La barbariedad argentina
Javier Cubillas
Analista de Asuntos Públicos, Fundación Atlas para una Sociedad Libre.


Este 2017 puede ser recordado como un año especialmente intenso en cuanto a muestras de barbariedad argenta. El clásico dilema de civilización y barbarie que bien forma parte de nuestro acervo cultural debería, definitivamente, ser puesto en consideración para dar lugar a una sola síntesis que -200 años después de nuestra independencia- nos aglutine: la barbariedad.
 
Es decir, la oposición civilización – barbarie de impulso iluminista ha sido abandonada y pareciera no formar parte de nuestro horizonte como un símbolo orientador o norte para actualizar el dilema a los tiempos que corren. No es una máxima que quisiéramos consagrar, un sentido superador a concretar. Mas bien hemos demostrado por doquier que vivimos inmersos en una hibridez -y oxímoron- en donde lo civilizado y bárbaro se entremezclan y asimilan en un sentido común ampliamente aceptado. Somos una muestra de barbariedad constante.
 
Así, este 2017 plagado de conflictos y reclamos nos permite enunciar los siguientes hechos:  A los manteros e indocumentados y su complejidad social, a los gremios y a su crisis de expresión y afiliación, a los maestros y a su perdida de identidad y de estatus, al movimiento de mujeres que tolera a grupos radicales que enarbolan contradictorios mensajes de violencia simbólica, al rock y su cultura del aguante que transformada en misas masivas pone en riesgo a sus fans y el arte, y finalmente, a grupos políticos que alientan una cultura económica de la opacidad y la inflación para dominar a empresarios y empleados en pos de alcanzar un crecimiento económico.
 
En todos estos hechos, más allá de los motivos de los reclamos sectoriales, el común denominador aceptado y naturalizado es su componente de masas con episodios de 300.000 personas movilizadas, o más, en donde la seguridad la ofrece y ejecutan agrupaciones sociales, barrabravas o gremialistas, según la ocasión, porque la policía federal o provincial puede ser peor. Por ende, el epílogo de los eventos suele ser una escueta frase que resume el desconcierto: estuvo flojo de organización.
 
Todos estos hechos son muestras de que los componentes colaborativos, legales e institucionales no han superando el estado de atraso, el conformismo, a la irresponsabilidad, a la queja y el incumplimiento de la ley. Más bien, hemos asimilado la barbarie acostumbrándonos a que incluso, podemos tener una década o movimiento político exitoso, electoralmente hablando, sin que ello nos despierte contradicción alguna si emergen hechos de corrupción o tragedias sociales. Es más, pensamos que nos debemos a nosotros ser parte un país desarrollado sin cambiar un ápice en nuestras preferencias y sobre las responsabilidades no asumidas.
 
La barbariedad argentina es esa compleja identidad - ese no sé qué- que nos identifica y nos interpela, que nos hace únicos e incorregibles.  

 

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