El mismo grito
Enrique G. Avogadro
Abogado.
"La discreción tiene
una importancia crucial para proteger el principal electorado de los gobiernos
implicados: el sector empresarial". Noam
Chomsky
El lunes comenzará en la Argentina una nueva Semana de Mayo; la
mitología atribuye a los pocos presentes en la Plaza homónima, mientras se
reunía el Cabildo porteño, la autoría del grito "el pueblo quiere saber de
qué se trata". Más de dos siglos después, el reclamo recorre a toda
América.
En los Estados Unidos, a cinco meses de la asunción de Donald
Trump a la primera magistratura del país más poderoso del mundo, y después del
intempestivo despido del Director del FBI, cabeza de una investigación sobre
los contactos de miembros del círculo íntimo del Presidente con los jerarcas
rusos, ya sospechados de interferir en la campaña demócrata, la tormenta
estalló y el famoso grito se repite: existen serios indicios por eventuales
divulgaciones de informaciones suministradas por los servicios secretos de
Israel, su tradicional aliado en Medio Oriente, al Canciller y al Embajador de
Rusia, un país que apoya al régimen sirio, y hasta socio de Irán.
Ayer mismo, Trump inició un prolongado viaje por varias naciones
de Medio Oriente y Europa y, dadas las excéntricas maneras que gasta el
Presidente, nadie sabe en qué redundará el periplo. Pero, en cambio, entre los
propios legisladores republicanos han surgido divisiones que podrían poner en
jaque la permanencia del magnate en la Casa Blanca. Recuerdo que el año pasado,
un profesor -su nombre se me escapa- de una de las más prestigiosas
universidades norteamericanas, se hizo famoso por haber predicho con exactitud
el resultado de las elecciones presidenciales en su país durante los últimos
treinta y dos años; ese mismo docente, cuyo método de predicción fue publicado
en un exitoso libro, afirmó que Trump no terminaría su mandato, ya que sería
expulsado mediante un impeachment.
Ese fue el camino que siguió el Congreso brasileño, con el
respaldo del Supremo Tribunal Federal, para eyectar del Palácio do Planalto a
Dilma Rousseff, acusada de "maquillar" las cuentas públicas, y
entronizar en su lugar al Vicepresidente, Michel Temer. Éste aún cuenta con
respaldo parlamentario debido al pánico de la clase política por el fuerte
reclamo popular, pero parece estar a sólo semanas de verse obligado a dejar el
cargo, y las consecuencias, como sucedería en los Estados Unidos, son
imprevisibles. Mientras tanto, las sanas leyes económicas ya sancionadas y
algunas otras en trámite, que habían permitido a Brasil comenzar a salir de la
peor recesión de su historia, han entrado nuevamente en controversia y ello
podría traer aparejada una nueva recaída.
Pero el grito de la calle,
traducido en el reclamo de "¡que se vayan todos!" y expresado en
manifestaciones callejeras en las grandes ciudades del país, ha tomado
nuevamente impulso por obra y gracia de las revelaciones sobre la enorme
corrupción que afecta a todo el espectro político y empresarial de la séptima
potencia mundial. En la medida en que la Constitución otorga al Congreso la
potestad de elegir a quien debería concluir el actual período, si Temer fuera
expulsado, y el abanico de candidatos aceptables es muy reducido, el futuro
inmediato de nuestro vecino y socio esencial resulta totalmente incierto.
No es menor el hecho de
que el personaje público con mayor respaldo popular sea el Juez Sérgio Moro, un
magistrado federal con sede en Curitiba, a cargo de los procesos conocidos como Lava-jato y Petrolão, que actúa, bajo supervisión del
Supremo Tribunal, con un equipo de fiscales dispuestos a cargarse a quien sea.
Y es que en Brasil también, el pueblo quiere saber de qué se trata en materia
de corrupción y está dispuesto a pagar el elevado precio que significará
terminar con ella de raíz.
Un solo apunte curioso:
también allí el político más manchado por acusaciones de haberse quedado con
dinero público -Luiz Inácio Lula da Silva- aún cuenta con un 30% de intención
de voto. ¿Le suena conocido? Evidentemente, el populismo sabe hacer las cosas
para mantener cautivo a su electorado.
En Chile, un país con
elevados estándares de transparencia y ética pública, la Coalición gobernante
ha implosionado por la defección de la Democracia Cristiana, tal vez debida al decaimiento
de la economía y a los hechos de corrupción que afectan a la familia de la
Presidente Michelle Bachelet. Esa división, que impedirá la presencia de un
único candidato de centro izquierda en las próximas elecciones, convierte a
Sebastián Piñera en el más probable próximo inquilino del Palacio de La Moneda.
En Venezuela, el pueblo
sale a la calle todos los días a gritar y, con un asombroso coraje, enfrentar
la durísima represión -que incluye ya más de cuarenta asesinatos a mansalva y
miles de detenidos- de la tiranía de Nicolás Maduro, que ha convertido a un
país enormemente rico en un caos de miseria y hambre, mientras saquea sin tasa
ni piedad las arcas públicas y se enriquece con el narcotráfico. Cuba es la
gran responsable -como lo fue en la Argentina de los 70's- de lo que allí
sucede, y no es para menos porque la supervivencia de la gerontocracia de Raúl
Castro depende, exclusivamente, del cordón umbilical que la une al socialismo
bolivariano, a través del cual llega a la isla el petróleo regalado, y por ello
lo apoya con armas, soldados e inteligencia interna.
Y, en Argentina, me parece
que es la sociedad entera quien grita, mirando a Comodoro Py, que quiere saber
de qué se trata; aquí, la obvia comparación con lo que sucede en Brasil, resulta
pasmosa y avergüenza. Que quienes se convirtieron en los máximos artífices del
desastre en que vivimos por sólo afán de lucro personal sigan paseándose
contentos y despreocupados entre nosotros nos produce desconcierto e
indignación. Hay demasiados muertos en tragedias evitables -trenes y rutas
inexistentes- y demasiada miseria como para que pueda resultar indiferente
tamaña impunidad. Estoy comenzando a dudar de una antigua afirmación mía
-"los jueces federales tienen mejor olfato que los más reputados
perfumistas"- ya que, a esta altura, hubieran debido percibir que un
regreso de Cristina Kirchner al poder resulta de todo punto de vista imposible.
Porque el peronismo todo
grita que quiere saber de qué se trata. La permanencia de tanto tránsfuga en el
escenario partidario, cambiando de sector y de fidelidad a cada rato, lo ha
sumido en un profundo estupor, y los esfuerzos por una imposible unidad que
realizan sus obsecuentes pequeños líderes se estrellan contra la presencia de
permanente de los más repudiados, como Luis D'Elía, Gabriel Mariotto, Martín
Sabbatella o Amado Boudou. Por lo demás, la indiscutida líder de ese
"espacio", que continúa siendo la dueña del látigo y de la lapicera,
no hace más que contribuir a la dispersión, en una conocida película que ya
hemos visto mil veces y lleva por título "sálvese quien pueda", con
los intendentes como actores principales.
El jueves próximo podremos celebrar que, después de doscientos
siete años desde aquél 25 de mayo fundacional y pese a nuestros ingentes
esfuerzos suicidas, aún la Argentina sobreviva. No es poco, pero tratemos de no
terminar nuestra insana e inexplicable autodestrucción como país. Mientras
tanto, también nosotros gritemos: ¡Viva la Patria!
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