¿Querés entrar al Primer Mundo? Subite a un Uber
Federico Fernández

Senior Fellow del Austrian Economics Center (Viena, Austria). Presidente de la Fundación Internacional Bases (Rosario, Argentina). Premio a la Libertad 2005, otorgado por la Fundación Atlas para una Sociedad Libre.





Esta semana tuvimos la pésima noticia de que un conductor de Uber ha sido sancionado por la “justicia” porteña. Llama la atención la celeridad con la que fiscales y jueces han actuado en este caso. Los señores Boudou y vanden Broele no han ido a juicio aún por el caso Old Fund.
 
En cambio, el chofer de Uber ya fue juzgado y condenado a dos días de arresto. Demos gracias a Dios que en Argentina no hay pena de muerte. Si no, quizás hasta lo hubieran ejecutado.
 
Al chofer se lo acusa, entre otras contravenciones, de “uso indebido del espacio público”. Esto último es verdaderamente una afrenta a los millones de argentinos que son sometidos todos los días al salvajismo de los piquetes.
 
Cuando leo noticias así tiendo a enojarme con el Duce Horacio Rodríguez Larreta y con el ex-emprendedor -devenido anti-emprendedor- Andy Freyre. Pero estos tipos ya son casos perdidos. No entienden ni van a entender nunca. Enojarse, además, no sirve para nada.
 
Entonces prefiero contarte porqué Uber es mucho mejor que los taxis. Para ello, nada mejor que empezar con una anécdota... y mucho mejor cuando es una verdadera. 
 
No te llevamos
 
Hace más de tres años que la vida me trajo a Viena (Austria). La semana pasada tuve la dicha de ser visitado tres grandes amigos. Un pareja, una chica y los dos hijos de la pareja. Dos chicos divinos de 3 y 5 años. Dato que se va a volver relevante en un ratito.
 
Fuimos un fin de semana a Praga y regresamos el domingo a la tarde a la estación principal de trenes de Viena. Vivo relativamente cerca de Hauptbahnhof, así se llama en alemán, y si bien podríamos haber tomado el subte nos pareció que con los chicos, un cochecito y bolsos era mejor agarrar un auto.
 
Mi teléfono estaba con cero batería, por lo que no podía pedir un Uber. Mis amigos lo hubieran hecho gustosamente... pero por la política fascistoide del gobierno y las tarjetas los argentinos son parias del transporte moderno. Léase, Uber no funciona con tarjetas de crédito argentinas.
 
Entonces, no sin ciertos reparos, nos acercamos a la fila de taxis en la entrada de la estación.
 
La cosa empezó bien. Entre los primeros vehículos estaba una van bastante grande que nos venía genial dado lo cargados que estábamos.
 
El taxista nos abre la puerta del baúl y se para, de brazos cruzados, al lado del vehículo. Eso sí, observa muy atentamente cómo cargamos uno a uno los bolsos, valijas y hasta el cochecito. Cuando está todo en su lugar me informa que nos va a cobrar 15 euros por el viaje.
 
Vivo a poco más de un kilometro de Hauptbahnhof. Sé perfectamente que ese viaje no puede salir más de 7 u 8 euros. Se lo digo y se ofende. Discute un poco conmigo pero se ve que hacer un viaje hasta un destino tan cercano no estaba en sus planes... ni siquiera por los exagerados 15 euros. Sin que se le caiga la cara de vergüenza, anuncia que no posee una “sillita de bebé” y que no nos va a poder llevar.
 
Tras un último intento de hacerlo entrar en razón nos vemos obligados a descargar todos los bártulos. De nuevo, el taxista hace las veces de testigo privilegiado del hecho.
 
Una vez desalojados del primer taxi me dirigí al más grande que ví a nuestro alrededor.
 
El chofer fue más pragmático en este caso. Se negó de plano y dijo que teníamos que tomar el primero de la fila. Era un Toyota Prius, totalmente incapaz de acomodarnos a nosotros en el habitáculo y a nuestro equipaje en el baúl.
 
Misión imposible
 
Terminamos yendo en subte. Los chicos lo tomaron como una aventura, así que al final no estuvo tan mal.
 
En cualquier caso, la peripecia con los taxistas me indignó. Desde la picardía de querer cobrar el doble de lo que sale el viaje, hasta ser tan desalmados de negarse a llevar infantes de 3 y 5 años.
 
Con afán de hacer justicia le saqué una foto a la patente del primer taxi. Tenía la intención de efectuar un reclamo. Primera pregunta: ¿Adónde? Segunda: ¿Ante quién? Tercera: ¿Cómo?
 
Trabajo mucho, no me sobra el tiempo y tenía visitas. La verdad es que lo último que deseaba hacer era ir a una oficina pública a completar a mano un formulario para hacer una queja.
 
Los taxistas saben que es costoso quejarse de su accionar. Mucho más los que están en un contexto como la estación de tren, adonde pasan infinidad de turistas que no tienen como prioridad perder una mañana haciendo trámites para quejarse.
 
Civilización o barbarie
 
Con Uber todo es diferente. Más propio del siglo XXI.
 
Para empezar, es poco probable que un conductor de Uber tenga el comportamiento de los taxistas descriptos más arriba. Pero si lo tuviera, puedo reclamar inmediatamente. Lo mismo si un chofer me pasea o no me gusta su modo de conducir. Cada vez que viajás, podés calificar a tu chofer entre una y cinco estrellas.
 
Si le llegás a ponerle sólo una, Uber se comunica inmediatamente con vos a ver qué pasó. Y normalmente te devuelven la plata que pagaste por el viaje.
 
Es muy interesante que el chofer también me califica a mí como pasajero. Estos días que le pedí Ubers a mis amigos, siempre tenía en cuenta que ellos estén listos cuando llegara el auto. No quería que lo hicieran esperar al chofer y me bajaran la calificación.
 
El mercado no sólo nos da mejores productos, en muchos aspectos nos vuelve mejores a nosotros mismos. Gracias a los sistemas de reputación nos volvemos más corteses y más atentos. ¡Uber es un esfuerzo civilizatorio!
 
¿Querés subirte al Primer Mundo? Tomate un Uber. Gracias a una simple app, nuestro transporte urbano pasa a ser regido por arreglos institucionales propios de lugares con una mejor cultura de servicios.
 
Entramos al Primer Mundo desde la pantalla de nuestro celular. Estamos ante el salto institucional más grande de la historia.
 
Estado contra mercado
 
Lo que nuestros políticos y mucha gente no entienden es que Uber no necesita ser regulado.
 
Pero dicha falta de regulación lejos está de tratarse de la ley de la selva o de un descontrol.
 
Uber está absolutamente controlado. Es el control de los incentivos y las normas que surgen de la interacción entre usuarios y proveedores. El orden que te brinda una app que quiere que tu experiencia sea placentera. De choferes que saben que sus oportunidades aumentan mientras mejor traten a sus pasajeros. Y también de usuarios que saben que no pueden hacer cualquier cosa porque ellos también serán calificados.
 
Este “triángulo amoroso” conforma una bella armonía de mercado. Un mejor servicio, más barato.
 
¿Uber es perfecto? Seguramente que no. Pero creo es mucho mejor que la alternativa de los taxis. Es lo novedad que nos ofrece la innovación frente a lo decrépito que nos da la regulación estatal.
 
Para terminar, sigamos con las anécdotas de la visita de mis amigos.
 
Fuimos a pasar el día a Bratislava, la capital de Eslovaquia que queda a unos 70 kilómetros de Viena. Cuando volvimos, mis amigos pudieron finalmente tomar un Uber desde la estación de tren Hauptbahnhof. Los pasó a buscar un Jaguar XF. El viaje a casa costó la friolera de 3 euros.
 
* Federico N. Fernández es senior fellow del Austrian Economics Center (Viena, Austria) y Presidente de la Fundación Internacional Bases (Rosario, Argentina).
 
Publicado originalmente en “La Opinión Incómoda”
 

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