Los argentinos, casi sin darse cuenta, entierran un populismo de más de setenta años
Humberto Bonanata
Director de Notiar. Premio a la Libertad 2012, otorgado por
Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
Cuando el entonces Capitán Perón caminaba a paso vivo
junto al jeep que conducía a José Félix Uriburu a desalojar el gobierno
constitucional de Hipólito Yrigoyen el 6 de septiembre de 1930, la Argentina
fascista terminaba de enterrar las “Bases y puntos de partida para la
organización política” y la sabia Constitución Nacional de 1953/60 inspiradas
por Juan Bautista Alberdi.
Nacía el germen nazi-fascista que, junto al fanatismo del
nacionalismo católico, inspiraría al Coronel Perón a ser jefe de la asociación
ilícita política que usurpó el poder el 4 de junio de 1943 junto al Grupo de
Oficiales Unidos (G.O.U.) que él conducía.
La Argentina excedentaria y quinta potencia del mundo se
desvanecía en un letargo que la arrastraría a un cono de sombras y la aislaría
del mundo occidental triunfante de la Segunda Guerra Mundial.
Todos sabemos cómo continuó la historia hasta nuestros
días.
Gobiernos civiles –algunos de ellos violentos y
persecutorios de la oposición y con guerras intestinas que llevarían a nuestro
país a una guerra civil no declarada a finales de los sesenta- interrumpidos
por golpes militares que creyeron que con prohibir la mención del tumor maligno
todo se solucionaría también fracasaron tras la derrota en una guerra imbuida
en la alcoholemia de Galtieri y la mayor represión al “enemigo” con fórmulas
basadas en el odio mesiánico.
Volvió la democracia en 1983 con Raúl Alfonsín y, al
igual de lo que sucediera con Fernando de la Rúa, el peronismo opositor no pudo
ni supo ni quiso soportar la continuidad institucional en manos de una fuerza
no peronista.
Tras el golpe de Duhalde, Moreau y otros “infames
traidores a la Patria” nacería un nuevo germen bacteriano de altísima
destrucción llamado kirchnerismo, célula metastásica del originario peronismo
del 30 y el 43.
El radicalismo, tras una larga década de oposición
complaciente del kirchnerato, de la mano de Ernesto Sanz, consagró en la
Convención de Gualeguaychú del 3 de marzo de 2015 el germen del nacimiento de
Cambiemos, solidificado por la buena imagen del PRO y siempre acompañado por la
estelar Elisa Carrió.
Así llegamos a 2015 donde la “amplia avenida del medio”
perdida por la U.C.R. en el 2001 se volvió a reencontrar bajo la sombrilla
cobertora de Cambiemos.
El triunfo de Mauricio Macri en las P.A.S.O.
presidenciales los unió y multiplicó. Triunfaron en el ballotage del 22 de
noviembre de 2015 y gobiernan –como pueden ante la sinrazón peronista- nuestro
país hasta nuestros días.
El domingo pasado atravesaron las P.A.SO. de mitad de
mandato, tan desgastantes como inútiles.
Las sobrellevaron mejor de lo pensado.
Son mayoría en todo el país y Cristina Fernández
acrecentó su decadencia personal y política; a saber: mientras Scioli como
candidato a presidente de la Nación obtenía el 36,1% en 2015, Aníbal Fernández
como candidato a gobernador bonaerense el 35,2%, ella obtuvo el pasado domingo
en las P.A.SO. el 34,1% logrando un empate técnico frente a Bullrich y González
que son sólo dos buenos nombres apadrinados por María Eugenia Vidal.
A diferencia de 2015 perdió 100.000 votos en la primera y
tercera sección electoral bonaerense, lugares donde ganó este 13 de agosto.
Del total nacional, Cambiemos obtuvo 8.369.272 votos
(36.9%), el Frente Justicialista 4.905.550 votos (21.6%) y la Unidad Ciudadana
3.862.243 votos (17.1%).
Quien votó a Cambiemos en la provincia de Buenos Aires
votó Cambiemos con Macri Presidente y Vidal Gobernadora. Votó por fidelidad y
confianza sin conocer los candidatos formales.
Ninguna potenciación –Artemiópolis incluida- logra
certificar un triunfo de C.F.K. en las elecciones parlamentarias del 22 de
octubre.
Es difícil pensar que los seguidores de Massa como
senador –derrotado nuevamente- no corten boleta y no lo hagan por el
oficialismo, como lo hizo el 70% de sus votantes para Macri en el ballotage de
2015.
Todos los argentinos hemos soportado una “encuesta
obligatoria” que sólo tendría justificación como interna abierta dentro de un
partido más no como prueba piloto nacional con fórmulas unívocas.
Algo que nuestro sistema electoral deberá superar para
2019 como la multiplicidad de boletas de papel que sólo atraen las malas
prácticas de los conteos manuales pasada la medianoche.
Será bueno para la Argentina toda que en 2019 podamos
votar como lo hicimos en la Capital Federal en 2015 en forma electrónica,
automática y transparente.
Será el golpe final a un populismo que nos hizo
decadentes y nos atravesó nuestras vidas.
Será en favor de nuestros hijos.
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