguimos inclinados ante el error?
¿Por qué los
liberales queremos que el Estado deje de estatizar y administrar empresas? Respondemos:
una empresa estatal tiene más privilegios que una privada, porque es mucho
menos controlada por la opinión pública, por ello aumenta enormemente la
burocracia y por lo tanto la ineficiencia. La dirigen funcionarios del Gobierno que
prefieren hacer buenas migas con el poder político a tener éxito económico. Es
así como las empresas estatales se llenan de trabajadores parientes o empleados
a cambio de votos, (les llamamos ñoquis) quienes reducen la productividad en
comparación con las privadas, las cuales no se pueden dar el lujo de perder
dinero.
En Argentina,
el fervor nacionalista, inculcado por los kirchneristas, trajo una vez más la esperanza de que la solidaridad del Estado
terminará con los problemas sociales que nos afligen.
Nadie explica,
como lo hacía Alvaro C. Alsogaray, que la empresa privada surge espontáneamente
de personas que pretenden satisfacer las necesidades de la gente. Y que sólo se
consolida si lo logra.
La empresa
estatal amparada por el estado o la privada que subsiste sin competir,
estimulada por privilegios, perturba los mercados, responsables de orientar la actividad económica. Es así, como
se llenan de vicios, provocando errores,
corrupción, y destrucción de la ética del trabajo. Para colmo, por ley,
no pueden quebrar, subsistiendo, de esa forma, sin competir y sin dar un buen
servicio.
Ya nadie
recuerda los suplicios que vivimos con ENTEL, la empresa de teléfonos. Teníamos
que esperar 25 años para obtener uno.. Gracias a la privatización realizada en un año (había
un riesgo país de 4000 puntos básicos) por María Julia Alsogaray, durante el
gobierno de Carlos Menem, las cosas cambiaron para bien. En una sola operación
se recuperó un 10 % de la deuda externa. Argentina dejó de pagar 500 millones
de dólares de interés. Con ello permitió que los inversores se interesaran por
la privatización, generar confianza y nuestro país comenzó a honrar las
obligaciones externas. Fue una revolución:
accedimos al mundo de las comunicaciones!
Cuando hay
decisión política las cosas se pueden hacer. Aquí falta un valiente como lo fue
Carlos Menem, después del terrible final de Alfonsín.
Bastaron 10
años de difusión de ideas erróneas para que ningún político se anime a decir lo
correcto, si tiene chance de llegar al poder. La mayoría de los argentinos
siguen prefiriendo la utopía en vez de la libertad de los mercados. Es así como
la riqueza se esfuma y aumenta la
pobreza. No se entiende que cuanta mas inversiones y más actividad empresarial
libre haya, las posibilidades de progresar son mayores. Estamos dejando
nuestras vidas a merced de burócratas y dictadores. No podemos depender de la
bondad de quien gobierna. Tenemos que exigir mediante el voto ser libres de
hacer nuestra propia vida. Para ello hay que dejar de sacralizar el estatismo.
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