La verdadera historia de aquel 9 de Julio
Rogelio López Guillemain
Autor del libro "La rebelión de los mansos", entre otras obras. Médico Cirujano. Especialista en Cirugía Plástica. Especialista
en Cirugía General. Jefe del servicio de Quirófano del Hospital Domingo Funes,
Córdoba. Director del Centro de Formación de Cirugía del Domingo Funes
(reconocido por CONEAU). Productor y conductor de "Sucesos de nuestra
historia" por radio sucesos, Córdoba.
Solo un análisis de todas las circunstancias que rodearon
aquel 9 de julio, nos permitirá valorar correctamente los eventos de nuestra
principal fecha patria. Pero primero repasemos los antecedentes mundiales que
desembocaron en ese día.
El proceso comienza en la Inglaterra del siglo XVII con
la rebelión de los comunes, continúa con la independencia republicana de los
Estados Unidos y el estallido de la Revolución Francesa; para finalmente
desembocar en las revoluciones independentistas latinoamericanas,
envalentonadas por la oportuna crisis de una España que era invadida por
Napoleón.
Nuestra Revolución de 1810 no fue, ni clara, ni
suficiente, ni mucho menos terminante. La falta de consenso entre las
provincias, los conflictos en Europa, la pobreza de nuestra economía y la
necesidad de contar con el encubierto apoyo de una Inglaterra, que en ese
momento era amiga de España; hizo que la postura de los revolucionarios fuese
confusa e imprecisa.
Luego de la revolución pasaron los triunviratos, la Junta
Grande, la Asamblea del año XII y la Asamblea del año XIII, todos intentos
infructuosos de alcanzar los acuerdos necesarios para declararnos
independientes; así se llegó al año 1816.
Al momento de reunirse el Congreso en Tucumán (dicen que
no fue en Buenos Aires para evitar presiones de los porteños, argumento que me
parece mínimamente infantil) la situación nacional era crítica.
Europa había abandonado la idea republicana y las
monarquías absolutistas habían re asumido la autoridad. Estaban decididas a
recuperar el poder total y a reconquistar las colonias; y con ese fin
conformaron la Santa Alianza.
Por otra parte, el Papa Pío VII promulgó una encíclica en
la que exhortaba a los obispos de América a destruir “la funesta cizaña” de la
revolución americana. Mientras tanto, la situación en Latinoamérica no era muy
alentadora. Fernando VII, que había recuperado el trono de España, enviaba a
Sudamérica un ejército de 15.000 hombres
que reconquistaba Venezuela, a la vez que preparaba otros 20.000 efectivos para invadir el Río de la
Plata. Al mismo tiempo, en Centroamérica, los independentistas mexicanos
sufrían duras derrotas frente a las fuerzas peninsulares.
En Chile, el ejército revolucionario había sido
aniquilado por los españoles y los sobrevivientes cruzaban la cordillera y se
unían a San Martín en Mendoza. Paraguay no mantenía relaciones con el Congreso
y los portugueses de Brasil avanzaban sobre la Banda Oriental, amenazando la
Mesopotamia.
En nuestro norte, los realistas habían tomado Jujuy y
procuraban avanzar sobre Salta, posición defendida valerosamente por Güemes y
sus gauchos.
En otro frente, los malones atacaban con absoluta
impunidad las poblaciones de la frontera interior, debido a que los Blandengues
que las protegían, fueron retirados de los fortines y sumados al ejército, ya
sea para combatir a los realistas o para combatir en la guerra civil entre
Buenos Aires y Artigas. En esos tiempos, el caudillo Oriental ya había avanzado
sobre Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe (provincias que no enviaron
representantes al Congreso) y amenazaba con ocupar Córdoba.
Y para colmo, la situación económica era desastrosa; los
escasos recursos se destinaban al mantenimiento de las harapientas y mal
pertrechadas tropas, ni hablar de inversiones ni de gastos hoy llamados
sociales.
Días antes del 9 de Julio, el espíritu republicano
presente entre los congresistas, sufría
un fuerte revés, al escuchar en una sesión secreta, el informe de Belgrano, recién
llegado de Europa. Don Manuel explicaba que solo existía una ligera esperanza
de conseguir algún apoyo del viejo continente, si se abandonaba la idea de la
democracia republicana y se instauraba una monarquía moderada.
Por ello, a pesar de la convicción democrática y
republicana de la gran mayoría, se propuso la coronación de un inca o de algún
miembro de las casas reales de Inglaterra, de Francia o de Portugal; pero todas
estas opciones fueron descartadas.
Finalmente, el 9 de Julio a las 2 de la tarde, después de
concluida la sesión ordinaria, tras el pedido de un diputado de Jujuy, se trató
el tema de la independencia; el secretario Juan José Paso preguntó a viva voz
si querían ser una nación libre, a lo que todos contestaron al unísono que sí e
inmediatamente se redactó el acta de aclamación.
Seis años de idas y venidas, de maniobras políticas, de
especulaciones y de elucubraciones fueron borrados de un plumazo por un grupo
de compatriotas que, como hombres libres y responsables de su libertad, dijeron
basta al dominio español.
Pero también dijeron basta a ser serviles a una monarquía
absolutista; en ese 9 de julio no solo independizaron a la Argentina de la
dominación española, sino que también independizaron a los individuos de la
sumisión al estado, procurando la libertad individual y la igualdad ante la
ley, instaurando la soberanía personal.
Esos argentinos esperaron a terminar la sesión oficial
para declarar la independencia, respondiendo no solo como representantes de sus
provincias, sino principalmente como individuos libres y responsables de sus
actos. Que lo hiciesen luego de la sesión ordinaria fue ex profeso.
50 años después de la Revolución de Mayo, en 1860,
terminamos de organizarnos como país, al adoptar todas las provincias la
Constitución Nacional. En los siguientes 50 años, Argentina tuvo un crecimiento
explosivo, gracias al esfuerzo y trabajo de cientos de miles de inmigrantes que
buscaban un mejor futuro para ellos y los suyos. Llegamos a ser el 7º país más
próspero del mundo (principios del siglo XX), 100 años después nos desplomamos
al puesto 54 del ranking.
¿Qué pasó? Esto no se explica solo culpando a políticos
corruptos y gobiernos ineptos, el problema somos todos y cada uno de nosotros. Somos
culpables cuando elegimos a los demagogos que prometen cosas imposibles de
cumplir, somos culpables cuando no cumplimos con nuestras obligaciones, somos
culpables cuando no nos comprometemos.
Para finalizar quiero dejarles una pregunta que cada cual
sabrá cómo responder en su interior.
Cada uno de nosotros tiene un compromiso y una
responsabilidad cívica que va más allá del votar; la pregunta es: así como,
personalmente, me siento inmensamente agradecido y orgulloso de mis próceres y
de mis antepasados. ¿Estarán ellos orgullosos de mi comportamiento, de mi
dedicación y de mi compromiso como argentino?
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