Cambiemos la perspectiva: Ni ONG, ni Tercer Sector
Javier Cubillas
Analista de Asuntos Públicos, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


No hace mucho tiempo y dada una experiencia reciente de trabajo en la que me tocó analizar una actividad de participación social y política que será objeto de legislación, me encontré pensando –por las particularidades de los casos y la importancia de los actores- en cómo los actores y sectores privados se relacionan con el Estado en sus distintos niveles.

Una de las resultantes de esta experiencia me alumbró en la necesidad de repensar las etiquetas o denominaciones más comunes que imperan sobre las organizaciones de la sociedad civil. Me encontré con una paradoja irresuelta y que no contribuye en nada a transparentar y evidenciar con justicia la actividad de organizaciones particulares, sectoriales o sociales.

La paradoja que debemos develar y pensar aquí debe entenderse como una necesidad y deber de corrección entre lo que se dice y lo que se hace en pos de ubicar a cada actor u organización en su lugar y entonces así esbozar una proposición académica.

Lo que se propone esta nota entonces es problematizar sobre ciertas ideas y abandonar definitivamente las denominaciones de: Organizaciones No Gubernamentales y la del Tercer Sector, en tanto ambas concepciones pobre favor le hacen a la actividad usual que desarrollan las organizaciones, fueran cuales fueran sus objetivos y finalidades.

Primero, la gran mayoría de las organizaciones civiles se mantienen gracias a alguna fuente de presupuesto estatal o bien, aún con una fuente de financiamiento puramente privado, suelen tener como usual finalidad influir de múltiples modos sobre actores estatales, con lo cual, realizan la actividad de gestión de interés o lobby. Motivo por el cual, la idea de no gubernamentalidad queda totalmente desvirtuada ya sea por financiación y/o por influencia al actuar mediante o sobre el Estado en algunas de sus instancias.

Creo entonces que no hay nada más contradictorio que la denominación de O.N.G. que influya o busque incidencia sobre funcionarios o empleados del Estado en cualquiera de sus niveles. Esta sacrosanta denominación ha resultado finalmente un paraguas de buenas y santas intenciones para no reconocer con justeza cuáles son sus reales acciones.

Inscriptas en esta misma lógica, la otra idea asociada a la de O.N.G. que también incurre en un mismo error de perspectiva importante, es la idea de organizaciones del Tercer Sector. Este supuesto sector, aún cuando la idea dominante que las nuclea sea concebirse sin fines de lucro, nada dice respecto del total de actividades que pueden realizar y que pueden provocar, cuestiones mucho más importantes a la hora de analizarlas dado el fuerte impacto político y económico sobre lo público y lo privado que pueden conseguir en tiempos de nuevas tecnologías de la comunicación y sociedades complejas.

Además, como concepción, asi se identifica numéricamente y ubica al Tercer Sector anteponiéndose en importancia a las actividades del Estado y del mercado como condicionales y previas a este sector. Aquí, la paradoja vuelve a surgir con fuerza e importa dejar en claro que no nos puede resultar de buen sentido común pensar en que la actividad voluntaria de una persona o un grupo de personas de objeto y finalidad altruista, colaborativa o de coordinación, puedan ser posteriores en orden a toda la complejidad que suponen las actividades de mercado y Estado.

Es decir, lo primero que hacemos los individuos en sociedad es colaborar o coordinar actividades y relaciones cotidianas antes que adentrarnos en lo puramente económico y político. Cada individuo y su contexto de relaciones es siempre una instancia previa antes que la idea y praxis de mercado y Estado. Es más, nuestros Derechos Humanos no nacen a partir del Estado y el mercado, son previos a ambos. Esta actividad del supuesto Tercer Sector, es primera en todo sentido porque responde a criterios de privacidad, de empatía, emociones, de valores humanos básicos. Resulta fuertemente paradójico todo eso dado que son percepciones fuertemente arraigadas en la academia en América Latina. 

Entonces, la crítica que aquí se hace a estas concepciones imperantes -naif y edulcoradas- muchas veces también instaladas en la agenda pública desde los medios masivos de comunicación, busca incluso correr el velo sobre la real actividad de la mayoría de las organizaciones sociales o populares que finalmente actúan gracias, en medida o sobre el Estado, por múltiples vías: financieras, económicas, o de influencia, gestión de interés e incidencia. Siempre hay excepciones, desde ya, pero nunca las excepciones pueden definir una actividad o concepción sobre una temática de estudio y praxis.

Finalmente, reconociendo la real naturaleza de las acciones que llevan a cabo las organizaciones de la sociedad civil, primeras en todo sentido, en cuanto a orden y sector, no podemos seguir convalidando acríticamente ciertas concepciones imperantes. Debemos comenzar a problematizar y a entender a estos fenómenos no partiendo desde una cosmovisión que defina la naturaleza de la actividad por la negativa y en relación al Estado, por los motivos anteriormente explicitados. Por esto, proponiendo alguna respuesta a esta problemática, podemos concebir genericamente a estas organizaciones de la sociedad civil como Organizaciones de Coordinación e Influencia.


Sin animo de haber dado por concluida con toda la discusión sobre esta temática, planteada la necesidad de problematización, y con la propuesta realizada, creemos que seguir indagando en esta linea de reflexividad nos acerca a cumplir un deber más cercano con lo que ocurre realmente. Para esto, hay que volver cada tanto a los clásicos del pensamiento liberal para no extraviar la mirada y poner patas para arriba la realidad.


 

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