Las calles y la democracia
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
Hemos
visto estos días a la ciudad de Buenos Aires, una de las más lindas del mundo, atiborrada
de gente pidiendo diferentes cosas. Por un lado una manifestación solo
anunciada por redes sociales, espontanea, reclamando más democracia, justicia
independiente, y seguridad para poder transitar libremente por las calles,
llegar al trabajo o a dónde se quiera libremente sin que manifestantes, ya sea
piqueteros o los atraídos por los líderes sindicales, obstruyan el tránsito
generando o un caos vehicular o una obligada ciudad fantasma por causa de la huelga general. Pareciera que en Buenos Aires todo
está permitido.
Hay
una confusión en algunos sectores sociales: creer que es el pueblo quien
gobierna, olvidando que han elegido representantes y pensar que se puede distribuir riqueza sin
crearla primero.
Riqueza
implica poseer algo que antes de una buena idea y el trabajo para producirlo no
existía. Sin acumulación y concentración de capital no la hay y sin inversión
no solo no hay creación de riqueza sino que, si está, se pierde.
Los
intolerantes que ocupan las calles, algunos con palos y caras tapadas,
camuflados para no ser reconocidos si lastiman y molestan a quienes no los
aceptan, también los maestros, taxistas, colectiveros, etc, quienes, con sobrados motivos, reclaman un salario que no sea disminuido por
la inflación, olvidan que el trabajo no es opcional aunque no sea obligatorio. Sin
el trabajo de la mayoría de los argentinos la sociedad no funciona y por ello, ir contra la ética del trabajo capitalista,
como lo hacen los dirigentes sindicales, es ir contra ellos mismos.
Sin
trabajo cualquier sociedad se extingue.
No se logra crear empleo con huelgas, gritos y palos. No es cierto que
el Gobierno no esté dispuesto al diálogo, lo demuestran los acuerdos que han
realizado con algunos sectores. Hay que seguir conversando, negociando siempre
con la realidad por delante, la cual no siempre es como deseamos que fuera.
Con
el presidente Macri hemos vuelto a querer reconstruir la democracia que votamos
en 1983 y que se estaba abriendo paso desde esa fecha, interrumpida en grados,
por los doce años del gobierno kirchnerista. Democracia no es libertad sin
orden, otro de los valores necesarios para la perduración de todas las sociedades,
y que el Estado debe garantizar. Por ello tiene el monopolio de la fuerza.
Tanto
el Gobierno, como los sectores que se
están manifestando en estos días, no
tienen claro que la democracia implica
intercambios humanos libres y voluntarios pero, en especial, pacíficos y
respetuosos del marco normativo común. Esto no significa la carencia de
conflictos o relaciones fraternales pero, si no queremos vivir con
autoritarismo, debemos explicitar los problemas sin la destrucción de bienes y
personas. Para que ello ocurra no se debe golpear directamente al poder como se
está haciendo-acción típica del corporativismo- para pedir ventajas para cada
sector. Se debe pasar por los partidos y en este punto llegamos al problema que
desde hace décadas aqueja a nuestro país. No se ha podido fortalecer un sistema
de partidos, por ello los sindicatos quieren ocupar su lugar exigiendo
directamente al gobierno. Los partidos son los órganos democráticos que auscultan a la sociedad para recabar
información sobre sus necesidades y problemas, luego la convierten en soluciones transitorias
y revocables volcándolas, en programas políticos, al mercado del voto. Esta es
la manera de que la lucha por el poder transcurra de manera pacífica. Hoy, con
una democracia endeble, producto de los ataques reiterados a sus instituciones,
estamos al borde del corporativismo. Peligroso camino el cual, si no lo
evitamos entre todos, conduce al autoritarismo. Donde hay desorden aparece el
orden, necesariamente, y éste viene a menudo de la mano de gobernantes
autoritarios o totalitarios.
Se
deben tratar los problemas a base de la consulta política y no con grupos empresariales, Iglesia, u
organizaciones sindicales. Deben aparecer fuerzas políticas que sean
interlocutores del gobierno para tratar la crisis mediante acuerdos, tratados, mutuo
apoyo, etc.
Cuidemos la libertad. Ella protege la diversidad,
reduce al Gobierno al terreno adecuado, crea poderes externos al Estado que lo
controlan y también las condiciones para el Estado de Derecho.
No debiéramos
olvidar que somos responsables de nuestras acciones y de las consecuencias que
ellas tienen en la historia.
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