La mula no era arisca
Ricardo Valenzuela


Al terminar la guerra de independencia de los EEUU e iniciar su vida republicana, Thomas Jefferson, ante el Congreso Continental, llevó a cabo una sabia reflexión: “Siempre ha sido bien sabido que no se puede confiar al individuo que se gobierne a sí mismo. Entonces ¿Se le puede confiar el gobernar a otros? 0 ¿Es que hemos encontrado ángeles en la forma de Reyes para gobernarnos? Dejemos que la historia responda estas interrogantes.” Él hablaba de confianza en la relación de gobierno y gobernados cuando ya se tejía la estructura de una novedosa forma de organización política.
 
Creo que la historia claramente ha respondido.
 
El autor Fukuyama en su libro “Trust”, afirma que la vida económica de los pueblos es esculpida por la cultura y se fundamenta en ese vínculo moral que es la confianza. Esto, subraya, es un contrato moral no escrito entre ciudadanos que facilita la convivencia, las transacciones, promueve la creatividad individual, y justifica cierta acción colectiva. En la lucha que se desarrolla hoy día por la predominancia económica mundial, el capital social representado por la confianza, es tan importante como el capital financiero o intelectual.
 
Desde la formación de los EU como nación, el pegamento que amalgamara la construcción de una nueva sociedad tan bien descrita por Toqueville, fue la combinación de dos elementos; libertad y confianza de sus ciudadanos en las instituciones que en esos momentos construían y, sobre todo; confianza en su novel gobierno emanado de las mentes de sus fundadores que plasmaran sus visiones en la Declaración de Independencia, después en su Constitución, la cual describía cómo el poder debía residir en la gente. Sin embargo, Jefferson pronunciaría también una profética advertencia: “El precio de la libertad es su eterna vigilancia.”
 
Durante los primeros 100 años de vida de los EU, libertad y confianza fueron el combustible para catapultar a ese grupo de colonias que  tímidamente se asomaban al Atlántico, en una poderosa nación de emprendedores, exploradores y visionarios hombres de negocios que expandían su territorio hasta conectar los dos océanos. Sin embargo, con el estallido de la guerra civil en la cual el gobierno federal, ilegalmente y por la fuerza de las armas, negaba a los Estados del sur su derecho constitucional de separarse de la Unión, se iniciaba un lento proceso de erosión de esos dos elementos responsables de la producción del milagro del siglo XIX; la nueva potencia mundial que representaban los EU.
 
Este proceso de erosión se arreció con motivo de la Primera Guerra Mundial y así, a principios del Siglo XX—el siglo de la agresión en contra de la libertad—el gobierno federal, en una renovada avanzada, aprieta las cadenas sobre los Estados mediante el establecimiento Impuesto Sobre la Renta, argumentando ser una fórmula transitoria para financiar los gastos del conflicto. Al finalizar la confrontación mundial, esa carga impositiva jamás sería revocada a pesar de ser anticonstitucional.
 
El derrumbe de ese gran edificio de confianza, siguió su lento proceso cuando las erróneas políticas de Hoover y la torpeza del Fondo de la Reserva Federal, provocaron la gran depresión de 1929 que postró al mundo entero ante un infierno. Por primera vez nuestro mundo se enfrentaba a un fenómeno que lo azotaría durante 11 dolorosos años. Sin embargo, el impacto más importante de esta depresión, fue la creencia errónea de que el elemento utilizado por ese inepto gobierno para la carnicería; eran los mercados libres. Se iniciaba la guerra contra ellos.
 
La historia de los EU a partir de esos momentos tomaba un rumbo totalmente diferente al contemplado por sus fundadores, mediante el proceso de socialización liderado por Roosevelt y su New Deal que, para su fortuna, coincidiría con el estallido de la Segunda Guerra mundial lo cual crearía el espejismo de lo exitoso de sus políticas. El desempleo se reducía; si, pero con la conscripción de 11 millones de soldados. La producción crecía, sí, pero con la manufactura de armamento. Y aquí se aplica la parábola de la ventana rota.
 
Los años 60 y 70 fueron la culminación de ese proceso de pérdida de confianza con los tristes capítulos del asesinato de Kennedy, el de Martin Luter King, la guerra de Viet Nam y sus casi 60,000 muertos, el Watergate de Nixon, pero sobre todo, el arribo a la Presidencia del país de un hombre timorato como Carter. La década de los 70s se despedía abrazando a los EU con una depresión inflacionaria nunca antes vista. Los norteamericanos perdían su orgullo y su confianza al mismo ritmo que sus ahorros.
 
Estos acontecimientos llevarían a la Presidencia a Ronald Reagan, quien dedicaría gran parte del inicio de su administración a recuperar esa confianza extraviada en los senderos de la demagogia y la mentira. Después de 8 años de prosperidad recuperada, de haber destruido el comunismo, Reagan abandonaba la Casa Blanca, ante una ciudadanía que de nuevo creía en su gobierno a pesar, inclusive, de las dudas en el Irán—Contras.
 
Pero en 1992 llegaba a ese mismo recinto el carismático Bill Clinton. Durante 8 años este hombre se dedicó a engañar a su pueblo que no solo lo aceptaba, lo festejaba porque “la economía prosperaba.” El “Yo no tuve relaciones sexuales con esa mujer;” el atacar sexualmente a otra en la oficina oval, el recibir aportaciones para su campaña de gobiernos como el de China. Ahora se sabe que la contabilidad del gobierno federal estaba más amañada que la de Enron, y los superávit reportados era otra de las mentiras de come back kid.
 
Pero eso sería cuento de hadas comparado con la docena trágica que arribara con las administraciones de George W. Bush y Barak Obama. Guerra, muerte, mentiras, atentados terroristas, crisis económica, en el dossier del primero. Socialismo, violaciones a la constitución, la peor recuperación económica de la historia del país, división de la sociedad, pérdida del liderazgo mundial, endeudamiento record, invasión comunista de la Casa Blanca, encadenamiento de la economía con más de 1,000 órdenes ejecutivas—muchas ilegales—que solo en el mediano plazo los estadounidenses se darán cuenta de las trampas mortales que Obama ha establecido.
 
¿Se espantan con el apoyo que recibe Donald Trump? ¿De las alturas escaladas por Bernie Sanders? Es muy sencillo, la gente ha perdido la confianza, ya no cree en su gobierno, en sus instituciones, en sus iglesias. El precepto bíblico de “ten fe y te salvarás;” se ha ausentado de la vida de los estadounidenses. Confianza es el lubricante de las sociedades; sin ella, la maquinaria se atora. Por ello en estos momentos, mientras los expertos se rascan la cabeza tratando de adivinar lo que sucede; el mercado parece gritarles; “la mula no era arisca”.
 
Mexicanos, pongamos nuestras barbas a remojar.
 
 

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