Libro Vladimir Chelminski: Jaque mate a la sociedad venezolana
Fundación Atlas para una Sociedad Libre


Sobre el contexto:
Venezuela ofrece muchas lecciones al mundo, pues de ser un país extremadamente pobre a principios del siglo XX, para mediados del mismo, estaba entre los más ricos del mundo, y para el cierre del siglo tenía una economía enferma de gravedad. Su gente estaba harta de vivir en un país que no encontraba su camino al desarrollo desde alrededor de 1977. En 1998 una parte grande de la sociedad votó por quien le prometió amarla como nunca antes y cambiárselo todo. 

Actualmente Venezuela es un país comunista. Su constitución no lo dice, pero sí lo dicen sus leyes principales, el Tribunal Supremo de Justicia y su presidente. La empresa privada no ha sido formalmente proscrita, pero las principales las estatizaron y los propietarios de las privadas que todavía viven, no tienen ningún control sobre sus precios de venta, ni sobre sus niveles de inventarios, ni sobre sus relaciones con suplidores en el exterior; y saben que la revolución avanza. Coexisten aun algunas empresas multinacionales, pero las pocas que quedan, han sacado de sus libros de contabilidad todo lo que habían invertido y apenas respiran.

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Los controles de precios son contraproducentes porque tienden a paralizar la producción y la inversión. Apenas se imponen, incentivan la demanda y desincentivan la oferta, crean perfectas condiciones para la corrupción e implantan costos administrativos enormes para gobernantes y gobernados, que al final, de alguna manera los paga el público. Terminan creando cementerios de empresas y colas para comprar (mucho más caro). Lo mismo ocurre con los controles de cambio. Las causas y efectos de estas desgracias lamentablemente no son evidentes. 

Para la opinión pública, para los políticos y gobernantes, la idea de controlar precios parece a primera vista muy atractiva. Venezuela es un país muy rico en recursos naturales, pero su gente vive muy mal porque sus gobiernos, irresponsables o ignorantes, impusieron estos controles por demasiado tiempo. Ahora no hay ni alimentos, ni medicinas ni repuestos para automóviles, ni papel, ni desodorantes. La población vive para hacer colas.

Desde 2003 el gobierno ha querido controlar todas las operaciones de cambio del bolívar con el dólar o con cualquiera otra moneda. Ese año también impuso controles de precios para la mayor parte de los bienes y servicios, los cuales los fue apretando desde entonces cada día más. Los productores se vinieron a menos, los consumidores tuvieron que pagar mucho más, se acabaron las oportunidades de empleos dignos, buena parte de las nuevas generaciones abandonaron el país y para colmo, creyeron necesario cerrar la frontera con Colombia. Se perdieron todas las libertades económicas, y con ellas, todas las demás.

Las ideas del autor se refuerzan con abundantes anécdotas y con opiniones de otros, a favor y en contra de los controles. Se enfatiza la necesidad de una economía libre de estos controles que nunca, en ninguna parte del mundo han funcionado, para que podamos poner a andar la economía, se abran posibilidades de empleo digno, se acaben las indignantes colas y podamos también recuperar las demás libertades civiles que, como consecuencia de los controles, también se perdieron.

Tan mal se ha manejado el país y tanto se han empobrecido los venezolanos, que si bien Bs. 4,30 en enero de 1983 compraban US$1, esos mismos Bs.4,30 al cierre de 2016, solo compraban US$ 0,00000179 (entiéndase 179 cien millonésimas de un dólar). El monto del salario mínimo lo han subido 100.902 veces sin que se hiciera el menor esfuerzo en pensar cuántas personas quedarían desempleadas, ni cuántas empresas tendrían que cerrar tras estas órdenes. 

Venezuela es una suprema tragedia, también es un laboratorio de enorme interés para el mundo. Un fracaso espectacular de lo que es una economía dirigida, quizás como ningún otro en la historia universal. Sus omnipresentes controles solo han servido para agravar problemas, no para resolverlos.
 

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