La corrupción como espectáculo
Agustín Laje
Escritor. Galardonado con el Premio a la Libertad 2012,
otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
La corrupción kirchnerista
ha adquirido una dimensión de espectacularidad, en el sentido más literal
posible. Como suele ocurrir con los exitosos culebrones a menudo importados,
los argentinos “la miramos por TV”, esperando siempre ansiosos, casi como una
expresión del más curioso masoquismo social, el próximo capítulo que promete
ser, valga la redundancia, todavía más “espectacular”.
Bolsos tan cargados de dinero
que hay que pesarlos para saber cuántas divisas contienen. “Valijeros” que
dicen y se desdicen, que pasan por programas de política y del espectáculo,
como si se tratara de lo mismo. Lavadores de dinero que preguntan desafiantes
“¿querías show?”, para luego pedir perdón desde la prisión. Filmaciones de
gente contando más de cinco millones de dólares en “La Rosadita”. En el video
aparecen, entre otros, Martín Báez, Pérez Gadín y el esposo de una
vedette.Lázaro Báez termina preso y procesado por quedarse con algunos (varios)
millones de dólares de la obra pública. Los hijos del preso, dubitativos, sugieren
por ahora tímidamente que la “jefa” de la banda era la propia Cristina. Y algo
no menos importante: que el Juez que tiene la causa se paseaba por Olivos.
Por otro lado, bolsas con 9
millones de dólares se “revolean” dentro de un monasterio. Se trata de López,
el segundo de De Vido, el ex ministro procesado por la tragedia de Once en la
que murieron 51 personas. López es visto “in fraganti”. Lo detienen. Pide
cocaína. Su abogada alega problemas psiquiátricos. Su abogada termina en “el
bailando”, con Marcelo Tinelli. En paralelo, se encuentran tres criptas (¿o “bóvedas”?)
dentro del mismo monasterio donde López arrojaba “sus” dólares. Las monjas no
saben mucho, por supuesto, aunque han vinculado a Alicia Kirchner, la hermana
de Néstor.
Casi al mismo tiempo, traen
desde Paraguay a Pérez Corradi, el prófugo por el triple crimen de General
Rodríguez. Usan a un doble del reo para bajarlo del avión, temiendo que lo
masacren al llegar a Argentina.Al verdadero reo lo visten de policía, y lo
ponen a cubrir al falso reo.Pérez Corradi se deschava y señala a Aníbal
Fernández y a Ricardo Echegaray como los funcionarios políticos vinculados al
tráfico ilegal de efedrina en el país. No es el primero que lo dice: Martín Lanatta,
desde la cárcel y antes de fugarse, ya lo había confesado también por
televisión.
Dicen que muchas veces la
realidad supera la ficción. El problema es cuando la realidad se vuelve
espectáculo, pues aquélla se convierte en reality
show. Es decir, la realidad pierde parte de su sustancia y de sus efectos,
que son arrebatados por el show. Y
las víctimas de la realidad van despojándose de su condición de víctimas para
ocupar el lugar (masoquista, ya lo dijimos) de ansiosos espectadores
“pochocleros”.
Del otro lado del telón, los
corruptos se vuelven una suerte de celebrities
que se pasean por los pasillos de los canales de televisión. Los productores de
TV compiten desaforadamente por “tenerlos en el piso”; su presencia en tal o
cual programa se anuncia con bombos y platillos. Los programas de chimentos
hablan de política, y los de política hablan de chimentos. Las vedettes opinan
de política, y los políticos se emparejan con las vedettes. La lógica del ratingasí lo exige, y la lógica del rating es un producto, a su vez, de las
exigencias televisivas de la gente.
Giovani Sartori diría que el
argentino ha dejado de ser homo
symbolicum (hombre simbólico) para ser simplemente homo videns (hombre que ve), lo cual significa que hemos desestimado
todas nuestras capacidades simbólicas y políticas que nos caracterizan como
seres humanos, para reducirnos a la pasividad de la expectación que nos
convierte, a la postre, en homo ludens(hombre
lúdico). ¿No hay muchas veces más divertimento que indignación en el ver una
nueva y espectacular noticia de corrupción?“El acto de ver está atrofiando la
capacidad de entender”, sentenciaba el politólogo italiano.
Así las cosas, en este reality show que día a día nos brindan
los corruptos —cuyo elenco va en exponencial aumento—, la corrupción pasa a ser
cosa de actores y no de estructuras; de individualidades y no de política. La
corrupción se constituye en los corruptos: tienen nombres y apellidos, tienen
carne y hueso. Son los que vemos en la TV.Pero las estructuras institucionales,
los sustratos culturales y las fantasías ideológicas que posibilitaron la
corrupción como enfermedad endémica de nuestra política, exceden las
representaciones que es capaz de producir la lógica del espectáculo (y del rating).
Cuando la realidad se hace show, dijimos, adormece los efectos que
la realidad tiene sobre sujetos activos pues ahora, en tanto show, penetra sujetos pasivos y
expectantes. La corrupción, como resultado final, se despolitiza; se vuelve espectáculo. No indigna: divierte. No
moviliza: retiene. Se constituye en algo más parecido a una película de
Hollywood, que a la triste realidad de un pueblo saqueado por quienes decían encarnar
una revolución “nacional y popular”.
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