Momento decisivo en Caracas
Mary O'Grady
Destacada columnista del Wall Street Journal.


La recién elegida Asamblea Nacional de Venezuela tiene programado comenzar el martes su período de cinco años. Probablemente no se tratará de una toma de posesión tradicional. El país será afortunado si no ocurren hechos violentos generados por las desesperadas milicias pro gobierno ayudadas por el aparato de inteligencia cubano.

El presidente Nicolás Maduro reconoció a regañadientes la victoria de la oposición sobre su Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) después de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre. Pero en las semanas siguientes, Maduro ha intensificado su retórica militante, prometiendo “combatir” cualquier esfuerzo de sus opositores políticos por desmantelar la revolución bolivariana que el fallecido Hugo Chávez comenzó en 1999.

El problema para Maduro es que el PSUV no sólo perdió las elecciones. Fue vapuleado. Sus opositores obtuvieron una mayoría de dos tercios a prueba de vetos. La nueva Asamblea Nacional tendrá el poder para liberar prisioneros políticos, detener los envíos de petróleo a Cuba y convocar un referendo para destituir al presidente.

Eso es kriptonita para la élite corrupta de Venezuela y para el régimen cubano, que aún depende fuertemente de la generosidad petrolera de Venezuela. Sin embargo, el mundo tiene su mirada puesta sobre Caracas y es improbable que vaya a aceptar una abierta brutalidad al estilo cubano. Esa es la razón por la que, en vez de sacar a la calle los tanques de la Guardia Nacional como primera opción, Maduro apuesta a usar los tribunales, los cuales controla, para aplastar la contrarrevolución.

Que lo pueda lograr o no depende de tres factores: la respuesta del público a que se le niegue su victoria electoral en las urnas, la sutileza de los líderes de la oposición y si el Ejército (diferente de los narcotraficantes de la Guardia Nacional) decide respaldar la voluntad del pueblo.

Maduro anunció la semana pasada que una investigación de las elecciones, realizada por el gobierno, reveló fraude durante los comicios. El presidente prometió que pronto revelaría los detalles de lo que caracterizó como un plan siniestro de sus oponentes.

Por su parte, el Tribunal Supremo de Justicia accedió a escuchar los argumentos del PSUV sobre victorias de la oposición en ocho comicios legislativos. Si tan sólo el resultado de una de esas elecciones fuera revertido a favor del candidato del gobierno, la oposición perdería la mayoría de dos tercios que necesita para superar los vetos de Maduro.

Eso no debería ser algo difícil de lograr, ya que el gobierno controla el Tribunal Supremo. Anticipando una victoria de la oposición, 13 miembros de la Corte renunciaron en octubre, antes de su fecha de retiro de 2016. El mes pasado, la Asamblea Nacional, controlada por el gobierno, nombró sus sustitutos en el cuerpo de 33 integrantes.

Sin embargo, el miércoles por la mañana Maduro aún tenía un problema, puesto que los ocho legisladores electos cuyas victorias están en disputa tienen permitido asumir sus cargos hasta que el Tribunal Supremo decida su caso. El máximo tribunal se apuró a arreglar eso el miércoles por la tarde al anular los resultados electorales en el estado Amazonas, donde tres de los cuatro ganadores son miembros de la oposición.

La oposición denunció lo ocurrido y prometió que la totalidad de sus 112 representantes elegidos se presentarán el martes por la mañana en la Asamblea. También hizo un llamado a que sus simpatizantes los respalden en las calles ese día.

El gobierno ha llamado a sus propios seguidores para que se aseguren de que la decisión de la Corte sea implementada. Probablemente los chavistas conformarán la muchedumbre más agresiva.

No obstante, Maduro es bastante impopular. El petróleo venezolano ahora se cotiza en menos de US$30 el barril, la hiperinflación está causando estragos y hay escasez de todo, desde champú hasta autopartes y leche. La tasa de homicidios en Caracas está entre las más altas del mundo; las víctimas son mayoritariamente los pobres.

Maduro muestra una determinación inquebrantable en público. Pero carece del carisma de Chávez y se dice que el Ejército está resentido con él. Pese a su previo apoyo al chavismo, los militares podrían ser más proclives a respaldar al pueblo que al ex líder sindical de los conductores de autobuses. Después de todo, las familias de los militares rasos son parte de la sufrida clase media baja.

Desde la elección, Maduro ha ordenado a más de 1.600 militares en cargos administrativos del gobierno que abandonen sus puestos y regresen a los cuarteles. No se sabe si sus superiores pidieron que fueran relevados de sus responsabilidades o si Maduro los despidió.

Pero según rumores, en la noche de la elección, pese a una solicitud de Maduro, el ministro de Defensa, un general del Ejército, se negó a enviar a sus hombres a las calles para que ayudaran a robar la elección. Si eso es cierto, sugiere que el Ejército está listo para tomar el partido que sea más conveniente para ellos.

Los líderes de la oposición harán que esta decisión sea más sencilla si dejan en claro que el cambio que ofrecen no es un retorno al legendario capitalismo de amigos que existía antes del chavismo.

Este artículo fue publicado originalmente en The Wall Street Journal (EE.UU.) el 4 de enero de 2016.
 

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