El bitcoin vuela gracias al Estado
Alejandro A. Tagliavini
Senior Advisor, The Cedar Portfolio. Miembro del Consejo Asesor del Center on Global Prosperity, de Oakland (California). Galardonado con el Premio a la Libertad, otorgado por Fundación Atlas para una Sociedad Libre.




En el 2011, cuando se discutía en todo el mundo cambiar el patrón dólar por una canasta de monedas, varios medios publicaron mi columna ‘Crisis global, América Latina y bitcoines’, en la que sugería audazmente tener en cuenta el bitcóin. Luego, en el 2013, en otra columna, ‘¿Invertir en bitcoines?’, decía que me había perdido una inversión cuyo rendimiento había sido de 4.000 por ciento, ya que, cuando escribí la primera, la moneda digital cotizaba a US$ 30 por unidad, pero entonces no compré ninguna, y al publicarse la segunda nota, llegaba a 1.200. Hoy supera los US$ 2.400, de modo que todo el universo del bitcóin, unos 17 millones de unidades, suponen más de US$ 40.000 millones.
 
¿Adiviné? No, no adivine, era lógico que sucedería, lo dice la ciencia. El racionalismo despreció a la metafísica que brillantemente había expuesto ya los griegos, en particular Aristóteles. Esta ciencia es el estudio de por qué el cosmos ‒la física‒ se mueve del modo en que lo hace, es decir, de los principios que generan los movimientos físicos. Así, observando estos principios podemos adelantar el desarrollo de la física: por ejemplo, si vemos una acción cualquiera, podremos esperar una reacción inversa semejante, es el principio de equilibrio del cosmos.
 
Uno de estos principios dice que la violencia siempre destruye, y la define, precisamente, como aquella fuerza extrínseca ‒extraña al desarrollo natural del cosmos‒ que pretende desviar, degenerar, el desarrollo normal. Por eso, cuando el Estado ‒en cuanto monopolio de la violencia‒ interfiere en la sociedad, destruye, provoca caos. Así, es fácil saber si un país crecerá o no, según aumenten o disminuyan las acciones coactivas ‒violentas‒ sobre el mercado.
 
Por esto, las monedas ‘privadas’ tienen futuro mientras que los monopolios estatales como el dólar, euro, etc. –impuestos de manera coactiva, de curso forzoso‒ van cayendo. De esta manera, al contrario de lo que dicen sus detractores, el bitcóin es exitoso, vuela, porque no depende de ningún gobierno, de ninguna autoridad monetaria, y permite escapar de la coacción estatal: que el mercado se desarrolle naturalmente. Precisamente, hasta hace poco, el 90 por ciento de las transacciones con bitcoines se realizaban en China, pero desde que el Gobierno aumentó las regulaciones, empezaron a irse a Japón y Corea del Sur.
 
Como señala Miguel Boggiano, las criptomonedas escapan a los acuerdos de intercambio de información fiscal, como el de la Ocde o los enmarcados en el Fatca (acuerdos IGA) que tiene EE. UU. Las transacciones con bitcoines pueden estructurarse de modo que su rastreo sea imposible, a través de ‘mixing services’. La Ocde estima que para el 2020, el 66 por ciento del trabajo será informal (hoy es del 50 por ciento), lo que implica un submundo potencial para el bitcóin estimado en US$ 13 billones, detrás de EE. UU. cuyo PIB suma US$ 19 billones.
 
Pero no todo es rosa. Históricamente, la cotización del bitcóin ha sido inestable porque, si bien sirve de escape a los gobiernos, aún no está lo suficientemente establecida como moneda, lo cual, como señala el profesor Lawrence White, es “otro servicio bancario” que permite, básicamente, el cálculo basado en una unidad conocida y la agilidad en las transacciones. Tiene muchísima agilidad, pero, de momento, pocas transacciones, pues el cálculo no es fácil dada su volatilidad, y su origen y su emisión limitada a 21 millones no despejan todas las dudas; además, en el futuro afrontará la competencia de otras monedas privadas, las cuales pueden ser electrónicas o no.

 

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