Perdonar es divino (y conveniente)
Guillermo Lascano Quintana
Abogado.


Desde siempre el ser humano tiene conductas que violan normas morales y jurídicas. Además las seguirá teniendo en cualquier futuro.
 
La historia prueba esta realidad, que es reconocida por casi todas las religiones, sobre por todo las monoteístas prevalecientes.
 
La literatura de todos los tiempos relata tragedias, dramas y sátiras, en las que los pecadores y los delincuentes tienen papeles preponderantes.
 
Es, entonces, de la condición humana pecar y delinquir, pero también arrepentirse y en su caso, reparar el daño producido o pagar las consecuencias.
 
Por supuesto las equivocaciones, los pareceres errados, no pueden ser objeto del mismo reproche que lo delitos.
 
Este breve recordatorio está destinado a los argentinos, sobre todo a aquellos que han elegido cambiar de gobierno, votando, mayoritariamente, por aquellos que quieren modificar el rumbo político del pasado reciente y luchar por la paz, la armonía y el progreso de todos.
 
Ese pasado, no solo el de nuestro país -también el de muchos otros- demuestra que la venganza y la ausencia de misericordia y perdón, es mala consejera y conducen a mayores desencuentros, persistencia de odios y rencores.
 
Es el caso, entonces, de distinguir entre los delincuentes y aquellos que, de buena fe, creyeron en las promesas, sacaron provecho de acciones demagógicas y se beneficiaron con ello, en muchos casos sin advertir lo irregular y equivocado de sus conductas y de quienes las impulsaron.
 
La situación es otra respecto de quienes hayan delinquido o existan sospechas de haberlo hecho. A ellos habrá que someterlos a la justicia, que tiene que ser imparcial y respetuosa de los derechos constitucionales, a pesar de no haber sido esa la conducta en muchos casos judiciales que aún siguen clamando por celeridad y legalidad y a los que hay que poner rápido fin.
 
El menosprecio por el adversario, la prepotencia y la ilegalidad del comportamiento del gobierno que terminará en pocas semanas, son conductas indeseables y dañinas, que hay que erradicar de nuestra vida en sociedad y sobre todo no fomentar desde los sectores dirigentes. A esta conducta apelarán varios que han sido complacientes con los abusos del pasado, como una forma de lavar culpas y muchos que, sin ese estigma, pueden caer en la tentación de comportarse como se comportaron con ellos en el pasado. También lo harán quienes tienen enconos fundados. Debe prevalecer, sin embrago, la prudencia, el análisis desapasionado de los sucesos y evaluar el mejor camino para lograr la concordia en nuestra nación.
 
Las energías y los esfuerzos deben ser puestos al servicio del futuro, en la reparación de nuestras instituciones republicanas, en la educación del pueblo, en nuestra inserción en el mundo, en la investigación científica, en el trabajo y en la equitativa distribución de la riqueza y los beneficios que ella genera.
 
Quienes gobernaron los doce años trascurridos desde 2003 centraron su acción en el enfrentamiento y la discordia.
 
Ahora vienen tiempos de siembra para cosechar armonía y crecimiento en libertad.
 

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