Simios, humanos y las raíces morales
Carlos A. Herrera Orellana
Antropólogo, egresado de la Universidad Central de Venezuela (UCV) e investigador del Observatorio de Derechos de Propiedad de Cedice (Venezuela).


Carlos A. Herrera Orellana comenta los hallazgos del científico holandés Frans de Waal acerca del comportamiento social de los simios y las implicaciones que esto tiene para el comportamiento de los seres humanos.
Muy distinto de las demandas de cambio exigidas por la mayoría de los venezolanos que hoy resisten en las calles contra la maquinaria propagandística y represiva del Estado —aunque poco realmente de su versión clásica queda, sí intacto el monopolio de la fuerza—, casi entregado por completo a la práctica totalitaria, seguimos asistiendo a numerosas violaciones a los derechos humanos en sus distintas manifestaciones, cada vez más crueles, inhumanas y degradantes conforme avanza la pretensión de imponer la falaz Asamblea Nacional Constituyente.
Así, en la entrega anterior se procuraron abordar, siguiendo las investigaciones del científico holandés Frans de Waal, algunas consideraciones acerca de la capacidad de violencia inherente al ser humano y los orígenes de ella procedentes de nuestros antepasados antropoides, estableciendo una breve semejanza con el comportamiento recientemente observado en los funcionarios policiales y militares gubernamentales que hoy tienen más que ver con ejércitos de ocupación y asalto que con cuerpos de seguridad ciudadana o nacional institucionalmente hablando, ajenos a todo límite que involucre el respeto a la vida, la integridad y la propiedad privada. Ahora bien, como se advirtió en aquella ocasión, de Waal también examina las raíces de la conducta moral de los primates, que darán paso mucho tiempo después, entre otros, a lo que llamamos en nuestro tiempo el derecho de propiedad garantizado y protegido por la ley.
Un pasaje muy curioso, a la vez que llamativo y esperanzador de su libro El mono que llevamos dentro hace referencia al comportamiento social de los primates y su sentido de reciprocidad: “Cuando llevamos alimentos a la colonia, los chimpancés estallan en una ‘celebración’ durante la que se besan y abrazan unos a otros. Esto suele durar un par de minutos. Luego lanzo el manojo de ramas desde la torre hacia May, por ejemplo, una hembra de bajo rango. May mirará en torno suyo antes de tomar posesión de la comida. Si Socko se aproxima al mismo tiempo que ella, no tomará el manojo y dejará que el macho se lo apropie. Pero si ella llega primero y pone sus manos en la comida, es suya. Esto hay que subrayarlo, porque la gente piensa que los individuos dominantes pueden apropiárselo todo. En los chimpancés no es así. Jane Goodall relató, con algo de desconcierto, que su macho más dominante tenía que pedir su parte. Esto se llama ‘respeto de la posesión’. No se aplica a los más jóvenes que se quedan sin comida bastante pronto, pero hasta el último de los adultos puede conservar su porción sin ser importunado. Mi explicación tiene que ver, una vez más, con la reciprocidad. Si Socko le quitara la comida a May, ella podría hacer bien poco. Pero el acto quedaría grabado en el cerebro de May. Esto no sería precisamente ventajoso para Socko, porque hay muchos servicios sobre los cuales no tiene control. Si ofendiera a las hembras del grupo por matón ¿a quiénes acudiría si tuviera problemas con un rival, si quisiera que lo acicalara o limpiaran sus heridas? En un mercado de servicios, todo el mundo tiene influencia”.
Este hallazgo puede ser tan extraordinario como aleccionador, pues los investigadores apuntan a límites morales instintivos que surgen tanto de situaciones presentes como de expectativas futuras sobre la conducta de otro individuo —es decir, la facultad de recordar una actitud amoral en este plano de los chimpancés, no prevista, que acarreará un costo futuro, lo cual implica restricciones no planificadas a la arbitrariedad—, con el cual se pueden construir relaciones de cooperación que satisfagan necesidades mutuas —que de otro modo por cuenta propia serían al menos muy difíciles de alcanzar— como, ya aterrizándolo en el caso de los humanos, relaciones a gran escala, desde acciones de confianza, compasión, empatía, conservación propia y del prójimo hasta llegar a instituciones formales como los contratos y la propiedad, que posibilitaron el funcionamiento de nuestras sociedades modernas hoy resguardadas por el Derecho, en tanto permitieron, como sostiene el experto holandés, inhibiciones contra los actos que podrían perjudicar al grupo del que dependemos, pues ante el escenario de la guerra o la cooperación, al menos en la mayoría de los casos, optaremos por desarrollar, como se visualiza rudimentariamente en el caso de los primates, acuerdos que conlleven a la convivencia pacífica y de mutuo beneficio; no por casualidad finaliza la cita anterior con la frase “en un mercado de servicios, todo el mundo tiene influencia”, aludiendo acaso a los cimientos del libre mercado, pues se comprende que la diversidad nos caracteriza y por ello todos tenemos distintas capacidades y destrezas por ofrecer, en tanto somos propietarios de ellas y del producto por ellas creado.
De allí se genera una interesante explicación sobre nuestra inclinación a protegernos, incluso el de extender este beneficio a extraños al identificarnos con sus motivaciones —pensemos acá en las protestas en Venezuela, cuántas personas han brindado asistencia, cuidado y protección desinteresadamente a otros que entienden en igual o peor situación—, así como de defender sus hogares, vehículos y demás bienes de propiedad privada a través de alianzas voluntarias, frente a la inexistencia de reglas e instituciones que detengan los feroces y despiadados atropellos contra decenas de comunidades y urbanizaciones a la lo largo del país. Sin duda una motivadora comparación que, sin caer en desacertadas idealizaciones, nos ofrece luces sobre lo que también podemos ser, especialmente en épocas de vacío y oscuridad.

Publicado en Cato Institute.
 

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