Peronismo y fascismo
Gabriel Boragina

Abogado. Master en Economía y Administración de Empresas. Egresado de ESEADE (Escuela Superior de Economía y Administración de Empresas). Autor de numerosos libros, entre ellos: La credulidad, La democracia, Socialismo y Capitalismo, La teoría del mito social, Apuntes sobre filosofía política y económica, etc. como sus obras más vendidas.



El peronismo es la fuerza política que, desde su fundación en 1945 hasta la fecha, gobernó más veces la República Argentina. Fue la única que tuvo el mérito de captar y usufructuar en su favor una característica que se encuentra presente en la mayor parte de los argentinos. Esto es, una inclinación y tendencia hacia la ideología fascista. El fascismo, surgido en Italia unas décadas antes de la aparición de Juan Domingo Perón en la escena política, prendió rápidamente en tierra argentina, precisamente de la mano de este último, quien fuera un confeso cultor y admirador del Duce Benito Mussolini, de quien se propuso ser su emulador vernáculo, objetivo que, de cierto modo, logró.
Pero, el surgimiento de Perón como importador del fascismo italiano a la Argentina no fue -en modo alguno- un hecho aislado. Militares y políticos, hacia la década del 30 del siglo XX ya simpatizaban con el ideario fascista. Y comenzaron a estructurar y emitir leyes que le daban forma y contenido en muchas áreas y disciplinas, tanto políticas como económicas.
En 1930 comenzaron los golpes de estado en Argentina con el del general Uriburu a la cabeza, un fascista precoz que no llegó (por causas ajenas a su voluntad) a desplegar todo su potencial fascista. De ello se encargó el coronel Perón, quien llega al poder de la mano de otro golpe (1943) dado por otro grupo de militares -encabezado por el general Edelmiro J. Farrel-, integrantes del autodenominado G.O.U. (siglas del Grupo de Oficiales Unidos) con la caída del entonces presidente constitucional Ramón S. Castillo por parte de este grupo militar.
Se continúa y afianza una modalidad de asalto al poder que se consolidará en los decenios posteriores, pero, y esto es para mí lo más importante: se constituye y apuntala -al punto de arraigarse hasta el presente- una forma de pensar y de actuar.
Se legitima un modo de ser que enraizará en la población, y que podemos denominar el "ser fascista". Es en este punto histórico, donde creo que se pierde la democracia o el "ser demócrata" para dar lugar al fascismo o el "ser fascista". Y esta triste transformación perdura hasta nuestros días, incluyendo el momento en que escribo estas líneas.
Y si bien, en las formas y en su Constitución escrita, la Argentina sigue siendo una “democracia”, en su otraconstitución, la que yo llamo su constitución interna (en el más literal sentido de la palabra), es decir, su estructuraconstitucional, el argentino promedio es un fascista no asumido como tal, negador de su condición fascista.
Esto explica -a su turno- también a mi modo de ver, los repetidos éxitos electorales del peronismo, ya sea en su versión fundadora (primero, segundo y tercer gobierno de J. D. Perón) como en sus posteriores derivaciones (Menem y los Kirchner). Estas adaptaciones variaron entre si, pero el vínculo común y constante entre ellas, fue el fascismo que, tanto Perón como Menem y los Kirchner practicaron en distintos grados (el fundador se destacó como un extraordinario fascista, y el matrimonio Kirchner estuvo muy cerca de igualar a su líder. Entre ellos, Menem se mostró como un aprendiz de fascista y -hasta un cierto punto- logró pasar desapercibido como tal.
Para entender algo más de lo que hablamos, será de mucho interés recordar la excelente definición defascismo que nos brinda el diccionario de economía:

fascismo. Movimiento político de gran importancia entre las dos grandes Guerras Mundiales que surgió en Italia, en 1922, bajo el liderazgo de Benito Mussolini. El fascismo se caracterizó por su oposición a la democracia liberal y al comunismo, por su nacionalismo, su culto a la violencia y su actitud proclive al colonialismo y al racismo. Surgido inicialmente como un movimiento de masas sin una definición ideológica muy precisa, aunque siempre opuesto a la agitación sindical y socialista, el fascismo, en Italia y en otras naciones, fue adquiriendo luego perfiles más claros y más amenazantes.
Para el fascismo la soberanía del Estado-nación era absoluta y se erigía, por tanto, como una crítica a la libertad individual, siempre mencionada despectivamente como "individualismo", ya se manifestase ésta en el campo del pensamiento, las costumbres o la actividad económica. Su lema "Creer, obedecer, combatir" expresaba no sólo esta subordinación del individuo al líder, concebido como encarnación de la voluntad nacional, sino también el espíritu militarista y el apego a la disciplina que tanto contribuyeran al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Los gobiernos fascistas fueron, sin excepción, dictaduras unipersonales absolutas que, en algunos casos, llegaron a convertirse en sistemas abiertamente totalitarios, como ocurrió en la Alemania de Hitler. Aparte de las experiencias italiana y alemana deben mencionarse también los regímenes fascistas o filofascistas que se establecieron en Rumania, España, Argentina, Brasil y otras naciones durante los años treinta, en algunos casos con características sin embargo más próximas al populismo.
El énfasis en lo colectivo en detrimento del individuo hizo que los experimentos fascistas desembocasen normalmente en una u otra forma de corporativismo. Las naciones se organizaron así a través de corporaciones, no personas, que podían ser cámaras de industriales o comerciantes, sindicatos, gremios o cualquier otra institución semejante. Estas corporaciones, representadas en órganos políticos o de dirección económica, eran los auténticos actores sociales, aunque cada una de ellas, en realidad, estaba dirigida férreamente por personeros del partido gobernante que se subordinaban al líder supremo. Ellas decidían la política general a seguir, trazaban planes económicos e intervenían en muchos asuntos cotidianos, convirtiéndose en órganos del Estado de casi ilimitado poder.
La economía se organizaba así mediante consejos generales que dictaban normas de cumplimiento obligatorio para todas las cámaras afiliadas. Estas fijaban precios y cantidades a producir, determinaban los salarios y las normas de trabajo, intervenían sobre las decisiones de inversión, regulaban las ganancias y controlaban toda la actividad productiva, a veces, hasta los mínimos detalles. La propiedad privada de las empresas se mantenía, al menos formalmente, pero quedaba por completo vacía de contenido: no existía ya riesgo empresarial ni posibilidad alguna de competencia, por lo que los dueños de empresas se convertían en una especie de asalariados privilegiados, a veces devengando incluso sueldos, cuyas ganancias se asemejaban más a bonos o compensaciones especiales que a la retribución por el riesgo asociado a la inversión. La política económica general, por otra parte, además de basarse en un extendido intervencionismo estatal, se encaminaba a lograr la autarquía, el desarrollo económico nacional aislado del resto del mundo.
 Los fascismos más militaristas, como los de Hitler, Mussolini y la Europa Oriental no sobrevivieron mucho tiempo y fueron devorados por la propia conflagración mundial que tanto contribuyeron a desencadenar. Otras experiencias, como la de Franco en España, fueron evolucionando gradualmente hacia sistemas menos totalitarios, abandonando casi por completo el corporativismo y asemejándose así a otras naciones de economía intervenida y democracia restringida. En América Latina, dentro de este modelo, los experimentos fascistas se convirtieron rápidamente en populismos. [1]



[1] Carlos SABINO; Diccionario de Economía y Finanzas. Contiene léxico inglés-español y traducción de los términos al inglés. Consultores: Emeterio Gómez; Fernando Salas Falcón; Ramón V. Melinkoff. CEDICE. Editorial Panapo. Caracas. Venezuela.
 

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