La insoportable levedad del fracaso

Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
“Las personas no son
recordadas por el número de veces que fracasan,
sino por el número de
veces que tienen éxito”.
Thomas Alva Edison
La selección de futbol de la Argentina está integrada por
jugadores que son figuras en sus equipos y como si eso no fuese suficiente,
cuenta entre sus filas con el mejor jugador del mundo, Leonel Messi. Esta
selección ha sido subcampeona en las dos últimas Copas América y en el mundial
del 2014.
Entonces ¿Por qué en Argentina se consideran un fracaso
estos resultados? Quizás la respuesta la encontremos en la sentencia que dice “el
segundo es el primero de los últimos”, paradigma de nuestra mísera idiosincrasia
triunfalista, quizás soberbio espejismo de un velado complejo de inferioridad.
Los argentinos somos adolecentes que no toleran la
derrota, tanto es así, que incluso llegamos a sacrificar todo en procura de
alcanzar la victoria; sacrificamos nuestros afectos, sacrificamos la moral,
incluso sacrificamos nuestra dignidad.
Somos claros representantes de la idea maquiavélica de
que “el fin justifica los medios”. Y basados en este principio, que
hipócritamente negamos, nos vanagloriamos de “la mano de dios” ante los
ingleses o de como “le pasamos el cuarto a algún gil” o de “como evitamos hacer
una cola”. Nos pavoneamos de lo que en realidad es una vergüenza, alardeamos de
nuestra “viveza criolla”.
¡Incluso el truco, nuestro juego de cartas tradicional,
se basa en la mentira y el engaño!
La falta de tolerancia del fracaso ajeno y la propia
incapacidad de sobreponernos al fracaso propio, sumados a condiciones
burocráticas laberínticas solo tienen un resultado posible, la paralización del
desarrollo económico, científico y social del país.
Esta conjunción de elementos se transforman en una
fabulosa máquina de impedir que nos convierte en personas abúlicas, en
conservadores satisfechos que viven en un mundo que se reinventa incesantemente
y que día a día vemos más distante.
En su libro “Innovar o morir”, Andrés Oppenheimer hace
una descripción brillante de esta situación; si queremos subirnos al mundo
debemos correr, el mundo no se va a detener ni nos va a esperar para que lo hagamos.
Para ello, la política debe hacer su parte. Debe
simplificar los procesos burocráticos, eliminar las trabas legales, terminar
con las corporaciones sindicales y colegiales, acabar con los privilegios del estado a empresas y personas,
bajar los costos laborales e impositivos y facilitar la inserción en el mercado
mundial.
Pero nosotros también tenemos el desafío de cambiar.
Primero debemos permitirnos el fracaso propio, asumiéndolo como una
posibilidad; Thomas Alva Edison desdramatiza el fracaso y lo revalora al
asegurar que "Una experiencia nunca es un fracaso, pues siempre viene a
demostrar algo", mientras que Johann W. Goethe sentencia que "El
único hombre que no se equivoca es el que nunca hace nada", a lo que
Franklin D. Roosevelt agrega "En la vida hay algo peor que el fracaso: el
no haber intentado nada".
Por último, así como debemos aprender a asumir con
naturalidad nuestros fracasos, también debemos hacerlo con los ajenos. Una
persona, intelectualmente honesta, que ha fracasado y ha asumido su fracaso, tendrá
mucho más para ofrecer que aquel que nunca salió de su zona de confort.
También debemos aprender de nuestros fracasos como
ciudadanos. En los últimos 100 años pasamos de ser el 8º país del mundo a ser
apenas una nación mediocre. No busquemos culpables en el extranjero, tampoco en
las multinacionales ni en los políticos. TODOS Y CADA UNO DE NOSOTROS somos
responsables de nuestro fracaso por inacción; en nuestra comodidad hemos cedido
el manejo de la patria a los corruptos y demagogos; y ahora estamos pagando las
consecuencias.
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