El cambio cultural que el país necesita
Emilio Apud
- Ex Secretario de Energía y Minería. Miembro De la Fundación Pensar.
Todos están de acuerdo con que hay que sincerar tarifas,
pero pocos quieren hacer el esfuerzo. Hasta último momento tratarán de que lo
haga el prójimo colectivo, que, para el imaginario popular devenido en
populista, es el Estado. Esa falacia ha calado hondo en nuestra sociedad luego
de más de setenta años de populismo creciente, con récords durante el
kirchnerismo.
Entonces, estamos ante un problema ya de característica
crónica que, aplicado a la sociedad, se transforma en cultural.
Si nos basamos en las dos últimas elecciones
presidenciales, llegaremos a la preocupante conclusión de que el problema
cultural afecta por lo menos a la mitad de los argentinos y de que por su
antigüedad será de solución compleja y lenta.
El populismo, consentido por una gran mayoría de los
argentinos, hizo que creyéramos que podíamos vivir con un nivel superior a
nuestras posibilidades indefinidamente mediante sensaciones de bienestar
cíclicas y efímeras. Tal ficción fue posible durante tanto tiempo debido a la
riqueza y al elevado estándar de vida alcanzados por nuestro país hacia la
primera mitad del siglo pasado.
Ese caso atípico de decadencia crónica que padecemos
desde entonces dio origen a una tercera categoría de país en ámbitos académicos
internacionales, la de "en vías de subdesarrollo", y de no mediar un
cambio de tendencia en parámetros fuertemente deteriorados como pobreza,
desigualdad social, educación, entraremos a la fase terminal del proceso sobre
cuyas características ilustra con claridad la Venezuela de hoy.
Esa cultura populista aplicada a la energía durante el
kirchnerismo causó estragos en el sector energético y efectos colaterales de
magnitud en las cuentas públicas, el sector externo, la producción y el medio
ambiente. Trasciende al sector y adquiere entidad macroeconómica, política y
social.
El irresponsable lema "en la Argentina la energía es
abundante y barata", acuñado por Julio De Vido, principal responsable de
la debacle, incitaba a la población al derroche y a las empresas del sector a
no invertir, mientras la sociedad disfrutaba del acceso a nuevos bienes y
servicios con el dinero que antes destinaban a pagar lo que la energía costaba.
Hubo entonces, durante más de 12 años, una fenomenal transferencia de recursos
del sector energético a la población.
Esa ficción, sólo funcional al proyecto de poder y
riqueza de los Kirchner, hoy es inviable por más que la mitad de los argentinos
hayan vuelto a votar por el populismo sin importarles la crisis energética, el
aislamiento internacional, las mentiras del Indec, la inflación de más del 25%
soportada por años, la confiscación de los ahorros jubilatorios, el desprecio
por la ley y las instituciones, la Justicia sometida y cantidad de otras
anomalías.
Esta reflexión es necesaria para tomar conciencia de las
dificultades que enfrenta el actual gobierno para revertir la desastrosa
situación de la herencia kirchnerista.
Retomemos ahora la energía. No tiene sentido estar
mendigando gas y electricidad a nuestros vecinos e importando un tercio de
nuestras necesidades gasíferas cuando contamos en nuestro territorio con el
segundo recurso gasífero a nivel mundial, con los principales vientos del
planeta, ríos con potencialidad hidroeléctrica de la que sólo se aprovecha la
mitad, una gran radiación solar, biomasa, conocimiento y experiencia nuclear.
Pero para poner en valor esos recursos antes hay que remover las distorsiones
que afectan al sector energético, fruto de años de impericia y corrupción de
los gobiernos kirchneristas. Y aquí entramos al tema tarifario, la principal
distorsión, cuya solución requiere que los usuarios entiendan que se debe pagar
por la energía lo que corresponde, es decir lo que cuesta, como en cualquier
país del mundo y como en nuestro país hasta hace 13 años. También debemos
entender que lo no pagado vía tarifa congelada durante años lo pagamos con
creces todos los argentinos a través de los subsidios parciales y arbitrarios y
con la caída en cantidad y calidad del servicio.
Entonces ¿dónde está el negocio de que "nos
subsidiemos" -porque el Estado somos nosotros- el gas y la electricidad?
¿Por qué la oposición, algunas asociaciones que se dicen defensoras de los
usuarios, varios periodistas y jueces "amparistas" alientan la
resistencia al pago de los aumentos tarifarios en vez de proponer el esfuerzo y
el sacrificio necesarios para superar la crisis? Hay, sin dudas, oportunismo,
especulación política, resistencia K y mucho de demagogia.
Hay un segmento menor de la población que por sus
ingresos o situación económica no está en condiciones de pagar tarifas de
equilibrio al que el Estado tiene la obligación de asistir y lo está haciendo
con tarifa social y excepciones justificadas. Pero los que estamos en
condiciones de hacer ese esfuerzo, más del 80% de la población, deberíamos
replantearnos si vale la pena renunciar a todas esas posibilidades de
desarrollo genuino por seguir aferrándonos a la comodidad aparente y
cortoplacista, pero no sostenible, de no sincerar las tarifas. El cambio de
rumbo es necesario y posible, pero con esfuerzo, sacrificio y compromiso,
conceptos extraños a la cultura pospopulista. De ahí las dificultades que tiene
el Gobierno para aplicar los ajustes tarifarios correctivos.
Un aspecto al que el Gobierno debería prestarle mayor
atención es al carácter asintomático de la crisis energética a nivel popular.
La gente no la siente, no la percibe en su verdadera dimensión, salvo aquellos
que sufren cortes de luz o restricciones en el suministro de gas. Por tal
motivo debería haberse puesto mayor énfasis en evidenciar las consecuencias de
la crisis heredada, ya que su desconocimiento produce en la gente resistencia a
los aumentos y es caldo de cultivo para el oportunismo de referentes opositores
no kirchneristas interesados más en la especulación electoral que en ayudar al
país a salir adelante. También es útil para la dirigencia kirchnerista
seriamente comprometida con hechos de corrupción, cuya sanción legal no podrá
evitar si tiene éxito el gobierno del presidente Macri, comprometido con la
impunidad cero.
Es saludable que el Gobierno, ante los reclamos y errores
admitidos, replantee tiempos y cantidades en su propuesta original de
sinceramiento tarifario. Pero de ningún modo sería conveniente que renunciara
al objetivo principal e inevitable: la tarifa de equilibrio. Además, las quitas
temporales que se hicieran a las tarifas deberían ser financiadas por el
Estado, pero no condonadas. También las medidas que se vayan aplicando tienen
que ser monitoreadas paso a paso, casi online, para anticiparse a eventuales
desvíos, como los ocurridos con el frío otoñal que disparó la demanda de gas
entre 9 y 10 veces respecto de la factura precedente, saltando escalas
tarifarias y dando origen a facturas imposibles de pagar incluso por usuarios
con capacidad de pago.
Detrás de todas estas explicaciones subyace entonces la
necesidad de un cambio cultural en nuestra sociedad. El paradigma del
facilismo, la falta de compromiso individual, la ilusión de un Estado
benefactor que en realidad benefició por décadas a la dirigencia política en el
poder obstaculizan el cambio necesario. Ante esta coyuntura, y como aporte para
el inicio de ese cambio cultural en nuestro país, tal vez resulte oportuna la
frase pronunciada por John F. Kennedy en su discurso inaugural de 1961:
"No pregunten qué puede hacer el país por ustedes, pregúntense qué pueden
hacer ustedes por su país".
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