Mapuches y algo más
Elena Valero Narváez
Historiadora, analista política y periodista. Autora de “El Crepúsculo
Argentino. Lumiere, 2006. Miembro de Número de la Academia Argentina de Historia.
El
problema, al que aún no se le da la dimensión que tiene, es el del grupo RAM (Resistencia
Ancestral Mapuche) que intenta reivindicar derechos territoriales en nuestro
país.
Los araucanos, pueblo amerindio del centro y
sur de Chile, ocuparon la zona del río Bio Bio hasta la isla de Chiloé y
llegaron con sus malones hasta Buenos Aires. Arreaban el ganado introducido por
los españoles para venderlo del otro lado de la cordillera. En 1536 se dio el
primer combate entre españoles y araucanos y en 1553 dieron muerte al
conquistador Pedro de Valdivia. Poco después fueron derrotados por García
Hurtado de Mendoza. Vivieron sometidos hasta el siglo XVI, cuando volvieron a
levantarse en armas estableciéndose la frontera del Bio Bio, hasta el siglo
XIX. Presentaron una enconada resistencia a la conquista española al punto que
hubo de reconocerse el derecho a acreditar embajadores en Santiago, hacia 1774.
Fueron
definitivamente derrotados en 1881 pero, durante el gobierno de Salvador Allende,
intentaron más de 400.000 mapuches la recuperación de sus territorios. El proceso de detuvo con el decreto de
asimilación de Augusto Pinochet de 1979, por el cual se sanearon y entregaron
títulos a los mapuches.
El problema
de reclamo de tierras sigue vigente en Chile y, ahora, también se ha trasladado
a la Argentina de una manera violenta y peligrosa para los habitantes, no solo
de varias provincias del Sur, sino también para los de la ciudad de Buenos
Aires. Jones Huala lidera a un grupo, reclamando y usurpando territorios que no
les corresponden con hechos de extrema violencia. Encapuchados, con palos y
armas, siembran el terror con actos terroristas, asesinando, amedrentando,
robando y pasando por encima del marco normativo común de todos los habitantes
del país, provengan de donde sea, como lo estipula la Constitución, afectando
el orden y la convivencia.
Las
comunidades mapuches que habitan en Neuquén, Rio Negro, Chubut, Buenos Aires y
la Pampa si bien han asimilado algunos elementos de la cultura total se oponen
a las políticas de asimilación cultural aunque están en tránsito a su
desintegración.
En la
sociedad compleja en que vivimos, están obligados, como todos los que habitan
en suelo argentino, a compartir los elementos nucleares de nuestra cultura, se
agrega su variedad y riqueza y, a nivel
psicológico, el alto grado de libertad y participación elegida por sus
habitantes.
La
división del trabajo, el refinamiento y magnitud de las innovaciones, entre
otras tantas cosas, hacen muy difícil la vida de estos grupos que no están
incorporados a la cultura global. Ellos siguen con la integración premoderna
fundada en el carácter sagrado de las tradiciones por lo cual significa un
esfuerzo inmenso lograr operar la integración que permita resocializarlos para
que compartan nuestros valores.
Además la ciencia y la tecnología llevan a
cambios culturales y sociales rápidos e intensos que cuesta incorporar hasta a
sus propios miembros. Por lo tanto estas comunidades indígenas no tienen otra
posibilidad que constituir lo que son, una subcultura, hacia el camino,
inevitable, de la disgregación o la asimilación a nuestra cultura. Esto
inevitablemente provoca enorme sufrimiento y seguramente el sentimiento de
falta de sentido de la vida. Por eso la desculturalización debe ser espontánea
y eso lleva mucho tiempo. Pero, es inevitable.
Muchos
argentinos llevados por sentimientos de compasión y preocupados por la
supervivencia de su cultura independiente, apoyan a grupos radicalizados como
la RAM en sus reclamos, sin notar que si se les dejara todo el territorio que
pretenden su cultura ya no sería la misma que tuvieron sus antepasados y
causaría mucho más sufrimiento y muerte que la asimilación en la que están
inmersos desde hace muchísimos años.
El
esfuerzo debe encaminarse, a pesar de los inevitables conflictos que provoca, no
a salvar una cultura que está destinada a desaparecer, sino a disminuir el
sufrimiento que ello provoca, sin olvidar que solo conservan residuos de la
cultura original. Por último, la historia nos muestra, que muchas veces con la
desintegración, algunas culturas se enriquecen plasmándose en más vigorosas y
complejas que las originales.
En
cuanto al futuro de este problema es fundamental que tanto los gobiernos
provinciales como el gobierno nacional estén atentos a la predicción del
comportamiento de algunos grupos de estas comunidades en función, además de la
cultura global, en el de su socialización, normas, valores y conocimientos ya
que, como lo mencionamos, ellos no están incorporados a la cultura global, sino
que coexisten en grados variables con los de ella.
Todo
análisis de la situación debe terminar en ellos, en su plexo de ideas,
decantado por su tradición, en su participación relativa dentro de la estructura
social y, sobre todo, en su estructura de poder.
Finalmente,
hay que señalar el uso que hacen, del inevitable conflicto, gobiernos
populistas y personas que como Jones Huala los aprovechan en su propio
beneficio. El Estado, que posee el monopolio de la fuerza, no puede permitir
que nadie pase por encima de las normas. De ello depende que podamos, todos,
vivir en paz y con la seguridad suficiente, para sentirnos protegidos de
terroristas que atentan contra nuestras vidas y bienes.
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