El Liberalismo Místico de Fiódor Dostoievski
Carlos Goedder
Carlos Goedder es el seudónimo de un escritor venezolano
nacido en Caracas, Venezuela, en 1975. El heterónimo de Carlos Goedder fue
alumbrado en 1999 (un juego de palabras con el nombre de pila correspondiente
al autor y el apellido de Goethe, a quien leyó con fruición en ese año. La
combinación de nombre algo debe también a la del director orquestal Carlos
Kleiber).
En su relato “El Gran
Inquisidor” Fiódor Dostoievski aborda el tema del liberalismo desde una óptica
bastante novedosa: considera a Jesús como un gran filósofo liberal
A
José Roosevelt Franquiz Yépez, in memoriam
FiódorMikhaylovich
Dostoievski (1821-1881) es un escritor decisivo para entender la libertad
personal desde la óptica de lucha y desafío al destino. Quienes escribimos
sobre temas de liberalismo económico y político podemos incurrir en el error de
olvidar el foro esencial donde se debate y resuelve la libertad, que es la
mente humana. La libertad exige responsabilidad y apertura a la incertidumbre,
cargas que pueden resultar insoportables y explican, en buena medida, la
renuncia a este valor humano a favor de totalitarismos y presiones populistas.
Una compilación didáctica de
relatos del maestro ruso, prologada por el filósofo José Antonio Marina (1),
incorpora un valioso relato que forma parte de Los Hermanos Karamazov y
es de 1880: El Gran Inquisidor. La
trama es sugerente: Cristo aparece en Sevilla, en tiempos de La Inquisición.
Obra milagros, es rodeado por la multitud y es detenido por el Gran Inquisidor,
quien lo confronta en un brillante monólogo, en el cual Cristo escucha
silencioso mientras se le condena a ser quemado en la hoguera. Lo grave del
tema es que el Inquisidor sabe que está ante Jesús, fundador de la Iglesia a la
cual defiende.
El Inquisidor sentencia a
Jesús porque considera que ha desatado una fuerza demasiado poderosa: la
Libertad. El prelado considera lo
tormentoso de este regalo divino (p. 35):
“Te lo juro, ¡el hombre ha sido creado más débil y bajo de lo que tú te
imaginabas! ¿Acaso puede cumplir él lo que tú? Le has estimado tanto que has
obrado como si dejaras de sentir compasión por él, pues le has exigido
demasiado, y eso tú, ¡tú, que le has amado más que a ti mismo! De haberle
estimado menos, le habrías exigido menos, y ello habría sido más próximo al
amor, pues su carga sería más ligera.”
En este primer punto vale
recordar a los adeptos al liberalismo que la defensa de la libertad entraña un
elevado concepto del ser humano. Lo hermoso del credo liberal, de quienes creen
en la democracia, en el mercado y el libre albedrío, es que tienen una
confianza ilimitada en cada individuo.
El Inquisidor emite dos
terribles sentencias en este careo a Jesús, que se transforma en un monólogo
del sacerdote (pp. 29 y pp. 31):
“… Para el hombre y la sociedad humana no existe ni ha existido nunca
nada más insoportable que la libertad…”
“Para
el hombre no hay preocupación más constante y atormentadora que la de buscar
cuanto antes, siendo libre, ante quien inclinarse.”
En este discurso, el
Inquisidor considera que La Iglesia, a la cual defiende, ha sido la solución
para dar paz al Hombre respecto a ese fuego devastador y angustioso de la
Libertad cristiana. La institución ha traído al ser humano certidumbre, le ha
librado de ese peso específico de pensar y decidir. Gracias a La Iglesia y el dogma, los
cristianos ceden llenos de tranquilidad ese don liberal divino. Por esto, la
vuelta de Cristo, tras quince siglos de espera, dista de ser bienvenida por su
totalitaria Iglesia. Ha de ser destruido en el auto inquisitorial. Quizás le
hubiese hecho lo mismo a Karl Marx la Checa de Stalin, bajo el mandato de
Beria.
El Inquisidor acusa a su
Mesías frontalmente (p. 33):
“En vez de apoderarte de la libertad humana, la multiplicaste, y
gravaste así, con los tormentos que provoca, el reino anímico de los hombres,
por los siglos de los siglos.”
Una de las visiones más
interesantes de esta reflexión del Inquisidor se refiere al episodio de las
tres tentaciones que hace el Demonio a Jesús en el desierto (2). El sacerdote
considera que en ese episodio Jesús renuncia a esclavizar al ser humano,
rechazando tres fuentes de poder que apagarían su libertad. El sucesor de
Torquemada lo resume así (p. 33):
“Hay tres fuerzas, en la tierra, únicamente tres fuerzas que pueden
vencer y cautivar por los siglos de los siglos la conciencia de estos canijos
rebeldes por su propia felicidad, y estas tres fuerzas son: el milagro, el
misterio y la autoridad.”
Jesús no quiere transformar
las piedras en panes, ni arrojarse al vacío para ser rescatado por ángeles ni
adorar al Demonio para recibir los reinos del mundo. De algún modo, está
escribiendo la sentencia de su propia muerte, al renunciar a esas oportunidades
para conceder, en su lugar, el fuego sagrado de la Libertad al ser humano. Por
ello el Inquisidor considera ese episodio como “un milagro atronador verdaderamente auténtico.” (p. 28)
Al igual que esa Iglesia
Inquisitorial, felizmente extinta hoy y
que luce tan lejana, los Totalitarismos que han asolado a la humanidad
ofrecen pan, desinformación y terror como mecanismos para apagar el anhelo de
libertad en el ser humano. El anhelo de certidumbre y el miedo conducen a que
las personas cedan este precioso valor. Es preciso que los liberales, que
valoran al individuo, no se pierdan en el agregado social de sumisión al populismo
e identifiquen cuáles vacíos personales explican la duración de las tiranías.
¿Qué valoración hace cada votante de su libertad, cuando la cede a las
consignas, fraudes y corruptelas del partido gobernante? Hay una dimensión
metafísica de la libertad que es preciso rescatar, entender cómo en el mapa
mental personal operan los costes de la libertad y cómo se comparan con sus
inciertos beneficios. El Inquisidor plantea el asunto de esta manera (p. 34):
“¿Ha sido creada la naturaleza humana de modo que sea capaz de rechazar
un milagro, y en momentos tan terribles de la vida, cuando se le plantean los
problemas espirituales más espantosos, fundamentales y atormentadores, pueda
quedarse únicamente con las libres resoluciones de su corazón? (…) Pues el
hombre busca no tanto a Dios como al milagro. Y comoquiera que el hombre no
tiene fuerzas para quedarse sin milagros, crea otros, que ya son tuyos, y se
inclina ante el milagro del curandero, ante la brujería, aunque sea cien veces
rebelde, hereje y ateo.”
Resume su condena a Jesús diciéndole:
“Anhelabas una fe libre, no milagrosa.”
(p. 34) Bajo la óptica inquisitorial y
totalitaria, esta Libertad debe ahuyentarse de la humanidad incapaz de
ejercerla, en favor de una autoridad inexorable.
Este tipo de pensamiento de
algún modo está vigente en la América Latina desde sus orígenes republicanos. El
genial Simón Bolívar, en su Carta de Jamaica -de la cual se cumplieron dos
siglos en 2015- afirmaba, por ejemplo (3):
“No convengo en el sistema federal entre los populares y
representativos, por ser demasiado perfecto y exigir virtudes y talentos
políticos muy superiores a los nuestros…”
Aún creemos en la América
Latina que no estamos listos para las Instituciones Liberales, por nuestro
atraso educativo, pobreza e historia. Perdemos de vista que el problema puede
ser más bien al revés, Instituciones Liberales bien arraigadas. Una sucesión de totalitarismos han condenado
a la América Latina, desde esa Inquisición Española en que se ubica este
original relato de Dostoievski.
Localizar el origen del
Liberalismo en la Cristiandad no es descabellado. Al menos en la filósofa
hebreaHannah Arendt(1906-1975) se encuentra una interpretación de igual índole,
ya que ella no reconoce el concepto de Libertad en la antigüedad grecorromana,
sino que localiza sus antecedentes en los Padres Cristianos (4). Siguiendo a la
pensadora, en dos pasajes (p. 156 y 144):
“Sólo cuando los primeros cristianos, y en especial Pablo, descubrieron
una clase de libertad que no tenía relación con la política, pudo entrar el
concepto de libertad en la historia de la filosofía. La libertad se convirtió
en uno de los principales problemas de la filosofía cuando fue experimentada
como algo ocurriendo en la interacción con uno mismo, y fuera de la interacción
con el resto de los hombres. La libre elección y la libertad se convirtieron en
nociones sinónimas, y la presencia de la libertad fue experimentada en completa
soledad.”
“Y cuando la libertad hizo su primera aparición en nuestra tradición
filosófica, fue la experiencia de la conversión religiosa – de Pablo, primero y
luego de Agustín – la que le dio origen.”
Aquí la Libertad surge del
conflicto interno, de una batalla dentro de cada persona. Un fabuloso pasaje de
la Epístola de San Pablo a los Romanos ilustra esa conflagración individual
(Romanos 7, 14-20):
“No entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero; y lo que detesto,
eso es justamente lo que hago. Y si lo que no quiero, eso es lo que hago,
reconozco con ello que la Ley es buena. No soy yo el que lo hace, sino el
pecado que hay en mí. Yo sé que en mí, es decir, en mis bajos instintos, no hay
nada bueno, pues quiero hacer el bien y no puedo. No hago el bien que quiero,
sino el mal que no quiero, eso es lo que hago, ya que no soy yo el que lo hace,
sino el pecado que hay en mí.”
Lo espléndido de este texto
cristiano es que muestra la inconsistencia entre deseos y actos como un
problema personal; del mismo Ser proviene esa falta de correspondencia entre lo
que se desea hacer y lo que se hace. Ese mismo debate opera en tantos
ciudadanos que cotidianamente van contra sus pautas morales y las leyes para
ceder a la corrupción del Gobierno, el soborno y entregarse al saqueo del
erario o la violación de derechos ajenos. Ese peso de la Libertad, reconocer en
uno mismo la causa del proceder erróneo, puede ser realmente inaguantable. Cuando
el Totalitarismo apaga la libertad individual lo hace en gran medida porque los
ciudadanos renuncian voluntariamente a pensar y confrontarse a las responsabilidades
y apertura propias de la Libertad.
Si bien Dostoievski vivió
esclavo de su compulsión ludópata, su vida ejemplifica las luchas y tormentos
propios de un alma libre. Stefan Zweig lo expone de modo elocuente (5):
“Tan bien sabía Dostoievski metamorfosear sus tribulaciones, transformar
sus humillaciones, que sólo el más cruel de los destinos podía estar a su
altura. Pues precisamente de los peligros extremos de su existencia lograr la
mayor seguridad interior; los tormentos son ganancias para él; los vicios,
progresos; los obstáculos, impulsos. Siberia, la kátorga, la epilepsia, la
pobreza, la pasión por el juego, todas estas crisis se vuelven fecundas para su
arte gracias a una demoníaca fuerza transmutadora, pues así como los hombres
arrancan sus más preciosos metales de las tenebrosas profundidades de las
minas, entre los peligros del grisú, muy por debajo de la superficie, donde la
vida transcurre segura y tranquila, así el artista consigue sus verdades más
resplandecientes, sus últimos conocimientos, sólo de los abismos más peligrosos
de su naturaleza. Vista como una tragedia desde el punto de vista artístico, la
vida de Dostoievski es moralmente una conquista sin igual, porque es el triunfo
del hombre sobre su destino, una transmutación de la existencia exterior a
través de la magia interior.”
De alguna manera, toda vida
humana libre exige ese tipo de lucha, donde es preciso rescatar su carácter
edificante y grato, haciendo la vivencia de la libertad no sólo trágica, sino
tragicómica. Ser libre demanda tomarse la vida lúdicamente en serio, sin perder
de vista las alegrías que ofrece un ejercicio inteligente de esa libertad. El
Gran Inquisidor lo resume así (p. 32):
“Pues el misterio de la existencia humana no estriba sólo en el vivir,
sino en el para qué se vive.”
Notas
(1) DOSTOIEVSKI, Fiódor M.
“El Gran Inquisidor”. En: El Gran Inquisidor y otros cuentos. Traducción
de BelaMartinova y Augusto Vidal. Madrid: Ediciones Siruela, 2010, pp. 19-49.
(2) Figuran en Mateo 4, 1-11;
Marcos 1, 12-13; Lucas 4, 1-13.
(3) BOLÍVAR, Simón. Escritos
Fundamentales. Caracas: Monte Ávila
Editores, 1998, p. 44.
(4) ARENDT, Hannah. Between Past and Future.
Nueva York: Penguin Group, 2006.
(5) ZWEIG, Stefan. Tres maestros
(Balzac, Dickens, Dostievski). Traducción de J.
Fontcuberta. Barcelona: Acantilado, 2004, p. 120.
Bogotá, 2 de Noviembre de
2015
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