Cuando los profesores en huelga se enfrentan a la policía antidisturbios, la regla general es que el partido gobernante no resulta ganador. Pero las manifestaciones en Méxicopodrían ser la excepción para el presidente Enrique Peña Nieto y el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
El Congreso mexicano aprobó la semana pasada, por un amplio margen, la mayor parte del proyecto de ley de reforma educativa enviado por Peña Nieto. Por primera vez, los profesores serán evaluados por su desempeño y los graduados que no formen parte de las Escuelas Normales podrán ser contratados, lo que introducirá competencia en el sistema. A los maestros ya no se les permitirá vender sus puestos o traspasarlos a sus familiares. Quienes dediquen la totalidad de su tiempo a las actividades sindicales, no podrán recibir un salario como docentes.
Las protestas en las calles de Ciudad de México desde mediados de agosto, encabezadas por el sindicato de profesores más radicalizado (conocido como CNTE) no pudieron detener la reforma. Incluso los diputados del izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD) votaron mayoritariamente a favor de las nuevas leyes.
Una de las razones que explica los problemas de los maestros y por qué han perdido popularidad es que han tomado rehenes, bloqueado carreteras y se han armado con piedras y tubos en las calles. Una explicación más poderosa podría ser que la sociedad civil está harta de un sistema corrupto que permite a unos pocos aprovecharse a costa de los niños del país. Esta rebelión contra un poderoso grupo de interés es la última señal de que México está cambiando.
Incluso en un buen día, las principales calles de Ciudad de México se pueden parecer más a estacionamientos que a avenidas. Hace unas tres semanas, cuando las manifestaciones de los profesores se trasladaron desde el inquieto sur del país a la capital, la situación fue de mal en peor. Miles de militantes abarrotaron el Zócalo, la histórica plaza central de la ciudad, instalaron carpas, bloquearon avenidas y, en ocasiones, se enfrentaron a la policía. Quienes trabajan en esta parte de la ciudad se demoraron para llegar a la oficina y, algunos días, a algunos viajeros les resultó imposible llegar en taxi al aeropuerto internacional.
Hasta cierto punto, los organizadores de las protestas obtuvieron lo que buscaban. Ciudad de México se volvió una maraña. No obstante, conforme el caos persistía la semana pasada, quedó claro que, en el tribunal de la opinión pública, se imponía Peña Nieto.
La simpatía del público antes reservada a los profesores se había transformado en un ferviente resentimiento. Una encuesta realizada por el diario Reforma publicada el 28 de agosto mostró que 59% de los entrevistados estaba de acuerdo con la postura de que el Estado debía recurrir a la fuerza para desalojar a quienes bloqueaban las calles.
La desaprobación del público también deriva de la creciente toma de conciencia de que la docencia es un fraude manejado por los sindicatos, no un servicio público. De esto hay que, en buena medida, agradecer a la prensa libre, que ha estado exponiendo casos de corrupción durante más de una década. Historias como la de 2008, sobre el líder de un sindicato de profesores que se disponía a obsequiar 59 camionetas Hummer completamente nuevas a 59 de los principales líderes del sindicato estremecieron al país. Los mexicanos también se enteraron de que decenas de miles de "profesores" en las nóminas de las escuelas eran, en realidad, activistas sindicales profesionales. Estos operadores políticos de tiempo completo son capacitados en la Escuela Normal, donde se les adoctrina la ideología de la izquierda dura y donde se les garantiza un empleo una vez que se gradúen.
Peña Nieto es un político inteligente que se dio cuenta de que la opinión pública es partidaria del cambio. Lo que otrora era considerado un tema que ningún político quería tocar se ha transformado en una gran causa que puede defender corriendo muy pocos riesgos.
Peña Nieto ya obtuvo este año el apoyo legislativo que necesita para enmendar la Constitución en los temas de educación. De todos modos, los sindicalistas esperaban impedir cualquier cambio de significativo. Sus esperanzas, sin embargo, se derrumbaron ante la abrumadora aprobación de la mayor parte de las medidas que proponía Peña Nieto. Por ahora, no podemos saber los compromisos que podría haber tenido que hacer el mandatario para conseguir esos votos en el Congreso. Pero el jueves, mientras asistía a la cumbre del Grupo de los 20 en San Petersburgo, prometió promulgar la legislación.
Aún quedan numerosos escollos en el camino. Los mexicanos siguen esperando una ley de transparencia que obligue a los sindicatos a hacer pública su financiación. Y los opositores de la transparencia lograron eliminar los requisitos de que las evaluaciones de los profesores sean públicas. La organización de educación no gubernamental Mexicanos Primero resalta que esto vuelve "prácticamente imposible" que los ciudadanos verifiquen si los profesores de sus hijos están haciendo bien su trabajo.
A los reformadores también les preocupa la implementación de la ley, y con justa razón. Pero ahora que los padres y los alumnos comienzan a ejercer una mayor influencia incluso en los lugares que han sido baluartes de los sindicatos, como Oaxaca, ese problema podría disminuir. La semana pasada, los niños en un distrito escolar de Oaxaca realizaron su propia marcha y portaron carteles que decían "Maestro, respeta mi derecho a la educación" y "Tú eres profesor, no legislador". Los padres prometieron abrir el colegio, a pesar de una huelga de los docentes.
El mensaje es que los mexicanos están liderando esta reforma y, en lo que constituye un cambio, los políticos están respondiendo.