La violencia requiere leyes, pero antes, cerebros intactos
Gastón Vigo Gasparotti
Representante de CONIN en Buenos Aires y coordinador de la obra "Así se combate la desnutrición", escrita en conjunto con el Dr. Albino.


El país está envuelto en la discusión de la baja de la imputabilidad. Será tarea de los especialistas concluir qué es lo más adecuado. Lo que sí es seguro, que así no podemos continuar. Nuestra sociedad está enferma de violencia. Tanto víctimas como victimarios, viven en la encrucijada de la guerra, donde matar o morir pareciera ser la única opción de supervivencia. Es increíble, que con 34 años de democracia, no hayamos encontrado una mejor solución.
 
¿Podemos estar peor todavía?
 
Si no entendemos que la desnutrición es el tema capital y debe ser la prioridad número uno a resolver, sí. Al no ser sólo un problema de falta de alimentos, sino un conflicto social más profundo, debemos abordar todas las aristas posibles del asunto.Así fue como en el año 2000 por ejemplo, el Dr. Abel Albino, Fundador de CONIN Argentina, le solicitó a una notable letrada de su provincia, que estudiara la relación entre criminalidad y desnutrición: resultó ser que el 80% de los grandes criminales de Mendoza habían sido desnutridos de segundo y tercer grado.
 
¿Estoy criminalizando la pobreza?
 
Por supuesto que no. Ningún pobre significa un potencial delincuente.
En primer lugar, la desnutrición puede evitarse. Por lo tanto, nadie está condenado antes de nacer a ser analfabeto, ladrón o sobreviviente de su debilidad mental irreversible. Hace 24 años el ilustre médico nombrado concentra sus esfuerzos en prevenir esta patología profunda, salvando niños de ella y ayudándolos a crecer ambicionando una vida llena de plenitud. En síntesis, su desvelo es erradicar esa injusticia creada por la inmoralidad del hombre. Seguro que es más fácil seguir adelante sin buscar culpables, porque quizás nos topemos con nosotros mismos. Albino no pudo convivir con el peso del que elige ignorar.
 
En segundo lugar, no se condena a nadie cuando se presenta un dato objetivo de la realidad. Por el contrario, un científico debe advertir, evaluar, analizar y abrir perspectivas para que junto a todas las personas de buena voluntad se construya un conocimiento abarcativo de una deuda social perentoria.
 
En tercer lugar, quien ha sido desnutrido y no fue tratado a tiempo, cargará con una discapacidad a largo plazo, porque en él se produjo una atrofia cerebral. Posee menores conexiones interneuronales y alteraciones bioquímicas, neurofisiológicas, metabólicas y bioeléctricas, lo que hace que ese ser humano tenga una menor capacidad para absorber conocimientos y para poder comprender las consecuencias de sus actos.
 
Dichas estas tres conclusiones, es apropiado afirmar que el hecho de que la debilidad mental no se compruebe hasta que se inicia el proceso de aprendizaje, hace que en los primeros años de vida (justamente los más vitales para revertir la desnutrición) la comunidad no acuda a ayudar al frágil niño y a su pobre familia que también desconoce el rol clave que debe interpretar.
 
¿Puede entonces sorprender que desde 1999 a la fecha se haya duplicado la cantidad de presos en la Argentina, que pasaron de 30 mil a 60 mil?
 
¿Debiera asombrar la noticia de que del total de los reclusos encarcelados, solamente un 39% tenga el primario culminado (1 de cada 3 presos) y un 7% el secundario completo (1 de cada 14 presos)?
 
¿Qué nos indicó el informe anual del Sistema Nacional de Estadísticas sobre la Ejecución de la Pena del año 2011, cuando concluyó que la situación laboral de los 41.122 convictos (76% del total) al ser apresados, era que no tenían un trabajo a tiempo completo?
 
¿No debe ser motivo de análisis, que 9.680 de los presos procesados o condenados están en la cárcel por homicidios dolosos (7.623) o culposos (2057); es decir, 1 de cada 6 fue detenido como responsable, o probable responsable, de alguna muerte violenta?
 
Hay otro dato llamativo del documento mencionado, y que impacta en el centro del problema: 7.479 presos no recibieron visitas de ningún integrante de su familia o amigo (1 de cada 8 presos), lo que denota ausencia de contención familiar. También se sabe de otros miles cuyas visitas fueron tan sólo una, o cantidades mínimas. Esto revela que muchos presos fueron a lo largo de su vida víctimas de la falta de amor, y estas amargas raíces comenzaron a crecer en la más tierna infancia; por ende, la estimulación afectiva que proponemos es no sólo un derecho humano básico de todo niño, sino un arma fundamental para prevenir el delito.
 
No me toman desprevenido estos números, porque sé que son fruto de lo que nosotros hemos negado y dejado que suceda. Lo preocupante es que todavía no entendamos un razonamiento tan simple como el que indica que atacar las causas es el modo más efectivo de evitar las consecuencias.Podremos encontrar paliativos para evitar tanto derramamiento de sangre inocente, pero jamás alcanzaremos la paz social definitiva, si buscamos solamente soluciones que contemplen las contingencias actuales.
   
Estoy convencido de que donde no están satisfechas las carencias más elementales, indefectiblemente aparecerá la desnutrición infantil; y si ésta no se recupera en los primeros mil días de vida, el niño estará condenado a bajos resultados escolares que lo llevarán al abandono de los estudios, por lo que no podrá escapar del subempleo o desempleo y será incapaz de hacerse de recursos suficientes para progresar socialmente. En esa instancia, se sentirá un marginal, que tratará de que alguien lo asista y con el tiempo, si aquello no sucede, sus opciones de supervivencia serán pocas. A su vez, cada año postergado, hará más hostil el universo tecnológico que los desnutridos no pueden comprender ni detener. Apartados, estarán incentivados a delinquir. ¿Estoy justificando la delincuencia? Todo lo contrario. Solamente advierto que el tema es de tal urgencia (tenemos 4 millones de niños pobres), que no deseo ir con rodeos ni perder más tiempo: es indispensable actuar de inmediato.
 
El dilema es claro: preservamos los cerebros para que puedan ser educados o, entre otros males, seguiremos lamentando muertes.
 
Puedo imaginarme a quienes me lean, criticándome al decir que sólo estoy basando mi análisis en los delincuentes pobres y no en los pudientes o universitarios, que salidos de las mejores casas de estudio,  roban millones de pesos a diario. Es más, hasta dirán que en la cárcel sólo están los “ladrones de gallinas”. No desconozco esta realidad. No obstante, que las instituciones hayan fallado para evitar esos hurtos escandalosos no justifica que nosotros neguemos lo que los especialistas de distintas ramas del conocimiento se han encargado de demostrar, cuando desarrollaron las consecuencias ocasionadas por la desnutrición infantil.
 
Para acabar con este gigantesco flagelo, necesitamos por una generación hacer un trabajo continuado. Hoy, nuestra Patria necesita, 4000 centros de prevención y 15 hospitales para desnutridos de tercer grado, que salvarán la vida de aquellos 8 infantes que mueren en promedio por día, en el más absoluto silencio.
 
¿Corresponde entonces que todos se involucren en la causa de la Fundación CONIN?
 
Si la desnutrición fuera parte de un destino manifiesto de la humanidad, les diría que ni valdría la pena intentarlo y que se evitaran estos cuestionamientos éticos. Sin embargo, está comprobado que es absolutamente posible erradicarla. No sólo en una localidad, sino en todo un territorio; y aquello significará para la Argentina la inversión de más alta rentabilidad no comparable con ninguna otra.  Ante la evidencia de lo alcanzable, no es admisible mirar para otro lado. 
 

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