¿Cambiaremos?

Yanina Pantiga
Abogada. Desarrolló el Programa de Jóvenes Investigadores y Comunicadores Sociales 2017 de Fundación Atlas.
Un pilar fundamental para el progreso de las sociedades es el
respeto por las instituciones, siendo el derecho de propiedad una de ellas. De
hecho, todos los países que son exitosos tienen un alto respeto por el derecho
de propiedad y ningún país que no respeta este derecho tiene éxito, ¿será
coincidencia o habrá una relación de causa y efecto?
El IPRI es un índice que mide la fortaleza del derecho de
propiedad física e intelectual en numerosos países a lo largo del mundo y
demuestra el rol de vital importancia que juega este derecho a los efectos de
lograr una sociedad próspera y justa.
El IPRI tiene tres componentes: el entorno legal y político
(LP), los derechos de propiedad física (PPR) y los derechos de propiedad
intelectual (IPR). Al analizar la interacción de los tres componentes, surge
que la mayoría de los países que se ubican en los puestos más bajos del ranking
evidencian los peores resultados en el componente LP. Por el contrario, los
países que encabezan el ranking, lograron un muy buen desempeño en relación al
entorno legal y político, lo que sugiere la capacidad de este componente para influenciar
en los otros dos, mejorando su performance.
Según este índice, en 2017, en un ranking de 127 países,
Argentina ocupa el lugar 97. Claramente, somos una sociedad que no tiene
demasiado respeto por el derecho de propiedad.
No debería sorprendernos que el desprecio permanente por las
instituciones sea una de las causas de nuestra decadencia (más no la única). Analizando
la historia argentina, es posible identificar distintos mecanismos a través de
los cuales se han avasallado de manera recurrente diversas instituciones
fundamentales para el progreso de la sociedad. Pero dada la amplitud del tema, limitaré
mi comentario a la permanente violación del derecho de propiedad que implica el
creciente gasto público.
Como sabrá el lector por padecerlo en carne propia, desde
hace tiempo, gran parte del producto de nuestro esfuerzo va a parar a las arcas
del fisco; empero al Estado no le alcanza con expoliar al sector privado en
blanco el 74 / 76% de sus ingresos, por eso, ante la necesidad imperativa de
mayores recursos para su sostenimiento, echa mano a otros mecanismos de
expropiación (Plan Bonex, estatización de las AFJP, Resolución 125/08 que
desató el conflicto con el campo, son solo algunos de los tantos ejemplos que
es posible enumerar).
Pero como a nuestros burócratas les sigue resultando
insuficiente lo que recaudan y no están dispuestos a reducir el gasto, no dudan
en emplear medios espurios de financiamiento (emisión monetaria, reservas,
deuda interna y externa, según las condiciones dadas en el momento).
Y como si el saqueo de nuestros ingresos no fuera lo
suficientemente trágico, con total desprecio por los contribuyentes, Papá
Estado gasta mal lo que nos arrebata (clientelismo, amiguismo, corrupción), sin
siquiera cumplir con sus funciones tradicionales brindando correctamente los
servicios públicos básicos. El panorama resulta mucho peor si le agregamos el
déficit fiscal crónico, que deriva recurrentemente en crisis
económico-financieras con colapsos de la actividad económica.
No debemos perder de vista, que hablar de impuestos es hablar
de gasto público. Hago hincapié en esta obviedad porque más de uno se queja por
la elevadísima presión impositiva y pide a gritos que se reduzcan los
impuestos, pero como contrapartida reclama mayor intervención estatal, buscando
delegar en Papá Estado la responsabilidad de ser conscientes. A su vez, cuando
hablamos de reducir los empleos públicos o los subsidios, muchos se echan para
atrás, porque estarían yendo en contra de su código moral basado en el
auto-sacrificio. Ese es el estado interno de la mayoría de las personas hoy en
día, un estado de contradicciones permanentes.
“Si nos
preguntamos cuales son las razones que subyacen en la fea mezcla de cinismo y
culpa en la que pasa su vida la mayoría de los hombres, diremos que son estas:
cinismo, porque ni practican ni aceptan la moralidad altruista; culpa, porque
no se atreven a rechazarla” (“La virtud del egoísmo” de Ayn Rand)
Retomando el análisis, es evidente que la reducción del gasto
público es imperativa, no se pueden reducir los impuestos sin recortar el
gasto, es indispensable achicar el tamaño del Estado para alivianar a los
productores de semejante carga que pesa sobre ellos. En este punto, quiero
hacer una salvedad, los receptores del bienestar público no son la peor parte
de la carga que pesa sobre los productores. La peor parte son los personeros
del Estado a quienes se otorga el poder para regular la producción.
Lo cual me lleva a formular otra aclaración: no estoy para
nada en contra de la solidaridad ni de la caridad, quien los estima como
valores puede practicarlos libremente, ¿Pero por qué necesitamos que el gobierno
lo haga por nosotros? Entiéndase, lo que critico es la coacción, la facultad
que se atribuye al Estado para disponer de nuestros ingresos por la fuerza y
redistribuirlos a su antojo.
Y para los que piensan que la planificación gubernamental es
una solución para los problemas de la supervivencia humana, yo les sugiero que
observen los estragos económicos y sociales que ha ocasionado el creciente
intervencionismo estatal.
Formulada la pertinente observación, prosigo y me pregunto, ¿Qué
incentivo tiene un hombre para trabajar si no puede disponer del fruto de su
esfuerzo? ¿Qué incentivo puede tener un sujeto para innovar, si su creación no
va a gozar de protección suficiente? ¿A cuántas personas no productivas puede
mantener usted por su propio esfuerzo? ¿Cuánto puede
resistir un hombre semejante ultraje al honor?
La riqueza es creada por el hombre y no podemos destruir su
fuente creadora, porque un día Prometeo, cansado de ser picoteado por los
buitres por haberle dado al hombre el fuego de los dioses, romperá sus cadenas
y retirará su fuego hasta que los hombres saquen a los buitres… ¿Qué va a ser
de los simples mortales cuando destruyan la fuente del fuego sagrado?
Considerando que somos un país del tercer mundo, con un
altísimo nivel de pobreza que venimos arrastrando hace rato (no voy a ser tan
injusta de cargarle todos los muertos a M.M.), está a la vista que el sistema
que venimos aplicando no funciona, la violación sistémica y reiterativa por
parte del fisco de nuestro derecho de propiedad no conduce a buen puerto.
Evidentemente, esa meta igualitaria y solidaria que utilizan para justificar el
robo de nuestros ingresos, enmascara intereses perversos de quienes se sientan
en la mesa chica.
Debemos comprender que la defensa de las instituciones es un
pilar fundamental para el progreso, pero no el único. Si buscamos resultados
distintos no deberíamos hacer siempre lo mismo, si queremos un país que
progrese, que crezca aprovechando todo su potencial actualmente desperdiciado,
debemos hacer un cambio de fondo.
Reitero, en este artículo hago referencia a la necesidad de
una reforma en pos de un fortalecimiento del derecho de propiedad, pero debemos
ser conscientes que no es el único aspecto que debe modificarse y que dicha
reforma no debe ser aislada, sino parte de un cambio estructural. Hasta el
momento vimos las consecuencias desastrosas del no cambio, sería conveniente
barajar y dar de nuevo.
Pero, mi duda es la siguiente, ¿queremos realmente un cambio?
¿O es otro de los eslóganes que tan fácilmente se vociferan entre nosotros sin
detenernos a analizar demasiado sus implicancias?
Yo quiero un cambio, por eso intento despertar la curiosidad
del lector, invitándolo a cuestionar la estructura de poder que nos está
destrozando y que tan conveniente resulta para la clase política y los amigos
del poder... ¿lo lograré? Espero que sí.
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