Impuestos, gastos y escolásticos
Gabriel Boragina

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Autor de numerosos libros, entre ellos: La credulidad, La democracia, Socialismo y Capitalismo, La teoría del mito social, Apuntes sobre filosofía política y económica, etc. como sus obras más vendidas.



Hay autores que atribuyeron el aumento del gasto público a determinados sistemas políticos. García Gaspar comenta un texto de Tocqueville, y señala a este como uno de dichos autores. Al respecto dice:

"Las naciones en las que los pobres sean los responsables de hacer las leyes fiscales, allí no se puede esperar una gran economía en los gastos públicos. Los impuestos serán elevados, porque esos impuestos no afectan al votante más numeroso. Y esto lleva a Tocqueville a una afirmación, el gobierno de la democracia es el único en el que quien vota un impuesto puede escapar de la obligación de pagarlo. Cuando en una sociedad prevalece la democracia y cada hombre posee un sólo voto, ese gobierno se entrega a la clase más numerosa. Ese es un efecto real de la democracia. Si son los pobres los que forman la mayoría de una nación, el sufragio universal les entrega el gobierno y las leyes de impuestos. Eso, seguramente, provocará un exceso en los impuestos y en el gasto público. Pero, ese defecto irá disminuyendo conforme la ciudadanía se vuelve propietaria. Conforme pase eso, los pobres tendrán menores necesidades de quitar dinero a los ricos por medio de impuestos y, siendo ya propietarios, no querrán dañarse a sí mismos al elevar impuestos."[1]

Sin embargo, y aunque sus efectos no se perciban a primera vista, los impuestos elevados -a la larga- afectan a todos, ricos y pobres. A pesar de todas sus fallas, es bastante cuestionable la afirmación de que "el gobierno de la democracia es el único en el que quien vota un impuesto puede escapar de la obligación de pagarlo". En otros sistemas como, por ejemplo, la monarquía los impuestos los decide directamente el monarca y, normalmente, como la historia lo atestigua, este se consideraba automáticamente excluido de la obligación de tributarlos junto con todo el clero y la nobleza. De modo tal que, los impuestos recaían sobre las clases bajas o populares, compuestas por campesinos, artesanos, labradores, etc. Con lo que resulta bastante discutible atribuir los altos impuestos y el excesivo gasto público exclusivamente a la democracia. Es cierto, en cambio, que en la democracia gobierna la clase más numerosa, aun cuando el concepto de "clase" sea -de algún modo- inadecuado (por decir lo menos). Pero, más allá de estas distinciones sobre la relación entre democracia e impuestos, resulta indudablemente innegable que, un gobierno de pobres provocará los efectos que se señalan en la cita de arriba. Técnicamente, lo que estará sucediendo se tratará de una transferencia de ingresos desde los ricos hacia los pobres, mediante mecanismos redistributivos (en el caso analizado, fiscales). Los pobres se irán volviendo ricos y se equilibrará la tendencia. Pero esto seria así en un sistema de democracia pura o ideal. En los hechos, lo que sucede es bien diferente. Los que gobiernan (sean pobres o ricos) no quieren perder el control de la situación. Y quien esté en el poder -con independencia del patrimonio que disponga- querrá excluirse de cualquier medida que pudiera menguar o comprometer sus fortunas ya habidas. Esto último es lo que hace que, gobierne quien gobierne (pobres o ricos) continúen imponiendo gabelas a aquellos que no gobiernan, al tiempo que tratan por todos los medios de exceptuarse ellos mismos de tales cargas tributarias.

El problema del gasto público desorbitado ya había sido -de algún modo- advertido tempranamente por los escolásticos. Por ejemplo, Juan de Mariana y otros:

"Mariana habla de lo triste que es constatar cómo llegan al gobierno personas sin un centavo en la bolsa y cómo es que después gozan de grandes fortunas personales.... Pero el gran punto es un presupuesto público balanceado. Es imperativo balancear los gastos con los ingresos. De lo contrario el mal será inevitable, aumentarán los impuestos y los ciudadanos desesperarán. El gobierno debe reducir sus gastos superfluos para que así los impuestos sean moderados. Si el presupuesto público no está balanceado, se incurrirá en deudas y se consumirán sus reservas. Los pagos de los intereses aumentarán. Otro Escolástico señala lo mismo. Domingo de Soto habla de que el tesoro público, que proviene de los impuestos no debe gastarse en cosas innecesarias. El tesoro público agotado hará decretar nuevos impuestos. Una idea igual es planteada por Diego de Saavedra Fajardo (1584-1648). Dice que los ingresos del gobierno deben ser mayores a sus egresos. Para lograr esto es necesario reducir los gastos públicos. Debe imponerse la prudencia económica a la locura del poder, ya que de lo contrario la nación sufriría. Pedro Fernández de Navarrete, en 1619, comentó lo fácil que es gastar dinero ajeno. Según él, el mayor problema de España en su tiempo es el de impuestos muy elevados para financiar el gasto público. Lo mejor que puede hacer un gobernante es moderar sus gastos."[2]

A pesar de que estos autores escribieron en la Edad Media, sus observaciones son de una actualidad pasmosa, máxime por cuanto sus prudentes consejos y acertadas conclusiones nunca fueron atendidas por los gobernantes del mundo, donde quiera se ponga el ojo histórico y geográfico. Ellos estaban hablando del equilibrio fiscal. Un mundo sin déficits ni superávits fiscales, en otras palabras, recomendaban la sana economía como -mucho mas tarde- la llamaría el fenomenal Ludwig von Mises. Hoy, en pleno siglo XXI, las palabras de los escolásticos siguen vigentes. Altos impuestos y exorbitantes gastos estatales están a la orden del día en la mayoría de los países occidentales y también orientales. La disciplina fiscal brilla por su ausencia, y la frugalidad en las erogaciones estatales rara vez es constatada. Y como vimos, dado que los impuestos no logran compensar los gastos, los gobiernos recurren a endeudamiento e inflación. 

Pero el gobernante no tiene incentivos a moderar sus gastos, porque padece de la ilusión de que el poder de imponer tributos o -en su defecto- emitir dinero es ilimitado, y sólo la catástrofe económica cuando se le hace evidente le pone un freno a sus ambiciones. Porque -no ha de olvidarse que- los gobernantes son, después de todo, tan humanos como cualquiera de nosotros, y como decía el genial Lord Acton: "El poder tiende a corromper. El poder absoluto corrompe absolutamente".


[1] Eduardo García Gaspar. Ideas en Economía, Política, Cultura. Parte I: Economía. Contrapeso.info 2007. Alexis De Tocqueville."Impuestos, ¿quién los decreta?" pág. 55
[2] Eduardo García Gaspar. Ideas en......ob. cit. pág. 56. Alejandro A. Chafuén. "Impuestos y finanzas públicas"
 

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