Estamos de la changada
Ricardo Valenzuela


Hace años Rush Limbaugh irrumpía en el mundo de las comunicaciones políticas y en muy poco tiempo, sacudiría la conciencia de los norteamericanos con un estilo combativo y sus ideas libertarias. Un hombre de gran facilidad de palabra, mente ágil, aguda y exageradamente apasionado con sus ideas libertarias las que, como interminable manantial, fluían poderosamente creando amigos y, sobre todo, poderosos enemigos.
 
Ante el anuncio de un Limbaugh quien, luego de conquistar la radio, ahora saltaba hacia la conquista del mercado de la TV, la audiencia del país vecino ansiosamente esperaba la fecha de su debut pues sabían sería controversial.
 
Finalmente llegaba ese día y los consumidores le obsequiaba a la televisora, sin conocer el contenido, una audiencia record que sorprendía aun a los más expertos. Aparece Limbaugh en pantalla y, ante la sorpresa del auditorio,  portando un sombrío rostro solo pronuncia una palabra; acompáñenme. En seguida inicia la proyección de un video mostrando el punto de entrada a un parque zoológico, al momento de abrir las puertas a una larga línea de autos ya esperando ingresar.
 
Al penetrar el primer auto, de inmediato aparece una pequeña partida de changos a los lados del camino. Los ocupantes del auto, mostrando su espíritu compasivo, se dan a tirarles algunos alimentos los que los monos devoran en segundos. Los autos en la retaguardia, siguiendo el ejemplo de compasión, proceden igualmente a la piadosa tarea de alimentar a esos nobles animales.
 
Al día siguiente se repite la misma escena pero, al penetrar el parque el primer auto, con sorpresa observan que el número de changos se había multiplicado. Los pasajeros de los autos, una vez más, exhibiendo sus almas caritativas, se dan a la tarea de entregar los alimentos a los ya exigentes monos, que ahora recibían un bastimento mucho más completo cortesía de estos generosos visitantes.
 
El evento se sigue repitiendo con la diferencia de que el número de monos crecía en alarmantes partidas. El grupo original de cinco changos, se había convertido en una extensa manada sin control. Las autoridades del parque, ante los síntomas exhibidos por tales comensales—sobrepeso y enfermedades relacionadas—deciden terminar el ritual y prohíben tajantemente continuar alimentando a los animales.
 
El primer día de la prohibición, entran al parque los primeros autos para encontrar una amenazante multitud de changos en espera de su diario banquete. Al ver que los ocupantes no inician la entrega del comprometido bastimento, ansiosamente proceden a rodear los autos. Ante la falta de respuesta de los visitantes, inician entonces un suave golpeteo de los autos. Acto seguido, ese golpeteo se torna agresivo y luego feroz rompiendo los cristales, algunos se montan sobre el techo y cofre golpeando entonces con destructiva fuerza. A uno de los carros le arrancan una puerta y cuando se disponen al ataque de sus pasajeros, cortan el video.
 
Aparece de nuevo en la pantalla Limaugh y afirma: “Cualquier parecido del contenido de este video con el sindicato de maestros de EU, es pura coincidencia puesto que el sindicato es mucho peor que estos monos rabiosos”. Inicia luego un feroz ataque a dicha organización que, en su opinión, más que un conjunto de educadores actuaba y lucía como una feroz partida de Mao, Maos.
 
Sin embargo, las agrupaciones sindicales de EU frente a sus contrapartes mexicanas, lucirían como monaguillos celebrando una misa dominical. Ese mismo video se podría usar comparando al sindicato mexicano de maestros, pero en lugar de changos normales, obliga utilizar la versión mexicana de monos rebosantes de drogas y malas ideas, haciéndolos más letales. No es posible que la educación en Mexico continúe en manos de esa rabiosa partida de animales, que todavía respiran el marxismo implantado en la constitución de 1917. 
 
Otra herencia más de los revolucionarios. Calles, arquitecto del sistema político post revolucionario, en su famoso grito de Guadalajara develaba su juego para, a través del nuevo partido, PNR, y sus adefesios complementarios, controlar todos los sectores del país a base de autocracia y la repartición de dulces de esa piñata llamada Mexico. Pero algo de especial interés para Calles, era la educación como instrumento para control futuro de la sociedad. Era tal su idilio con esa musa de la educación que, cuando impusiera a su hijo Rodolfo como gobernador de Sonora, de inmediato establecía la educación socialista obligatoria. La suerte del país estaba sellada con la firma del turco de Sonora.
 
“Plutarco no tenía ideología”, afirmaría uno de sus sobrinos en Fronteras, el pueblo de Sonora donde Calles se hiciera hombre. “En lo único que él creía era en el poder y lo buscaba apendejando a la gente con ese batarete socialista”. Pareciera que el jefe máximo entendía muy bien la frase: “El socialismo y su igualitarismo venden. Pero el liberalismo y su responsabilidad personal, es siempre rechazado”.
 
Este romance le valió enfrentamientos con Obregón—quien se definía como liberal—cuando en 1920 la hegemonía sonorense abandonara el estado para ir en contra de Carranza. Ante el asesinato de Obregón en 1928, la revolución Escobarista expresaba claramente su oposición a Calles en su “Plan Hermosillo”: “Propugnamos por una era mejor, una era sin el agrarismo de Calles que mata la agricultura, sin su laborismo que es solo holgazanería y un afán insaciable de enriquecimiento, laborismo que asesina la industria y envenena la educación”
 
Pero el último intento para establecer la verdadera libertad en Mexico, sería enterrado junto a la derrota militar del “Plan Hermosillo” y el desinfle del “Plan Guaymas” de José Vasconcelos, el gran educador, también en rebelión contra Calles, dejando vía libre al Maximato. La fatal combinación de marxismo con ese afán insaciable de enriquecimiento, le daban vida a esa aborto del averno; las salvajes hordas talibanes de la educación. Los centros de formación de maestros—las normales— se convirtieron en campos de adoctrinamiento de esa violenta guerrilla, produciendo en serie esos soldados de la destrucción. Los sepultureros del país.
 
El potaje de Calles, sazonado por Cárdenas, salpicaba las Universidades para establecer un acogedor capullo que anidaría la multiplicación de bestias para luego entregarles el destino del país. Abandonaban luego sus cavernas para corromper la niñez que la patria depositaba en sus manos. Prostituyen el alma de sus educandos. La abnegación queda sepultada por la demagogia, por la conflictiva sindical a la que dedica sus mayores esfuerzos. Se tornan politiqueros expertos en la violencia y así continúan reciclando sus odios.
 
En el enfrentamiento del gobierno con estas hordas barbáricas, se juega el futuro del país y tal parece que vamos perdiendo. ¡Cuidado! Podemos terminar como Venezuela.
 

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