Para que exista un corrupto, debe existir un corruptor
María Mercedes Barbosa
Investigadora, especializada en Finanzas Públicas.
Contadora Pública. Premio a la Libertad 2011, Fundación Atlas para una Sociedad
Libre. Titular del blog "Pensadores malditos".
“Lo único que regresa de la tumba con
los dolientes y se niega a ser enterrado es el carácter del hombre.”
J.R. Miller
Hay gobiernos más corruptos que
otros. Verdad.
Quien se enriquece por un soborno es
un funcionario público y quien paga el soborno obtiene una ganancia que supera
ese pago. Verdad.
¿Quiénes se perjudican? Los
contribuyentes/ciudadanos/usuarios.
Todos pagamos: sobornadores pagan y
ciudadanos pagan los platos rotos con un servicio o producto de menor calidad.
Así, hoy en día los dirigentes
políticos gozan de una mala reputación y la función pública, por ende, carece
de prestigio.
El malhumor cae sobre los corruptos pero poco malhumor cae sobre el
corruptor. Ambos son idénticamente responsables, no solo legalmente, sino
también socialmente responsables por ese acto de soborno.
Los corruptores no solo afectan su propia estima personal, sino que
también afectan a la reputación de la empresa que representan y los intereses corporativos
que dicen velar; los políticos afectan su propia reputación y la reputación de
las instituciones que representan.
Los corruptores que alguna vez nacieron como personas “sanas” y fueron
educados (quizás) bajo valores de ética y moral, alegan no tener alternativas y
afrontan un acto deshonroso para excusar la acción impropia e inmoral de la
corrupción.
Ese corrupto/r es un ser humano que transformo su educación originaria
de la moral, la ética y la Libertad, en un enjambre de redes delictuales en su
papel de empresario o funcionario. Pero asume una segunda moral ante sus
allegados, pues carece de escrúpulos.
E injustamente por la existencia de esta moral dual, metemos todo en la
misma bolsa y así, empresas que seriamente protegen su ética empresarial y su
responsabilidad social, se ven afectadas por los actos de los corruptos.
Una decepción total.
Reestructuración total
Los principios éticos constituyen el núcleo
primordial para el desarrollo de actividades y acciones tendientes a acabar con
la corrupción.
No se trata de contar con códigos de ética que solo son letra muerta o
líneas de denuncias que no funcionan y/o no traccionan acciones tendientes a
investigar y resolver los casos denunciados: se trata de contar con valores
éticos que promuevan un buen gobierno corporativo, excelente cumplimiento
normativo, buenos controles que funcionen bien, transparencia y responsabilidad
social.
Para ello necesitan recurrir a expertos en el área y dejar de lado el
egoísmo del “todopoderismo” que creen tener.
Y no se trata solamente de los actos de corrupción de “las grandes
esferas del poder público o privado, se trata también de no manipular la
contabilidad para evadir impuestos, no ocultar o manipular las muestras en una
auditoría fraudulenta y/o de obtener ventajas personales a espaldas de los
accionistas de su empresa y sus propios usuarios o consumidores.
Castigamos a políticos dejándolos de
votar, pero, ¿castigamos a las empresas que sabemos que no ponderan un
desarrollo sostenible ni sustentable?
Sabemos que los ejecutivos penalmente procesados llegaran a asumir su
culpa y la empresa, eventualmente, pagara una multa millonaria, ¿pero qué responsabilidad penal le cabe a
la empresa?
No soy idealista. Creo en los
principios éticos, en la conducta y la disciplina, en la transparencia y la
Libertad.
Vos y yo y aquellos que forman nuestra esfera de influencia debemos ser fiscalizadores ante la
debilidad del poder político y ante las empresas corruptas que no solo
interfieren en la imagen de la propia empresa, sino que afectan a la economía
en su globalidad.
Este paradigma debe cambiar por uno
nuevo, fresco que comience a erradicar a
estos actores corruptos y corruptores de baja estofa. La transformación es
necesaria.
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