Revolución femenina y ocaso del fundamentalismo
Sara Carrizo
Integrante del Programa de “Jóvenes Investigadores y
Comunicadores Sociales 2015” de la Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
Licenciada en Comunicación Social, Universidad Austral.
Corrían los años 90, cuando
esta familia afgana, otrora bien posicionada, tuvo que huir de su país rumbo a
Pakistán. En medio de la crisis económica familiar, Wazhma Frogh, con apenas 13
años, le propone a su padre ser la tutora de los niños del dueño de las tierras
que alquilaban, para disminuir los costos de la renta. Así procedió, y pronto
comenzó a notar un cambio en cómo su padre la percibía.
"Él pensaba que las
mujeres son consumidoras, nunca proveedoras", comprendió, al tiempo que su
padre, un rígido ex oficial de la Armada, empezó a consultarle con más frecuencia
a la hora de tomar decisiones familiares.
Wazhma creció en Peshawar,
Pakistán, donde entró en contacto con las duras realidades de pobreza y abuso
de mujeres afganas que vivían en los campos de refugiados.
Entre otros estudiosos del
Islam, Wazhma ha postulado la importancia de la jurisprudencia islámica que
protege los derechos humanos y, en especial, los de las mujeres: aquellos que
fortalecen su desarrollo económico, social e individual.
Llegados a este punto, la
pregunta es inevitable: ¿es compatible el Islam con los derechos de las
mujeres?
El Islam no es algo
monolítico. Se le parece, más bien, a un mosaico. La manera en que se vive el
Islam en Indonesia, la mayor comunidad musulmana del mundo, no tiene nada que ver
con la aplicación estricta de la Sharia como se da en otros estados. Por lo
tanto, no existe un lenguaje político inherente al Islam, que lo haga
definitivamente incompatible con los derechos de las mujeres.
Nancy Falcón, Directora
Ejecutiva del Centro de Diálogo Intercultural Alba en Buenos Aires y Titular de
la cátedra Historia del Islam en ESEADE, explica que el Islam, como cualquier religión,
se politiza y se despolitiza en diferentes momentos históricos, así como lo
hizo el cristianismo y el judaísmo. Ninguna religión, agrega, ha logrado
escapar a los diferentes lenguajes forjados por lecturas, ideologías y
políticas a lo largo de la historia.
El islamismo, o islam
radical o fundamentalismo, sostiene Falcón, es la respuesta a muchos procesos
históricos que los países islámicos han atravesado y que han desembocado en un
“islam” que sirve de argumento para la protesta.
De manera que, a partir de
dicho "islam político", es que se introduce la pregunta sobre la compatibilidad
con los derechos de las mujeres, dado que en muchos países donde se aplica la
versión más extremista de la Sharia (Ley Islámica), las mujeres no cuentan con
el derecho a trabajar, a votar, a postularse a cargos públicos, a caminar solas
por la calle, etc.
Sin embargo, en la historia
podemos encontrar ejemplos que ilustran la influencia positiva del Islam como
religión, sin tintes políticos, en la civilización de las culturas orientales.
Cuenta Falcón: "La
mujer de la sociedad árabe pagana sufría grandes injusticias y estaba expuesta
a diversos tipos de humillación. Se trataba a la mujer como una posesión material
que era descartada a voluntad por su tutor".
A estas sociedades
pre-islámicas les habló el Corán, dirigiéndose a las mujeres y reconociéndolas
en el mismo plano de lo humano con los hombres: “Los creyentes y las creyentes
son aliados unos de otros, ordenan el bien y prohíben el mal, cumplen con la oración
prescrita, pagan el zakat y obedecen a Dios y a Su Mensajero. Dios tendrá misericordia
de ellos; y Él es Dios, poderoso, Sabio” (9:71).
Así, el Corán trata de igual
manera al hombre y a la mujer: ambos son iguales en tanto humanos, criaturas de
una misma fuente, complementarias.
En relación a la educación,
el Islam otorga a la mujer los mismos derechos que al hombre.
El Profeta Muhammad ha
dicho:“Buscar el conocimiento es una obligación de cada musulmán (es decir,
hombre o mujer)”. Con lo cual, explica Nancy Falcón, a diferencia de las
prédicas fundamentalistas actuales en algunas regiones, la revelación que vino
a traer el Profeta al mundo, reconoce el estatus de la mujer y también sus
derechos.
En una investigación de 2005
auspiciada por The United Nations Human Settlements Programme (UN-HABITAT), se
cuenta sobre el descubrimiento de unos documentos históricos que datan de la
época del Imperio Otomano (1299-1922), de cuyo análisis se concluye que dicho
período no fue tan rígido y patriarcal como comúnmente se asume, con respecto a
los derechos de las mujeres.
Los documentos confirman que
nadie, ni siquiera esposos o padres, podían hacer uso de las propiedades de las
mujeres sin su consentimiento, y las mujeres apelaban a las cortes cuando
alguien intentaba meterse con sus propiedades. Los jueces, por su parte, se atenían
a los derechos de propiedad de las mujeres. Se descubrió, también, que las
cortes trataban a las mujeres de la misma forma que a los hombres, y que la
palabra de una mujer no necesitaba corroboración con la de un hombre.
Así se logra dar cuenta de
determinados momentos históricos que ejemplifican cómo el Islam ha sabido
convivir y hasta favorecer el lugar de la mujer en la sociedad musulmana.
Sin embargo, esto no es lo
que actualmente ocurre en aquellos países donde gobiernan regímenes islámicos
fundamentalistas, donde una interpretación sesgada de patriarcalismo, coarta el
pleno desarrollo de la mujer.
Del otro lado, quienes
buscan equidad en estos contextos, se valen de la Mujtahidat o el pensamiento
islámico, una práctica emergente entre teóricos, abogados, estudiantes, académicos
y activistas, que consiste en deslegitimar tradiciones contrarias a los
derechos de las mujeres, sustentándose en los dichos del Corán.
En este sentido, ha habido
reformas interesantes: en el Código de Túnez, se dice que la mujer debe
contribuir al sostenimiento de la familia, de contar con medios para hacerlo; y
la nueva Moudawan en Marruecos, que excluye completamente el concepto de "obediencia"
(ta'a) o "desobediencia" (nushuq) de la mujer hacia el marido.
Deslegitimar aquellas
tradiciones proyectadas por el fundamentalismo como dogmas de un "islam
político", pero que precarizan el desarrollo económico y social de la
mujer, es la tarea de muchos musulmanes de hoy, que siguen explorando en la
universalidad de lo humano.
El fundamentalismo islámico
constituye una doble amenaza: hacia adentro, actúa en detrimento del desarrollo
económico, social e individual de las mujeres; hacia afuera, ejerce acciones
concretas de terrorismo en el exterior, principalmente en países de Occidente.
De manera que incuba dos enemigos en diferentes frentes. ¿Cuál de ellos será más
eficaz en su lucha?
Finalmente, cabe
preguntarnos en qué nos afectaría una revolución femenina en países donde
impera la ley fundamentalista. Probablemente, la respuesta ya la haya escrito Martin
Amis en The Second Plane, 2007: "La única solución (a las acciones
terroristas del fundamentalismo islámico) es darles poder a las mujeres dentro
de los regímenes islámicos. Si eso ocurre, será explosivo".
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