Texas bajo el agua
Ian Vásquez
Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute, Washington D.C. Miembro del Consejo Internacional de Fundación Atlas para una Sociedad Libre.
El huracán que ha inundado el estado de Texas no tiene precedentes en la historia estadounidense. La enorme tormenta ha decidido estacionarse por encima de una zona extensa que incluye, entre otras localidades, a Houston, la cuarta ciudad más poblada del país. La cantidad de lluvia que ha caído sobre esa parte de Texas es inimaginable —nueve mil millones de galones de agua— y sigue lloviendo. En algunos lugares caerá un metro y medio de agua.
Texas nos recuerda que los desastres naturales no discriminan entre países ricos y pobres. Nos recuerda, también, la capacidad admirable del ser humano de adaptarse a situaciones adversas. Es muy temprano para saber cuánto daño terminará causando el huracán Harvey, pero es casi seguro que las muertes estarán muy por debajo de las 1.836 que dejó el huracán Katrinaen EE.UU. en el 2005. Hasta ahora solo se han reportado cinco fallecimientos por causa de Harvey.
No es del todo justo comparar esas dos tormentas dado las particularidades de las ciudades afectadas. Lo que sí se puede observar, sin embargo, es un patrón positivo en que la mortalidad ante fenómenos climáticos extremos ha ido cayendo de manera marcada a pesar de un incremento notable de la población. En 1900, por ejemplo, un huracán mató a entre 6.000 y 8.000 personas en el pueblo de Galveston (cerca de Houston), que para entonces tenía una población de 38.000 personas.
Ese patrón se observa alrededor del mundo. Según el experto Indur Goklany, desde los años veinte, la mortalidad por causa de fenómenos climáticos extremos como huracanes e inundaciones ha caído un 93%. En la década de 1920 fallecieron 485.000 personas por año debido al clima extremo, mientras que en la primera década de este siglo murieron 36.000 por año.
El progreso se debe a la mayor riqueza y avances en la tecnología. A mayor riqueza, mayor capacidad de lidiar con desastres naturales. Eso explica por qué el terremoto del 2010 en Haití (que fue de 7,0 grados) mató a cientos de miles de personas, mientras que el que sufrió un Chilemucho más desarrollado ese mismo año (que fue de 8,8 grados) mató a 521 personas.
Felizmente, el mundo es mucho más rico hoy que nunca. La riqueza permite no solo viviendas, infraestructura y estilos de vida más seguros, sino también que tanto los gobiernos como la sociedad civil puedan anticipar y responder a los desastres de manera más eficaz. Un nuevo satélite estadounidense, por ejemplo, ha brindado las imágenes más claras de Harvey y otras tormentas que hasta ahora se han visto.
El Perú también ha experimentado progreso. Los huaicos de este año provocaron más de 130 muertos y mucha destrucción, pero en el pasado el fenómeno de El Niño se sintió más fuerte: el de 1982-83 produjo 512 fallecimientos y miles más por enfermedades relacionadas; el de 1997-98 causó 366 fallecimientos.
Quizás no se pueden hacer comparaciones perfectas, pero ¿hay alguna duda de que el Perú de hoy —dos veces más rico que en aquellos años— no tenga más capacidad que antes para enfrentar los desastres naturales? Hubo mucha actividad de la sociedad civil este año para ayudar a los damnificados. Y el Gobierno pudo alquilar helicópteros, comprar equipos y socorrer a la gente afectada. El satélite de observación terrestre que compró el gobierno anterior se usó para identificar zonas de riesgo y así construir mallas de contención y hacer limpieza de cauce de ríos antes del desastre. Las imágenes del satélite sirvieron durante la crisis para la toma de decisiones y también servirán para la reconstrucción.
El Perú y EE.UU. este año refuerzan la lección de que hasta en malos momentos podemos advertir progreso humano.
Este artículo fue publicado originalmente en El Comercio (Perú) el 29 de agosto de 2017 y Cato Institute.
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