El deber de informar y el derecho de opinar
Pedro Corzo
Periodista de Radio Martí.
Sin lugar a dudas la avanzada de una sociedad sin mordazas, con
posibilidades de criticar y construir más allá de la voluntad de una dictadura,
está en buena medida en el nivel de riesgo que los periodistas estén dispuestos
a afrontar.
La labor de
informar puede estar sujeta a la censura y quien transgreda esas disposiciones
es sujeto de una sanción gubernamental, aunque hay que reconocer que en el
presente la delincuencia organizada y otros grupos de intereses especiales
también procuran controlar los medios, si consideran que lo que se va a
publicar puede afectar sus intereses.
Bajo esas circunstancias el ejercicio de
informar está sujeto a las limitaciones que imponen las diferentes fuentes de
poder que en una sociedad concurren. Cuando los periodistas transgreden los
límites que imponen los poderosos, se convierten en el objetivo a destruir para
los depredadores, sean estos gobiernos o sicariato.
El periodista
independiente no responde a los patrones informativos que los gobiernos o
grupos de poder hayan impuesto a los laborantes de los medios que controla y
administran. La labor informativa de un comunicador libre está comprometida con
notificar sobre los acontecimientos de interés público independiente a lo que
consideren las autoridades.
Un periodista, más allá de sus
convicciones políticas, ideológicas, y preferencias, está comprometido
con el deber de informar, de presentar los hechos sin aderezos de ninguna
clase, sin considerar las consecuencias que puedan derivarse de lo que es un
derecho en una sociedad abierta y un acto de conciencia, cuando la información
es un monopolio del estado.
Un periodista también tiene el derecho
de opinar, de evaluar en base a sus convicciones los sucesos y las
consecuencias, pero dado ese caso debería buscar la forma de hacer notar que lo
que dice o escribe lo hace como ciudadano y no como un profesional de la
información.
La opinión de un periodista sobre un
tema determinado se origina, como la de cualquier otra persona, en sus
convicciones, y es producto de su capacidad de analizar y de presentar sus
ideas, pero no está sujeta a los patrones de imparcialidad y balance que
debe respetar cuando está ejerciendo su oficio.
Ricardo Quintana, periodista de
Televisión Martí, ha dicho en más de una ocasión que si tuviera la oportunidad
de entrevistar a algún cacique de la dictadura cubana estaría en una situación
muy difícil, porque los dirigentes cubanos no responden a las preguntas que se
les hacen sino que argumentan sus consignas, lo que le obligaría a incursionar
un terreno en el que el periodista se puede confundir con el activista de una
contrapropuesta.
El periodista independiente está
comprometido a informar, aunque corra el riesgo de perder el sustento, ir
a prisión o el exilio tal, como le ha ocurrido a tantos comunicadores
alrededor del mundo.
Su deber es informar sin considerar las
derivaciones de sus acciones, en eso estriba la independencia del
comunicador. La filosofía o la doctrina que defienda o ataque son irrelevantes
siempre y cuando en su trabajo como periodista refleje la realidad de los
sucesos sin concesiones a quienes disfrutan de algún tipo de poder.
En base a esta valoración es válido
afirmar que si un laborante de la prensa oficial violenta al censor propio o al
gubernamental en su trabajo informativo, a partir de ese momento se transforma
en un periodista libre sin que importen las convicciones que pueda seguir
defendiendo.
Por ejemplo, en Cuba por más cinco décadas ha existido un periodismo doctrinal,
no solo ausente de críticas y cuestionamiento a la acción gubernamental, sino
también cerrado a cualquier información o análisis que la autoridad pueda
considerar atentatoria a sus intereses.
El periodista cubano se mediatizó. Mutó
a vocero de consignas oficiales. En cantor de logros reales o supuestos
de la clase gobernante. Su juicio lo supeditó a lo políticamente correcto. La
información, el contar de un acontecer, se transformó en crónica de lo que
convenía a la autoridad y al periodista que se esfuerza por no ser reprimido.
En estas condiciones se realiza un
periodismo de sobrevivencia en el que la autocensura tiene un importante rol.
Un comunicador atemorizado puede ser más severo en las restricciones a las
informaciones que el mismo Censor.
Es imperativo que los periodistas
independientes, los que están conscientes del compromiso del oficio tengan
presente la perspectiva de que su tarea es informar, incluso lo que pueda
agraviarle.
La labor que
realiza un comunicador implica un grado muy serio de responsabilidad. La crítica,
elogio o juicio por elemental que sea sobre lo acaecido, influirán en la
ciudadanía, en la sociedad en su conjunto, y esa es la responsabilidad mayor de
todo periodista.
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