¿Y si probamos con la verdad?
Carlos Mira
Periodista. Abogado. Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


El camino de tomar a la gente por estúpida parece no tener retorno. Es más hasta es posible que se haya pensado un plan para estupidizar a la gente y luego explotar su estupidez.
Solo en ese caso puede entenderse la inverosímil comparación que la presidente hizo ayer entre la Argentina, Australia y Canadá, pretendiendo hacerle creer a su auditorio que el país está mejor que esos dos gigantes económicos.
La comparativa de la Argentina con Australia (y en menor medida también con Canadá) ha sido un clásico de los estudios económicos comparados. Y lo ha sido porque nadie en el mundo académico puede entender la enorme involución argentina que, de ser un país que disfrutaba de un nivel de vida efectivamente superior a aquellos, se desplomó como un piano a partir de la finalización de la Segunda Guerra Mundial.
Hace 14 años dediqué un documental de televisión que duró un mes en pantalla en donde comparábamos justamente la performance argentina con la australiana. El programa no se basaba solamente en los aspectos económicos del caso sino en un análisis global del nivel de vida de ambos países, en un intento de medir un índice de desarrollo humano y de calidad cotidiana.
Analizamos allí la seguridad social, la justicia, la historia, la salud pública, la educación, los impuestos, la religión, el sistema político, el sistema económico, la seguridad pública, el tiempo libre, el sistema nacional de transporte. Hicimos 16 entrevistas en Sydney, Melbourne y Canberra y las editamos comparativamente con otras tantas que hicimos en Buenos Aires. El resultado fue contundente: Australia se había transformado en un país súper desarrollado, con un altísimo nivel de vida, seguro, en donde la ley se respeta, la justicia es una garantía definitiva para los ciudadanos, en donde se puede proyectar un futuro, en donde las personas circulan con la seguridad de volver tranquilamente a sus casas, en donde el valor de la moneda les permite formalizar la peregrina idea de ahorrar y en donde la cohesión social rechaza las divisiones y los rencores.
De todos esos extremos que comprobamos en ese viaje no hay uno que en todos estos años, no haya mejorado proporcionalmente a favor de Australia y empeorado en contra de la Argentina.
De Canadá podría decirse otro tanto. Para solo comentar un dato que tiene que ver con la preocupación número uno de los argentinos -la seguridad- digamos que hace unos años las principales cadenas americanas de noticias (CNN, ABC, FOX, CBS, NBC; NSCBC) retiraron a sus corresponsales del país por ausencia de noticias: se trata de un país tan tranquilo, tan normal con un tránsito por la vida tan bucólico que no merecía mantener una estructura de noticias que no tenía nada que reportar.
Hoy ambos países superan los U$S 45000 de ingreso medio per cápita. Ambos tienen menos habitantes que la Argentina. Son países enormes y en gran medida vacíos. Australia, con 22 millones de personas arrinconadas en el perímetro de sus costas porque el centro del país es el lugar más seco del mundo (tienen ríos de apenas 400 km de extensión), es una isla en las antípodas. Está prácticamente lejos de todo; se trata de un país fuertemente inmigrado y que se ha reconciliado con su pasado aborigen. Tiene, como se ve, muchos de los factores de hecho a los cuales la Argentina ha echado mano recurrentemente para justificar su fracaso.
Fundado prácticamente por presos que Inglaterra echaba de sus cárceles por superpoblación,  hoy es uno de los lugares más agradables del mundo para vivir. Dos de sus ciudades (Sydney y Perth) han sido repetidamente votadas como las ciudades ideales  y la primera como la más escénica del mundo.
En el caso canadiense, (país que como Australia acoge a casi 20000 argentinos que viven en ellos) Vancouver en la costa del Pacífico ha sido elegida también como una de las mejores ciudades del mundo para vivir y Montreal y Toronto, la siguen de cerca.
El nivel de pobreza australiano es igual a cero y en Canadá (medido con índices confiables, no del INDEC) no llega al 4%.
La estrambótica comparativa de las reservas contra el PBI que hizo la presidente solo puede sostenerse cuando se la usa para engañar a incautos. Tanto Australia como Canadá tienen un producto que alcanza al trillón de dólares. El de la Argentina es de 450.000 millones de dólares, medido por el tipo de cambio oficial (sería de la mitad si lo calculamos por el blue). Que aquellos países tengan una ratio de reservas/PBI igual al 3% y que en la Argentina ese número sea del 7% lo único que indica es que la producción argentina es alarmantemente baja. Si Australia y Canadá tuvieran una ratio de reservas igual, no tendrían lugar donde ponerlas.
Además resulta innecesario que países cuya rueda productiva funciona y tienen una normal inserción en la comunidad financiera internacional tengan el dinero al contado en las bóvedas de sus bancos centrales. En otras palabras, en Australia y Canadá las propiedades no se compran con los billetes físicos arriba del escritorio del escribano; allí el dinero al contado no se precisa, del mismo modo que no se precisa una relación de reservas/PBI del nivel del que se vanagloria la Sra. de Kirchner. (Por lo demás tampoco se sabe si ese nivel es cierto o forma parte del "relato" y en qué concreta medida están compuestos por billetes contantes y sonantes o por papeles pintados)
Pero más allá de lo inaudito de la comparación es cómo vive la gente en uno y otro lugar. Y en ese punto la presidente podrá especular con engañar a incautos pero no puede aspirar a que la gente medianamente informada no se le mate de risa en la cara.
Por eso cabe volver a decir: si el sistema en el que vivimos tiene por objetivo la fabricación en serie de zombies que terminen creyendo las mentiras que los fabricantes de zombies dicen, es hora que se den cuenta que el intento fracasó. Puede haber tenido algún éxito en franjas marginales, pero cada vez son más los que advierten que la farsa que nos pretenden hacer creer no resiste el menor análisis.
Sería interesante que la presidente deje de caer en estos infantilismos. Podría hacer un intento probando con la verdad. Ahora que los naipes del castillo se caen a pedazos podría ser un momento adecuado para abandonar la mentira y probar con la franqueza y con el sinceramiento de una Argentina que ya ha tenido suficiente del el intento sobrehumano de creer que con embustes se puede vivir mejor
 

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