Volver a la concordia
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.


Miremos un poco hacia atrás, antes del golpe militar del 24 de marzo de 1976. La Universidad fue un semillero de la guerrilla: profesores incentivaron las ideas extremistas que pusieron en práctica los jóvenes guerrilleros. La mayoría de los intelectuales acusaron a la sociedad, presuntamente capitalista, munidos  de ideas nacionalistas y socialistas. Supusieron que la verdad descansaba en su ideología y no en el comportamiento de la realidad que podía ser compatible, o no, con ella. Crearon y alimentaron un ambiente de resentimientos del cual, ellos, se convirtieron en conductores del odio hacia la sociedad burguesa.
 
Los objetivos guerrilleros debían conseguirse con armas. Asesinaron a empresarios, sindicalistas, policías, soldados, militares, civiles y, hasta a un ex presidente.
 
La pretensión del revolucionarismo -madre de las guerrillas de todo el mundo- chocó, como siempre pasa, con la realidad y, lo que es peor, el intento por lograrlo necesitó de métodos violentos.
 
 Además, antes de que la represión fuera considerada por Juan Domingo Perón, un buen camino y terminara en las manos de José López Rega, los guerrilleros equivocaron el camino: creyeron que Perón quien los había atraído e incentivado incluso en sus actos terroristas, desde Puerta de Hierro, haría lo que ellos deseaban. Por ello apoyaron su regreso al país. Pero, una vez que ayudaron a instalarlo en la presidencia, tal como enseñó Maquiavelo, se convirtió en el enemigo que habría de aniquilarlos, como hizo con el partido Laborista en su primer presidencia.
 
El 23 de septiembre de 1973, apoyado por el 60% del electorado, llega al poder, el 24 del mismo mes declaró ilegal al ERP, enojado por el asesinato del sindicalista José Ignacio Rucci. El 1º de mayo del año siguiente, al ser interrumpido en su discurso por estribillos de los Montoneros, les replica:”Hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más meritos que los que lucharon durante 20 años. Son infiltrados que trabajan adentro…”
 
Apoyó a los líderes sindicales y a las organizaciones que se mantenían sujetas a sus directivas y órdenes soltándole la mano a la fuerza guerrillera. Además, Perón, debía pacificar a la sociedad argentina e intentar acuerdos con otros partidos que le permitieran gobernar para intentar superar las dificultades que sufría el país. Tenía, también, que calmar a las Fuerzas Armadas que no estaban de acuerdo de la injerencia de los montoneros en el partido peronista.
Esta situación provocó la represión indiscriminada que desató una guerra con las fuerzas militares y la  participación de grupos paraestatales ayudados desde el Estado. Los acorralaron, torturaron y desbarataron sus planes de lucha.
 
El período peronista (1973-1976) por incompetencia total, destrozó, además de las leyes, mecanismos fundamentales de la organización del Estado. Se sumó la muerte de Perón y finalmente, el gobierno de su esposa, Isabel Martínez, quien aumentó el desorden, y el desgobierno hasta que el 24 de marzo de 1976, abandonando el sillón presidencial  entregó, obligada, el poder a los que se encargarían del Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983) quienes darían guerra “a muerte” a las guerrillas argentinas, tal como lo hubiera querido Juan Domingo Perón. Con amplio apoyo de los partidos y de amplios sectores de la población un golpe militar imponía el orden en un país con crisis política, social y económica.
 
En 1983 la mayoría de los argentinos votó por la paz y la democracia.
 
Las Leyes de punto final y obediencia debida,  promulgadas en 1986-1987, durante el gobierno del presidente Alfonsín, como los indultos del presidente Menem, en 1987, intentaron, con éxito, el comienzo de la cicatrización de las heridas y terminaron por pacificar al país.
 
El gobierno kirchnerista, por motivos políticos, revivió el conflicto. Se anularon ambas leyes y se declararon inconstitucionales los indultos. Se abrieron, otra vez, las cárceles para el grupo militar y civil que había participado en la represión, quienes en la actualidad, van muriendo en la cárcel sin tener acceso a una justicia igualitaria, abandonados a la buena de Dios.
 
El presidente Macri tendría que poner las cosas en su lugar.  Una Justicia independiente  debiera respetar a los detenidos las garantías del debido proceso, entre ellas, la de regresar a sus hogares  a los mayores de 70 años, como lo manda la ley.
 
Además, el Museo de la Memoria debería recordar no solo los horrores de la represión, sino también, los crímenes  de aquellos jóvenes idealistas que no medían las consecuencias de sus acciones, porque no  sometían al examen crítico de la lógica y la experiencia sus ideas que conducían hacia el totalitarismo, camino contrario a una democracia más amplia y madura. Es hora de acercarnos a la verdad de ése tortuoso período lleno de incomprensiones y mitos. 
 

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